Periodistas en guerra, bajo todos los fuegos
DAMASCO.- Otro día más en la guerra, otras muertes que nos golpean en el pecho, reabren las heridas por el dolor de los que ya se fueron en las mismas condiciones y nos enfrenta con nuestro propio designio. Son esos amaneceres y esas noticias que no queremos escuchar. La muerte de otro colega, de otro amigo, de otro compañero en el campo de batalla, dispuesto a arriesgar su vida por dar a conocer la verdad.
Y ese otro día llegó, como en todos los conflictos. La noticia de la muerte en Homs de Marie Colvin, la galardonada reportera de guerra norteamericana del Sunday Times, y del fotógrafo francés Rémi Ochlik, de la revista Paris Match , estremeció nuevamente el corazón y la vulnerabilidad se hizo carne.
Conocí a Marie en la ciudad de Tiro durante la guerra del Líbano en 2006. Compartíamos un hotel lindante al puerto de la localidad costera más castigada en esa contienda. Ella era inconfundible. Y no por el parche negro que llevaba sobre su bello rostro desde que en 2001 perdió el ojo izquierdo al ser alcanzada por una granada en Sri Lanka. Era imponente a pesar de su delgadez. Transmitía una seguridad que podía atemorizar, pero la mirada reflejaba ternura.
Observar cómo producía sus noticias infundía respeto, admiración. "Nuestra misión es informar sobre el horror de la guerra con precisión y sin prejuicios", pronunció en 2010 en un homenaje a los periodistas muertos en los conflictos armados. Decía que, pese al peligro, seguía cubriendo las guerras porque la opinión pública tenía "el derecho a saber lo que nuestros gobiernos, nuestras fuerzas armadas, hacen en nuestro nombre".
Marie Colvin admitía los serios riesgos de la profesión que había elegido. "Nunca ha sido más peligroso ser corresponsal de guerra, porque el periodismo en las zonas de combate se ha convertido en objetivo principal", afirmó, con razón.
"No se puede conseguir la información sin ir a los lugares donde se dispara a la gente y otros te disparan a ti. La dificultad estriba en tener la suficiente fe en la humanidad para creer que habrá bastante gente -el gobierno, los militares o la gente de la calle- a quien le importe que lo que cuentas llegue a las páginas de los periódicos, la página web o la televisión. Nosotros tenemos esa fe porque pensamos que lo que hacemos tiene un impacto", aseguró, con un convencimiento que la llevó a su propia muerte.
Mientras las paredes de hormigón a prueba de ráfagas, los rollos de alambre de púas, los vehículos de combate, los ataques de mortero, los coches bomba diarios, las matanzas indiscriminadas se convierten en parte de la vida cotidiana, los niveles de peligro aumentan proporcionalmente a la dinámica de conflicto que adquiere sus propias características y se agudiza día tras día.
Sí, ningún conflicto es igual a otro. Siria me resulta muy diferente de Libia, Irak, Cisjordania, Franja de Gaza, el Líbano, Egipto, Colombia, los intrincados corredores de Africa negra, las coberturas que realicé con diferentes grupos insurgentes en América latina y por supuesto, la situación no resulta ni lindante a las historias de Chipre.
Aprendizaje
Los periodistas en Siria, como en otros conflictos, estamos bajo fuego, bajo todos los fuegos, bajo todos los riesgos. Cada día que pasa implica un nuevo aprendizaje. No el que corresponde a un buen periodista en relación con su profesión, sino el aprendizaje constante, incansable de moverse y adecuarse a las situaciones cambiantes.
Una calle o una ruta segura hoy puede convertirse en una trampa mortal mañana. Un aliado, un cómplice, un supuesto compañero puede ser tu entregador forzado por las amenazas o comprado por dos billetes. Porque en un conflicto, mucho de lo que parece no es.
Actualmente, los que trabajamos en Siria hacemos culto de la discreción extrema. Pocas personas resultan confiables más allá de la presencia normal en todos los conflictos de manadas de oficiales de inteligencia, espías y otros ejemplares. El riesgo es constante, impiadoso y se retroalimenta con la paranoia colectiva.
Sin custodias, vehículos especiales, ni ostentaciones nos movemos con menos paranoias y seguimos confiando en el acercamiento con la gente. La única forma de hacer periodismo. Entonces el trabajo se hace artesanal. Nos mimetizamos con el ambiente, como alternativa, como obligación ante la mayor desprotección, pero que resulta beneficioso para el contacto cotidiano.
Y sí, los conflictos matan periodistas -y lo demuestran los más de 50 muertos en 2011- y los cientos que suman todas las guerras. Pero hay que estar. Hay que seguir contando esa historia. Esa es la más sencilla pero contundente respuesta a la recurrente pregunta de por qué los reporteros vamos a las guerras.
Si no estuviéramos allí, pasarían inadvertidas las masacres, los abusos de poder, la ambición desmedida que provocan la muerte y los sufrimientos de miles de millones de seres indefensos ante la brutalidad humana.
lanacionarMás leídas de El Mundo
Balotaje en Uruguay. Ya votaron Lacalle Pou, Mujica y los candidatos y hay fuerte incertidumbre por el resultado
Sin extremos. Cómo Uruguay logra escapar a la trampa de la polarización que atormenta a la región
La invasión rusa. Zelensky denuncia que Rusia quiere convertir a Ucrania en un “banco de pruebas” de sus armas