Fronteras cerradas, nacionalismos en alza; fragmentación internacional y vacío de poder mundial; comercio internacional en baja y globalización en retroceso; libertades en vilo y avanzadas autoritarias desde Asia a América Latina; una depresión económica global en ciernes y sin precedentes; pobreza y desigualdad en crecimiento; la naturaleza se rebela y su maltrato amenaza las futuras generaciones. ¿Le falta algo al mundo para estar peor? Lo que faltaba precisamente surgió este año, una pandemia que llegó para potenciar todos esos fenómenos que ya acosaban al planeta, desde la Argentina a China.
Sin embargo, el coronavirus y todo su pandemonio tal vez abran nuevos caminos de futuro promisorio.
Jared Diamond es uno de los geógrafos, biólogos e historiadores que mejor retrató la relación del hombre con los gérmenes y él cree que algo bueno puede emerger de este momento oscuro, pero solo si el mundo está dispuesto a aprender.
"Paradójicamente la pandemia puede traer esperanza y beneficios permanentes al mundo entero, dependiendo de cómo reaccionemos", escribió el jueves en The Financial Times. Y advirtió que el virus no representa una "amenaza existencial a la supervivencia de la especie; el golpe económico será atroz, pero el mundo se recuperará".
Las verdaderas amenazas, dijo, están más allá y son cuatro: el cataclismo nuclear, la desigualdad, el cambio climático y el mal uso de los recursos no sustentables.
Como en todas las grandes crisis de los últimos 100 años, desde la pandemia de 1918 hasta la gran recesión de 2008/2009 pasando por las guerras globales (la Primera, la Segunda y la Fría), el mundo, sus gobiernos y sociedades pueden entonces tomar malas decisiones y profundizar los daños o aprender de los errores y transformar esas lecciones en beneficios.
El primero que deje puede ser precisamente alejar la posibilidad de otra guerra global.
1- La epidemia de la paz:
Dos elementos distinguen a la crisis del coronavirus de la última gran crisis global, el crac financiero y la recesión mundial de 2008/2009. Primero, el de hoy es un conflicto integral, surge desde la salud para dañar la economía, condicionar la política, interpelar a la filosofía y modificar los hábitos sociales y hasta, probablemente, la psicología humana. Segundo, al momento del estallido financiero, no existía la competencia entre dos grandes superpotencias como hoy. Terminado su antagonismo con la ex Unión Soviética, Estados Unidos quedó en pie como la única megapotencia; en 2008/2009, China se le acercaba pero no era la locomotora internacional de la actualidad ni amenazaba la influencia global norteamericana.
Hoy lo es y esa rivalidad aumenta sin parar, va desde la guerra comercial hasta la carrera por el dominio tecnológico y la influencia política y económica e incluye peligrosos y crecientes escarceos militares, sobre todo el mar del Sur de China.
Probablemente gracias a la pandemia, esos devaneos bélicos no deriven por ahora en una guerra que ponga en peligro la estabilidad global o la amenace permanentemente, como hizo la Guerra Fría.
"Por la duración de la pandemia y probablemente por muchos años después -entre cinco y diez-, las chances de guerras entre potencias bajarán en lugar de crecer", dice en un artículo de Foreign Affairs Barry Posen, prestigioso politólogo y director de del Instituto de Seguridad del MIT.
Posen despliega varios argumentos para defender su tesis de que el Covid-19 achata la curva de la guerra: en la historia las epidemias condujeron a momentos de pesimismo; el coronavirus no discrimina y expone a todas las economías a la recesión y ninguna de las dos grandes potencias sacó grandes ventajas de poder en lo que va de la pandemia.
Hoy el pesimismo está en su punto más alto del siglo y las proyecciones sobre el mundo pospandemia van de malas a pésimas. La economía global se hunde: 170 países tendrán recesión este año, desde China (que experimentará su peor año desde 1976) a Estados Unidos (que se contraerá significativamente en 2020).
Y ni la imagen de Washington ni de Pekín quedará intacta o será beneficiada por la pandemia; el gobierno de Xi puede querer vender su éxito en el control de la epidemia frente al caos y muerte de Estados Unidos, pero su gestión inicial, su falta de transparencia, la venta de materiales deficientes y la agresiva diplomacia pública del momento no lo deja bien parado.
En ese escenario de pesimismo, recesión y paridad de poder, ninguna megapotencia -especula Posen- se aventurará a una guerra que perjudique más su economía o su influencia global y exponga a sus sociedades a más angustia.
La pandemia no solo neutralizó el envión económico de las dos superpotencias, también anuló los crecimientos de los países que le siguen en recursos -desde Japón hasta la Unión Europea o Brasil- o en ambiciones bélicas -desde Rusia e Irán hasta Arabia Saudita e India-.
2- Respiradores vs aviones cazas:
Pese a la hipótesis de Posen, en la historia nunca falta un líder que, agobiado por los problemas internos, busca en la guerra una vía unificación nacional ante un enemigo externo y, sobre todo, un camino de salvataje personal. Y los gobernantes de las potencias grandes y medianas están así, acosados por la mala administración del esfuerzo antipandemia, por el aluvión de muerte y contagios y por la explosión de desempleo, pobreza y recesión; eso sucede desde Estados Unidos a India y también en países autoritarios, desde China a Rusia e Irán.
Sin embargo, el salvavidas bélico no será tan fácil de usar. Junto con el empleo y el consumo, déficits y deudas públicas son dos de las mayores víctimas económicas de la pandemia; no hay gobierno que haya podido evitar apelar a ellas para impedir el colapso completo e inmediato de un país ante la parálisis de la economía, ni los usualmente estrictas y prolijas como Alemania o las naciones nórdicas.
Aumentar uno y otra para emprender una aventura bélica hoy o en los próximos años suena, por lo menos, alocado. Se insinúa, además, poco posible ante otro legado del coronavirus: el debate sobre la salud pública y su prioridad en los presupuestos del mundo. Y en esa discusión, el gasto en defensa será uno de los mayores afectados, según ya prevén algunos especialistas.
"Gastar billones de dólares en costosos programas militares será cada vez más difícil de justificar", escribió esta semana Stephen Walt, prestigioso experto en relaciones internacionales, en la revista Foreign Policy.
Ese debate ya empieza sentirse en Estados Unidos, donde Donald Trump convirtió su creciente gasto militar en un arma de campaña. El presupuesto que Washington destina a su defensa, unos 705.000 millones de dólares en el año fiscal 2021 (poco menos que dos PBI argentinos), es igual o mayor al que dedican los siguientes 10 países con mayores gastos militares juntos. Pese a su tamaño, no es mayor que el presupuesto para la salud, que alcanzará los 1,3 billones de dólares en el año fiscal 2021.
Sin embargo, hoy ese gasto en salud parece insuficiente frente al resultado de la pandemia hasta ahora. En tres meses murieron 102.300 personas por coronavirus, 1000 personas más que las que fallecieron en las últimas cinco guerras de Estados Unidos, desde la de Corea hasta la de Irak (101.732).
Con esos números, otras cifras adquieren una luz potente. En el presupuesto del año fiscal 2021, el Pentágono incluyó la compra de 79 cazas F-35, 89 tanques M1 Abrams y dos destructores. Con los 11.500 millones de dólares de los 79 cazas, podría haber haber comprado 221.200 respiradores, bastante más que los que los gobernadores le reclamaron con insistencia a Donald Trump para los agotados hospitales de varias áreas y ciudades, desde Brooklyn hasta Boston y Detroit. Con los 3500 millones de los destructores, podría haber adquirido casi 30.000 camas de hospital.
La defensa de un país es tan importante como la salud; ambas son esenciales para la subsistencia. Pero la primera siempre opaca a la segunda en la política pública; no solo en Estados Unidos, también en Venezuela, Colombia, Brasil, Francia, Alemania, Rusia o cualquier nación con intereses más allá de sus fronteras.
Pandemia mediante, es probable que la defensa ceda su protagonismo ahora a la salud pública.
3- La cooperación internacional agoniza pero no murió:
La pandemia no solo puso a prueba las políticas nacionales de salud pública sino también la estrategia internacional. Si los resultados de las primeras fueron en su mayoría malos, el de la segunda fue inexistente, simplemente porque no hay una estrategia común de los países ante un adversario que sí comparten, el coronavirus. La muestra urgente de eso es la lucha en torno a la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esa falta de cooperación internacional para enfrentar un rival común a la salud del mundo no es más que el reflejo de la ausencia de liderazgos y de una fragmentación que no es nueva pero que creció exponencialmente con la epidemia. La falta de acuerdo entre los gobiernos es hoy una de las mayores trabas para solucionar no solo la pandemia o la recesión global sino temas que le sobrevivirán a ambas, el cambio climático, la desigualdad, las migraciones masivas.
En los primeros meses de la pandemia esa incapacidad de acuerdo llegó incluso a amenazar a uno de los mayores experimentos de cooperación, consenso e integración internacional de la historia, la Unión Europea (UE). El sur, golpeado y empobrecido por el virus, reclamaba ayuda al bloque en forma de deuda mutualizada. El norte, menos afectado, más rico y siempre suspicaz de la prodigalidad del sur, se negaba. El desacuerdo estuvo a punto de ser el acta de defunción de la UE, hasta que hace diez días Alemania y Francia dieron un paso al frente y sellaron el acuerdo para asistir a Italia y España. Fue un acto de supervivencia de la UE que también le muestra el mundo que no toda la búsqueda de acuerdo entre países está muerta.
4- La democracia sí ganó:
Corea del Sur votó en elecciones parlamentarias en plena pandemia. Alemania tiene una de las más bajas tasas de mortalidad del coronavirus. Dinamarca fue el primer país europeo en reabrir colegios y la economía. Australia tuvo una cuarentena flexible y, aún así, registró pocos contagios y menos muertes. Uruguay tampoco aplicó un confinamiento estricto y es el caso de mayor éxito en América Latina. A simple vista, la mayor coincidencia entre todos esos países es que son democracias liberales consolidadas.
Sí, la China de Xi Jingping quiere exportar su modelo autoritario como paradigma de éxito para el mundo que viene. Sí, las mayores democracias del mundo –India, Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, México, Indonesia- sucumbieron hace unos pocos años a la tentación populista, una avanzada comandada por líderes más apegados al autoritarismo que a la democracia y un movimiento que pareció ponerle plazo de vencimiento a las democracias liberales. Pero todos ellos fueron desnudados por la pandemia: secretismo en China; aluvión de muertes en Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil y México, y una recesión histórica en India.
El coronavirus abrió el camino para la aceptación del "gran hermano" antivirus en Occidente o de la discrecionalidad sin controles de los gobiernos. Pero en ese debate, hay un ganador, una de esas historias de éxito que tanto encandila a los occidentales: las naciones que mejor enfrentaron la peor crisis del siglo XXI son democracias.
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