Parias en América: miseria y dolor entre los venezolanos bloqueados en la frontera
VILLA DEL ROSARIO, Colombia.- "¿Por qué no podemos ir a nuestro país? Esa es la gran pregunta, la pregunta del millón. Y desde el otro lado no nos responden y además nos acusan de estar contaminados. Yo mismo escuché anoche a Maduro en el ocho (Venezolana de Televisión, el principal canal de propaganda chavista) llamarnos bioterroristas. ¿Qué es eso? Aquí sólo sobrevivimos venezolanos desesperados por volver a nuestra Venezuela".
El campamento de los parias de América crece todos los días bajo los mismos lamentos y bajo distintos miedos. El miedo a las represalias del otro lado, al castigo en forma de cuarentena eterna. Esto no parece la frontera de Colombia y Venezuela, escenario de la mayor diáspora del planeta junto a la siria, sino el Haití después del terremoto salvaje de 2010.
Una pequeña comitiva acompaña al reportero y quien lleva la voz cantante prefiere no dar su nombre. La distancia de seguridad no existe y los tapabocas escasean. En la vida al mínimo pareciera que el coronavirus es un mal menor.
A José Reyes, de 38 años, en cambio, no le importa dar la cara y disparar con puntería, acusando a su gobierno por la espera y a los colombianos que se benefician de la espera.
Reyes es uno más entre el pequeño mar de carpas, improvisadas con plásticos y palos, que crecen todos los días. Los niños buscan troncos de árbol para cocinar en los alrededores. A machetazos, lo convierten en leña. Como Luis Mesa, de 12 años, y su hermano, que acortan los días sin dejar de trabajar para regresar a su barrio del Cementerio, uno de los más duros de Caracas.
Mientras otras jóvenes lavan la ropa en una acequia inmunda, la misma en la que se bañan quienes no pueden pagar los 1000 pesos colombianos que cobran en las inmediaciones por una ducha corta. "Aquí nos cuidamos entre todos, no se pierde nada. Tampoco hay jefes, estamos todos a una", confirma Reyes con el consentimiento de los presentes.
Estamos en Villa del Rosario, muy cerca del Puente Internacional Simón Bolívar, el mismo que separa los dos países. Varios cientos de personas, casi 2000 según sus habitantes, menos de mil según las autoridades, se han desplegado en los alrededores de un antiguo cuartel derruido. No parece el siglo XXI, muchos menos los hijos del país con mayores reservas de petróleo del planeta y con las principales riquezas en oro, diamantes, gas y coltán del subcontinente. Los elegidos que han dejado de serlo por obra y gracia de la revolución de la "suprema felicidad".
En el campamento anónimo esperan pequeños milagros todos los días: que los trasladen al refugio oficial levantado en el Puente de Tienditas, a pocos kilómetros; que llegue el agua; que den comida a todos y no sólo a los niños… Y, sobre todo, saltar al otro lado. Y todo ello pese a que los emigrantes se sienten señalados por su propio gobierno.
"Su obligación es recibirnos. Hemos llegado huyendo de la pandemia desde Chile, Perú, Ecuador y de otras ciudades de Colombia para seguir camino a casa. Pero el gobierno no nos deja pasar. No queremos ayuda, lo que queremos es irnos y la obligación allá es recibirnos", resume R. P, de 27 años, policía en algún momento de su otra vida.
El presidente Nicolás Maduro no piensa lo mismo, ni mucho menos. El gobierno bolivariano solo permite el paso a pequeños grupos, 300 tres veces a la semana. Todos ellos serán confinados al menos dos semanas antes de seguir viaje, pero el tiempo se prolonga en condiciones muy precarias. En San Antonio, primer municipio en territorio venezolano, los emigrantes se atrevieron a protestar la otra noche, pese a que saben que no solo militares y policías chavistas los vigilan, sino también sus "amigos" de la guerrilla colombiana.
Venezuela ha declarado la guerra a los emigrantes venezolanos que no aguantan la espera y regresan a su país a través de las trochas, pasos clandestinos usados durante años para solventar los trámites fronterizos.
Maduro definió a los "trocheros" como bioterroristas, incluso acusó a uno de ellos de haber matado a su madre al contagiarla. El ministro de Interior, el general Néstor Reverol, anunció que les aplicarán la ley contra la Delincuencia Organizada mientras que el Comando Estratégico de las Fuerzas Armadas ha reclamado a los militantes revolucionarios que delaten a los que llegan desde el extranjero.
"Armas biológicas", "golpistas camuflados", "fascistas" e "irresponsables" que están "contaminando a importantes sectores del país". Más que una pandemia, la situación de los emigrantes parece un relato de George Orwell. Los emigrantes son el chivo expiatorio elegido por la revolución para esconder el derrumbe del sistema de salud, el mejor caldo de cultivo para la extensión del coronavirus.
"Me molesta que personas que sufrieron persecución en Colombia vengan y se pasen a contaminar todo un país, se presten para un plan de Iván Duque de contaminar a Venezuela y le paguen a narcotraficantes para que los pasen", subrayó Maduro para dejar muy claro cuál es el relato oficial de la revolución.
La realidad no tiene nada que ver. "Nos obligaron a salir de nuestro país a buscar un futuro, pero no hemos sufrido ninguna esclavitud. Con la pandemia, sin trabajo y sin arriendos es mejor pasar la ‘roncha’ (pasarlo mal) en tu propia casa. Antes el salario nos alcanzaba para vivir y para mandar dinero a Venezuela. Ya no queda nada de eso", explica un ingeniero civil de 38 años, quien en 2017 se instaló en Lima para lavar pollos.
"Maduro ha manifestado que cuando los retornados llegan a Venezuela ‘son libres, son dignos, son humanos otra vez’. Claramente Maduro no ha visitado la frontera recientemente", respondió Tamara Taraciuk, activista de Human Rights Watch, al jefe revolucionario. La investigación realizada por esta prestigiosa ONG confirma que los lentos protocolos y la espera impuestos en la frontera por Caracas aumentan la transmisión del virus tanto en los centros de confinamiento del lado venezolano como durante la espera.
En el campamento de los "bioterroristas" las únicas armas las portan los niños y son de juguete. Algunos trabajan bajo el sol, como los hermanos Mesa. Otros pasan el tiempo entre el polvo, en unas condiciones miserables. Entre ellos está Jeremy David, de tres años, con una camiseta de Superman rodeado de criptonita. Tiene picotazos por todos lados y sus pies están muy hinchados. Ambos llevan 25 días metidos en una carpa que parece un sauna.
Su padre, Jan Socro, y sus compañeros llevan días denunciando un sistema de corrupción interno, por el cual policías colombianos estarían entregando cupos para pasar la frontera a muy buen precio. Las protestas son constantes, incluso la Red Humanitaria y diputados venezolanos se han hecho eco de ellas. "Y nosotros, mientras, en estas condiciones", dice Socro.
Un verdadero suplicio para los venezolanos. Que se lo digan a Graciela Silva, de 34 años, que ya ha vendido un celular por menos de dos dólares y ahora espera que alguien le compre una carretilla en condiciones de saldo porque no da para mucho más. El viaje desde Medellín agotó las existencias familiares. Ella y su familia forman parte de la lista 11 "y creemos que van por la siete. Y sí, lo sabemos: estamos pasando calamidades para volver a casa y seguir pasando calamidades".
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