Los candidatos son opuestos en cuanto a su procedencia, a quiénes representan, al modelo económico que piensan aplicar y a la visión sobre la actual constitución; pero coinciden en una agenda social conservadora y en captar el voto “anti”
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En medio de una fuerte polarización política en Perú, más de 25 millones de personas eligen este domingo quién será su próximo presidente entre dos candidatos que representan mundos radicalmente opuestos: Pedro Castillo y Keiko Fujimori.
Castillo, un maestro rural y líder sindicalista de izquierda, ha sido la gran sorpresa en estas elecciones, irrumpiendo en la escena política peruana al lograr la mayor cantidad de votos en la primera vuelta presidencial y, de paso, desconcertar a parte de la élite del país sudamericano.
Keiko Fujimori, en tanto, es una de las políticas más conocidas y polémicas de Perú. Candidata presidencial por tercera vez, tiene un largo historial en cargos de poder: se ha desempeñado como primera dama (entre 1994 y 2000 de la mano de su padre, Alberto Fujimori, quien actualmente cumple una condena de 25 años de prisión por violaciones a los derechos humanos), ha sido congresista por Lima y es líder de Fuerza Popular, el partido derechista que representa al fujimorismo.
Pero ¿qué tanto se diferencian realmente ambos candidatos? Y ¿existe algún parecido entre ellos?
Diferencias
1. ¿De dónde provienen y a quiénes representan?
Pocas veces en la historia reciente de Perú se habían enfrentado dos candidatos presidenciales tan distintos.
Pedro Castillo es exrondero (miembro de las rondas campesinas, unas organizaciones comunales de defensa), profesor rural de enseñanza primaria desde 1995 —con un magíster en Psicología Educativa—, y un importante líder magisterial.
El candidato de Perú Libre, un partido que se define de izquierda marxista, adquirió notoriedad en 2017 al dirigir una huelga de profesores en varias regiones de Perú que se extendió por 75 días.
Castillo suele trasladarse montado arriba de un caballo y tiene su base de apoyo en las zonas rurales peruanas, a quienes conquista apelando a su origen humilde y a las grandes desigualdades que existen en Perú. Así, ha conseguido reunir el descontento de las clases más pobres, especialmente las del interior del país, históricamente olvidadas por el centralismo de la capital, Lima. “No más pobres en un país rico”, es una de las frases que suele repetir.
“Los electores más leales a Pedro Castillo buscan un cambio radical. Tomar el control de todo porque sienten que ha habido una serie de abusos con las personas más desfavorecidas”, explica a BBC Mundo Alexandra Ames, jefa del Observatorio de Políticas Públicas de la Escuela de Gestión Pública en Universidad del Pacífico (PE).
La académica asegura también que sus votantes están principalmente “en el sur andino del país y en zonas mineras en donde hay niveles altos de pobreza”.
Por el contrario, Keiko Fujimori tiene su gran apoyo en Lima, la capital peruana, y en las regiones del norte donde ha habido una mayor apertura a los mercados.
“La diferencia está muy marcada por territorios y por niveles socioeconómicos. Los niveles A y B (los más altos) tienen una gran inclinación hacia Keiko Fujimori y los niveles D y E muestran gran aceptación por Castillo”, explica Ames.
Con 45 años, la candidata de Fuerza Popular ha intentado reunir a los votantes de las otras formaciones de derecha, especialmente de Avanza País y Renovación Popular, apelando a la “unidad” con el fin de evitar que Perú se convierta en “Cuba o Venezuela”.
El apoyo empresarial es uno de los fuertes de Fujimori pues ha sido enfática en promover la inversión y el sistema de libre mercado.
Y a pesar de que la postulante a la presidencia cumplió dos veces prisión preventiva entre octubre de 2018 y mayo de 2020 —a causa de una investigación en curso por supuesto lavado de activos provenientes de sobornos de la constructora brasileña Odebrecht para presuntamente financiar su campaña en 2011—, cuenta con un grupo leal de votantes.
“Los más leales a Keiko Fujimori pueden reconocer que hay un riesgo de corrupción, pero están dispuestos a aceptarlos con tal de tener un status quo que de alguna manera los ha permitido crecer o salir de la crisis de los 80”, dice Ames.
“Y no se trata solo de grupos poderosos, sino también de una clase media trabajadora que salió adelante sin ayuda del Estado y que por tanto, cree que la solución está en esforzarse más”, agrega.
2. Modelo económico
Pero más allá del perfil político de ambas candidaturas, una de las diferencias más importantes está en sus propuestas respecto al modelo económico de Perú.
Pedro Castillo propone cambiar la actual economía social de mercado por una “economía popular con mercados”, que considere un Estado “interventor, planificador, innovador, empresario y protector” que estimule la creación de riqueza y su redistribución.
Además, plantea la necesidad de renegociar el reparto de utilidades de las empresas extractivas trasnacionales, deslizando la posibilidad de nacionalizar ciertas empresas que “no acepten las nuevas condiciones”. También ha propuesto aumentar el presupuesto para la educación del 3,5% al 10% del PIB, y el presupuesto para la agricultura junto a una nueva reforma agraria.
En la otra vereda está Fujimori, quien propone un plan de “Rescate 2021” para el “desarrollo de una verdadera economía social de mercado” que promueva “el trabajo formal, el desarrollo de emprendimientos, las asociaciones público-privadas y la inversión sostenible y socialmente responsable”.
Así mismo, apela a simplificar la “forma y fondo” de la tributación con el objetivo de brindar facilidades para la creación de nuevas empresas. Para ella, el sistema no debe estar basado exclusivamente en la recaudación, sino en la formalización, enfocada en la micro y pequeña empresa.
La candidata de derecha también propone repartir directamente a la población el 40% del canon minero (participación por explotación de recursos minerales) que actualmente se distribuye a los gobiernos regionales y a las municipalidades, así como la repartición de distintos bonos a quienes se han visto afectados por la pandemia de coronavirus.
“Keiko Fujimori es la defensora del modelo de mercado en el Perú. Y ella le está hablando al porcentaje de peruanos que quieren defender ese modelo”, dice a BBC Mundo el politólogo y académico Carlos Meléndez.
“El problema es que un 55% de los peruanos se considera perdedor respecto a este modelo de crecimiento económico. Y es por eso que Castillo goza de tantas simpatías a pesar de la debilidad de sus propuestas técnicas”, agrega.
El académico considera que el candidato de Perú Libre supo ponerse “sobre la ola del malestar social respecto al modelo económico”.
“Si el 55% se sienten perdedores, él es el líder de los perdedores y esa es su ventaja. No importa que sus políticas sean radicales o que sea un personaje poco conocido: la gente que se siente perdedora apuesta a la incertidumbre porque es mejor que lo malo conocido”, señala.
Por su parte, Alexandra Ames indica que en estas elecciones lo que está en juego es la “defensa acérrima del modelo económico, como lo propone Fujimori, versus el cambio total de este modelo, como dice Castillo”.
“Si bien este sistema ha permitido que muchas personas logren salir de la pobreza, lo cierto es que Perú es un país con muchas desigualdades. Por eso, el discurso de Fujimori no es tan atractivo frente al contexto de desigualdad en el que nos encontramos y que se terminó acentuando con la crisis sanitaria”, señala.
3. ¿Cambio de Constitución?
Lo anterior se relaciona directamente con otra de las propuestas que ha llevado adelante Castillo: el cambio de Constitución.
Actualmente, en Perú rige una Carta Magna creada en 1993 bajo el gobierno de Alberto Fujimori. A pesar de haber sido reformada en varias ocasiones, su origen genera reticencia en algunos sectores de izquierda que han venido pidiendo su cambio hace varios años.
De esta manera, Castillo propone redactar una nueva Constitución mediante una Asamblea Constituyente con el fin de “recuperar la patria” y donde se “gesten los derechos fundamentales de la persona”.
“Esta ha sido una bandera de la izquierda hace algunos años porque se asocia la Constitución del 93 con el autoritarismo de Fujimori de la misma manera que se hace en Chile con la Constitución de Augusto Pinochet”, explica Meléndez.
Por el contrario, la carta presidencial de derecha defiende la actual Carta Magna creada por su padre pues, dice, generó “paz y prosperidad”.
Juan de la Puente, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de San Martín de Porres (USMP) de Lima, explica a BBC Mundo que “Castillo cree que esta Constitución es la que consagra un determinado modelo político de libre mercado”, mientras que Fujimori cree que esta Carta Fundamental les ha traído “bienestar durante muchos años y que, por lo tanto, debe permanecer”.
Para Alexandra Ames el cambio o no de Constitución ha terminado por convertirse en el “símbolo de lucha” de la campaña presidencial peruana.
“Desde la primera página de sus planes de gobierno, ya están empezando o a defender con uñas y dientes la Constitución del 93 o a decir que la van a cambiar de manera radical”, dice.
Similitudes
1. Agenda social conservadora
Aunque a primera vista puede parecer difícil encontrar similitudes entre los dos candidatos presidenciales peruanos, sí comparten ciertos criterios.
El primero y más importante tiene que ver con la agenda social ultraconservadora que ambos defienden.
Tanto Castillo como Fujimori se han manifestado en contra del aborto libre. Además, ambos han rechazado la idea del matrimonio igualitario, aunque Fujimori se ha abierto a la posibilidad de “legislar la unión civil desde la perspectiva patrimonial”.
La eutanasia o los derechos de los homosexuales tampoco están en sus agendas.
“Ambos pertenecen a un extremo conservadurismo y son cercanos con grupos religiosos, como las iglesias evangelistas, cristianas y católicas, que buscan un statu quo respecto a los valores”, dice Ames.
La académica afirma que esto se explica en parte porque “el peruano todavía es un ciudadano bastante conservador que apela a un entendimiento de la familia bajo el concepto tradicional”.
Una opinión similar tiene Carlos Meléndez, quien afirma que si bien en los últimos años se ha dado un movimiento de reivindicación de los derechos de las minorías y de la equidad de la mujer en la región latinoamericana, en Perú esa “ola no llegó con la misma intensidad”.
“Si hay un punto en el que podrían ponerse de acuerdo ambos candidatos es precisamente en el rol que debe cumplir la familia como eje de los valores morales en el Perú”, señala.
Por otra parte, Castillo y Fujimori han coincidido en que el enfoque de género en las escuelas no es prioridad.
“El gran perdedor de estas elecciones es el enfoque de género. Se ha estado tratando de hacer una reforma educativa que le dé más oportunidades a las niñas pero esta política no solo ha sido invisibilizada sino que ambos candidatos la han confrontado en el pasado”, explica Ames.
“Tanto desde la derecha como desde la izquierda se considera que el enfoque de género es una ideología y que hay que resguardar los valores tradicionales de la familia”, añade Meléndez.
Juan de la Puente, en tanto, afirma que en la campaña de la segunda vuelta presidencial “los derechos de la mujer y el enfoque de género han pasado totalmente desapercibidos”.
2. El “anti-voto” y los temores
Esta segunda vuelta presidencial obligará a muchos peruanos a decidir no necesariamente entre dos candidatos, sino más bien entre antifujimorismo o antiizquierdismo.
Y es que ambas cartas presidenciales despiertan un fuerte rechazo en ciertos grupos de la sociedad peruana.
El antifujimorismo es ya bastante conocido pues hace años que muchos peruanos se consideran dentro de este grupo. A pesar de que comenzó como un movimiento en contra de Alberto Fujimori, su hija, al ser la heredera del proyecto, hoy carga con su propia cuota de detractores.
No obstante, el gran dilema de muchos de ellos es que la alternativa de izquierda radical tampoco les acomoda.
Es el caso del premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, quien a pesar de ser un reputado antifujimorista, para esta segunda vuelta dio un giro que muchos podrían imitar en Perú: dijo que apoyará a Fujimori, a la que definió como “el mal menor”.
“Se ha generado una gran ola de polarización social que ha terminado por alinear a la gente con uno u otro por el gran rechazo o miedo que puede implicar el contrincante, por el cual no están dispuestos a votar”, explica Ames.
Este voto “anti” está directamente relacionado con ciertos temores que ambos candidatos despiertan en algunos sectores de la sociedad.
Quizás el mejor ejemplo de ello es la carta que los dos tuvieron que firmar jurando públicamente que dejarán el poder al final de su mandato en 2026 y que no interferirán en investigaciones de la Fiscalía. El compromiso fue solicitado por organizaciones civiles y de la Iglesia en Perú, y se selló a principios de mayo.
“Los temores hacia Keiko Fujimori están asociados con el autoritarismo y la corrupción. Muchos la asocian al gobierno autoritario de su padre y lo proyectan sobre ella. Mientras que Castillo genera temores relacionados con el desastre económico y la violencia política”, explica Meléndez.
“El entorno de Castillo y el partido político del que forma parte, Perú Libre, portan ideas del socialismo del siglo XX haciendo referencias explícitas al marxismo, al leninismo, a la intervención del Estado en la economía, la nacionalización de empresas, la prohibición de importaciones, etc. Es un modelo de intervención estatal que en el Perú generó una grave crisis y que hoy se asocia con Venezuela”, agrega.
Por otra parte, las acusaciones por corrupción en contra de Fujimori y de Vladimir Cerrón, valedor de Castillo, líder y fundador de Perú Libre y sentenciado por delitos de negociación incompatible y aprovechamiento mientras era gobernador de Junín, provocan aún más rechazo entre los peruanos.
Esto es aún más importante si se tiene en consideración que los últimos seis mandatarios de Perú han sido procesados por corrupción.
“Ninguno de los dos da la suficiente seguridad de que no va a haber corrupción, de que habrá separación de poderes o de que tendremos un gobierno democrático”, dice Ames.
“Que a 200 años de República tengamos que presionar a nuestros candidatos presidenciales a prometer que no se van a quedar más del tiempo acordado, es muy doloroso”, agrega.
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