Partisanos, el ejército en la sombra de civiles ucranianos que arriesgan su vida tras las líneas enemigas
Con el lema “venceremos”, conforman un grupo de agentes y espías que arriesgan sus vidas de civiles
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La vida en las trincheras oscila entre el terror y la desesperación. Mientras el Ejército ucraniano intensifica su defensa sobre el Donbass y en cuando se cumple el primer aniversario del inicio de la guerra, hay una fuerza paralela que hace un año decidió renunciar a su vida cotidiana para integrarse en el frente. Pero no son ni militares ni civiles, sino partisanos, un “ejército en la sombra” leal a Kiev que opera tras las líneas enemigas.
El Instituto para el Estudio de la Guerra informó que actualmente se está librando una guerra partisana ucraniana en el sur y en el este de la región. LA NACION pudo hablar con algunos de ellos.
Matviv Bohaczenko -alias Braadock-, tiene 41 años y se considera partisano. Nació en Kiev, hijo de partisanos y cosacos: no se imaginó que terminaría igual que sus antepasados. Con su familia adoptiva vivieron en distintos lugares del mundo como España, la Argentina y finalmente Ucrania, donde residen en la ciudad de Lviv.
“Yo entré a través de mi familia. Mi ventaja como partisano es que sé bastante ucraniano y ruso. Y mi familia estuvo en todos los conflictos bélicos” contó Matviv a LA NACION desde el frente de batalla en Bakhmut, Melitopol, una ciudad casi destruida, sumida en fuertes enfrentamientos y donde las fuerzas prorrusas avanzan significativamente, contra una defensa ucraniana en una situación muy delicada.
Para ser un buen partisano hace falta cumplir con la tríada lealtad, hermandad y supervivencia. Esto es, según Matviv “sobrevivir lo suficiente, no delatar a nadie nunca y no olvidarse de nadie ni dejarlo atrás”.
Se organizan independientemente del ejército, pero están en contacto constante porque tienen “un enemigo en común”. También utilizan material bélico abandonado por los rusos y duermen en sacos militares o en viejos búnkeres abandonados, a la espera de un llamado que informe de objetivos en el frente ocupado: “Colocamos explosivos de madrugada, o realizamos sabotajes a puentes y trenes de noche”, contó.
La noche es la parte más oscura de la guerra, donde se llevan a cabo las peores atrocidades. “Refugio de día y sabotaje de noche” dijo Matviv. Cuando cae la noche, la temperatura fría y seca del invierno aumenta, pero el cuerpo se calienta solo, producto a la adrenalina que generan los ruidos de las bombas, los últimos gritos, la muerte cerca que “nunca se sabe cuándo puede llegar”.
Según contó, el peor momento que vivió fue durante una noche en un tercer piso sitiado por militares rusos. “Todos los edificios caían como dominó y el ruido nos aturdía”. En la eterna espera a que lleguen refuerzos y artillería, el pánico aumentaba: “El miedo que sentí fue tanto que en mi cabeza solo pude aferrarme a una cosa: a mi mujer. Pensé en que estaba lejos y grabé un video pidiéndole matrimonio. Alrededor todo caía en cámara lenta. Un misil cayó cerca y mi espalda golpeó contra unos caños. No sé cómo no morimos ese día”.
Para un partisano, la mayor alegría es liberar pueblos y el orgullo de defender a su país. “Lo hacemos porque amamos Ucrania”, aseguró Matviv. Según él, la guerra es la mayor atrocidad desde la segunda guerra mundial. El único momento en el que se cruzan con los rusos es durante las torturas: “Hay mucho odio. Solo se hablan para que se rindan”.
En tanto, los partisanos hacen un trabajo furtivo. De hecho, LA NACION habló con algunos refugiados en el oeste del país que los describen como “intimidantes, valientes y clandestinos”. Porque también buscan intimidar: obran desde las sombras. Pegan carteles amenazantes en el exterior de las casas de los colaboradores o panfletos por distintas regiones de Ucrania para exhibir su presencia; pero pocos saben quiénes son ni dónde están.
Del otro lado del frente
“No sé si voy a tener la posibilidad. De verdad, tenemos poco tiempo” dijo Yuriy, un actual partisano en territorio ruso, quien prefirió referirse a sí mismo por su pronombre. En el escueto diálogo que pudo mantener con LA NACION demostró que debe asumir plena discreción y que corre muchos peligros aceptando una misión.
“Casi siempre estamos en zonas desérticas, porque los rusos así lo decidieron: no hay gente, ni luz, ni nada para comunicarse”, remarcó.
Junto a sus pares, por un tema de seguridad, deben apagar todos sus dispositivos electrónicos durante las misiones, para que no verifiquen su localización, ni los identifiquen como civiles. “Ellos están buscando las señales para, así, redireccionar los misiles, por lo que no podemos estar con nuestros celulares”, contó.
Para hacer este reportaje, temía por su vida. No podía “contar muchas cosas”, ya que se encuentra en un lugar “sumamente peligroso”. “Tal vez, cuando esta misión esté completa y el territorio esté liberado, podré dar más detalles. Ahora no”, dijo.
De ayer a hoy
Alejandro Rabinovich, Doctor en Historia y Civilización e investigador de CONICET, especialista en el estudio del fenómeno de la guerra en procesos revolucionarios y de formación estatal, explicó que, por su eficacia, hay conceptos antiguos que resurgen en las guerras contemporáneas.
“No solo aflora la muy larga tradición guerrera europea, sino que hay muchos elementos que se ven en esta guerra que no son de guerra o de soldados profesionales: no solamente en el frente vemos el retorno de los partisanos, sino también hay milicianos de todo tipo, legionarios y mercenarios”, dijo a LA NACION.
En cuanto a la definición de partisanos, afirmó que es una definición típica de guerra asimétrica, donde hay una parte que está combatiendo contra otra que no puede pelear de igual a igual. Así, muchos de los actores, dentro de la parte en desventaja, deben mutar de la actividad pacífica de todos los días a una actividad brutal en el frente. En el caso de los partisanos, “toman acciones extremas como volarle el auto a una persona con la persona y su familia adentro”.
“Son cosas tremendas que tienen que hacer y para afrontar eso, obviamente, buscan tradiciones, justificaciones y conceptos históricos que les permitan anclarse dentro de un marco común”, agregó.
Según explica, este grupo hace una guerra irregular contra el ocupante. “No necesariamente usan uniforme, ni tampoco se encuentran en un campo de batalla; no siguen las reglas normales del arte de la guerra europea”. En el pasado, esto fue visto con muchísimo rechazo: lo veían como una guerra plebeya, baja y no honorable. “Yo creo que fue siempre increíblemente eficaz”, opinó.
La guerra lo que hace es, en definitiva, legitimar todo aquello que en tiempos de paz es visto como un crimen. “La ilegitimidad de la ocupación, en efecto, hace que consideren que sea legítimo cualquier método de acción, inclusive prender fuego un edificio con gente adentro, poner una bomba o matar directamente a un civil”, apuntó.
Muchas veces, en esos territorios donde se divide la población local entre colaboradores de los rusos y patriotas ucranianos -como lo llaman de un lado- , pueden aproximarse a una guerra civil en la cual la tendencia de la violencia extrema puede llegar a ser muy alta.
Rabinovich afirmó que lograr una convivencia pacífica después de que la población haya pasado por estas circunstancias dramáticas durante nueve años, será muy difícil. “Son guerras muy violentas donde la población está muy involucrada y entonces, van a ser muy difíciles de desarmar”, agregó.
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