Patriarcado: ¿por qué Japón sigue siendo tan machista?
Pese a ser la tercera potencia mundial, el país asiático ocupa el puesto 121 de 153 en la clasificación de igualdad de sexos del Foro Económico Mundial
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Yoshiro Mori presidía el Comité de los Juegos Olímpicos de Tokio cuando lamentó que las mujeres lastraran cualquier reunión: “Tienen un sentido de rivalidad muy acusado y, si una habla, el resto siente la necesidad de hacerlo también. Y al final todo el mundo habla”. Fue en febrero y dimitió tras una semana achicando agua con la fórmula acostumbrada: disculpas gaseosas por sus “comentarios inapropiados”, acusaciones a la prensa de malinterpretarlo y el firme compromiso de continuar en el cargo. Pero la crisis de relaciones públicas de Tokio, ya con la cuota de problemas bien cubierta con el coronavirus, aconsejaron adelgazar el lastre. No hay precedentes de un presidente de un comité organizador que dimite cinco meses antes de que prenda el pebetero. Fue relevado por Seiko Hashimoto, de biografía más idónea: ministra de Deportes, medallista olímpica en patinaje de velocidad y, sobre todo, una acreditada lucha por la igualdad de géneros.
El tsunami había nacido en un tuit de Momoko Nojo, estudiante universitaria, con la etiqueta “No permanezcas en silencio” que exigía responsabilidades y recibió 150.000 adhesiones en unos días. Tampoco abundan los precedentes en Japón, el país más patriarcal y jerarquizado del mundo, de una veinteañera tumbando a un alto cargo que, además, había ejercido de primer ministro. “No creo que la gente sea consciente de que tiene poder para marcar la diferencia, no sabe cómo elevar su voz”, explica Nojo.
La tormenta llegó con el vaso lleno. Primero, porque sólo hay cinco mujeres entre los 24 miembros del comité organizador cuando se prometieron más del 40%. Segundo, porque el coronavirus ha castigado más a las mujeres, con despidos y suicidios en niveles máximos. Y tercero, porque los comentarios atentaban contra la imagen japonesa de modernidad en las vísperas de un evento que utilizan los países para colocar en el escaparate global lo más lustroso de su cultura.
Quizá Mori conservaría la silla si Nojo no hubiera estudiado un año en Dinamarca. Ya era consciente de los problemas de las mujeres en su país pero no creyó que demandaran sus esfuerzos ni la incomodaron en exceso los comentarios que achacaban sus excelentes calificaciones en la facultad de Económicas de la Universidad Keio al deferencial trato a las “chicas guapas”. “Pensé que era normal que un puñado de políticos tomaran las decisiones”, señala. La cultura en el país nórdico le fue extraña y le sorprendió que fuera dirigido por Mette Frederiksen, una mujer joven, en contraste con la esclerotizada y patriarcal clase política nipona. “Me di cuenta de que la democracia sí funciona ahí. Cada persona tiene sus opiniones y las expresa en diálogos abiertos. Conocí a líderes de partidos políticos y me sorprendió que tantos jóvenes se sumaran al activismo en comparación con Japón. Creen que sus voces sí pueden provocar cambios”.
Occidente y la lógica sugieren que el desarrollo económico y la igualdad entre géneros caminan juntos. Japón y Corea del Sur lo desmienten en Asia. La tercera potencia mundial ocupa el puesto 121 de 153 en la clasificación de igualdad de sexos del Foro Económico Mundial. La historia lo explica parcialmente. Aunque la fertilidad se ensalzaba como sagrada ya en la antigua cultura japonesa, la mujer era considerada como una segunda clase social e inútil para la política. El rol quedó subrayado con la cultura samurái. En la literatura clásica japonesa, a diferencia de la europea, no existe el respeto caballeresco hacia la mujer. La modernización del siglo XIX no varió la concepción, ni tampoco las leyes familiares de 1946. La urbanización y la industrialización han sido meteóricas, en contraste con la sedimentación de Occidente, y esos cambios bruscos generan fuertes respuestas conservadoras e incluso reaccionarias para gestionar la incertidumbre y ansiedad.
El desarrollo económico sólo es un factor, señala Melanie Sayuri, socióloga especializada en temas de género de Japón de la Universidad de Nuevo México. “Existen estudios que revelan la importancia de los movimientos feministas para conseguir algunos derechos. Y esos movimientos han sido débiles en Japón. Además, el Partido Liberal Democrático ha sido muy poderoso durante décadas y las formaciones de izquierdas han sido muy flojas, lo que explica el resto del puzzle”, continúa.
No han funcionado las campañas del anterior primer ministro, Shinzo Abe, para empujarlas al mercado laboral, motivadas menos por convicciones igualitarias que por las urgencias productivas de una economía gripada y con menguante mano de obra por el veloz envejecimiento. Las mujeres ganan el 70% del salario de los hombres por el mismo trabajo y un 60% lo abandona tras dar a luz.
El movimiento #MeToo, que llegó tarde y atenuado, ha mejorado el cuadro. Varios políticos, por ejemplo, han perdido sus cargos por los abusos sexuales que antes se sufrían en silencio. Pero académicos y activistas exigen reformas estructurales y recomiendan interpretar con mesura la dimisión de Mori. A diferencia de lo que ocurría antes, no le han bastado tibias disculpas para salvarse, pero pocos ven un mojón decisivo en la lucha por la igualdad de la mujer. “Ha sido importante porque ha dejado un claro precedente hacia los comentarios sexistas pero el camino será largo, tendremos que pelear caso por caso”, advierte Nojo.
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