Paradoja. El "milagro económico" de Perú, inmune a las recurrentes tormentas políticas
Pese a los escándalos de corrupción y los choques de poderes, desde hace 20 años el país sostiene su crecimiento gracias al consenso en el equilibrio fiscal, la apertura y las inversiones
En Perú es difícil saber si los presidentes terminarán sus mandatos o si el mes próximo estarán en la cárcel. Lo mismo con los miembros del Congreso. Los presidentes son declarados "incapaces" y las Legislaturas son "disueltas". Pero ese estado de situación contrasta con la firmeza de la economía, un foco de envidia para América Latina.
En los últimos 20 años, Perú creció a un promedio del 5% anual, contra el 2,7% de la región, lo que hizo que se hablara de un "milagro económico". No importa si un presidente renuncia por fax, otro se escapa a Estados Unidos y otro se va del poder antes de un juicio político. O si, como sucedió esta semana con Martín Vizcarra, el presidente disuelve el Congreso y convoca a elecciones legislativas.
La palabra recesión no parece estar en el vocabulario del Perú del siglo XXI. Lo mismo pasa con déficit, deuda, inflación y otros jinetes del Apocalipsis. El dólar, estable; la bolsa, en alza.
Crecieron el nivel de empleo y los ingresos, lo que redujo la pobreza del 52,2% en 2005 al 21% en 2018, una de las mayores bajas en la región. Y cuenta con reservas internacionales de 68.000 millones de dólares, equivalentes al 35% del PBI. Las reservas del Banco Central argentino, en contraste, rondan los 48.100 millones de dólares, con un PBI que -según el FMI- sería de 477.000 millones este año.
¿Cómo se explica este florecer en medio de las turbulencias políticas? El que ayer era presidente mañana puede ser presidiario. Pero, al revés de otros países, y contra toda intuición, en Perú un derrumbe no lleva al otro. Los juegos de poder y los conflictos de los políticos no conducen al caos de la economía como consecuencia natural.
Claro que hubo altibajos. Se pasó de la expansión del 6,1% anual entre 2002 y 2013 al 3% en 2014, y al 4% en 2018. Este año sería de entre 2,5 y 3%, por defectos propios y por el contexto internacional adverso que marca la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Pero ni en las peores circunstancias, tanto en los terremotos políticos locales como en las crisis financieras ajenas, la economía bajó los brazos. Una vez que Perú encontró el rumbo, nunca más apagó los motores.
"La economía es mucho más sólida que la de otros países, como por ejemplo la Argentina. Hay equilibrio macroeconómico tanto en el campo monetario como en el fiscal. El Banco Central es muy fuerte, muy autónomo, y eso le da gran estabilidad cambiaria y una inflación muy baja. Por otro lado, la economía está muy abierta, hay tratados con muchos países. Sobre esto hay un consenso de todos los sectores", dijo a LA NACION el politólogo Alfredo Torres.
El equilibrio macroeconómico como eje de consenso. La apertura y los tratados, también consensuados. Así fluyó la inversión extranjera, sobre todo en minería, la veta dorada del éxito, aunque también en eso el país fue más allá de la media regional y diversificó sus exportaciones.
Del otro lado están China y los mercados asiáticos, ávidos clientes en los que Perú orienta el 47% de sus exportaciones. Al mismo tiempo crece el mercado interno y se multiplican los pequeños negocios privados. Aunque en ese rubro sigue reinando la informalidad, una de las muchas materias pendientes.
Mientras eso sucedía, la escena política daba el ejemplo contrario. Los presidentes que acompañaron el crecimiento en esos mismos 20 años, tarde o temprano se metieron en problemas por denuncias de corrupción, siempre vinculadas de alguna manera con la constructora brasileña Odebrecht.
Alan García (1985-1990 y 2006-2011), el caso más trágico, se suicidó en abril pasado, horas después de que un juez ordenara su detención por diez días. Alejandro Toledo (2001-2006), que se fugó a Estados Unidos, fue detenido en California y aguarda en la cárcel mientras dura el proceso de extradición.
Ollanta Humala (2011-2016) y su mujer, Nadine Heredia, pasaron nueve meses en prisión preventiva. Y Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018) debió renunciar cuando el Congreso, de mayoría opositora, estaba a punto de destituirlo. También Keiko Fujimori, líder de la oposición, está en prisión preventiva.
Por otro lado, el Congreso acaba de ser disuelto por Vizcarra, en el escándalo institucional más serio desde la caída del padre de Keiko, Alberto Fujimori (1990-2000). El "Chino" cumple una condena de 25 años de cárcel por delitos de lesa humanidad durante su gobierno, una autocracia que terminó de manera caótica.
"La crisis política que suscitó la caída de Fujimori fue mucho más grave que la actual. Aun así ese año crecimos el 1%. Y en 2009, mientras la mayoría de las economías de la región caían en recesión, Perú volvió a crecer 1%", dijo a LA NACION el economista Juan José Marthans, que destacó la resiliencia del país pese a los estragos de sus líderes.
Claro que no todo lo que brilla es oro. Ni siquiera el legendario oro peruano. La economía sobrevivió a las convulsiones políticas, es cierto, pero no logró salir indemne. Según coinciden los expertos lleva seis años de desaceleración, por debajo de su crecimiento potencial.
En ese tiempo quedaron en el aire reformas claves, en buena medida por la corrupción, la ineficiencia, las luchas de poder o distintas combinaciones de esos factores.
"¿Cómo es posible que tengamos un Estado obsoleto y carente de eficiencia? El problema no es la falta de recursos financieros, sino que no existe capacidad de gestión en ciertos ámbitos del sector público", tronó Marthans, que distribuyó equitativamente las culpas entre el Ejecutivo y el Legislativo, los dos entregados a la inacción.
"La reforma laboral, del sistema de pensiones, de la educación, de la salud, toda una ola de reformas de segunda generación está pendiente en Perú", agregó el analista sobre el paso del crecimiento al desarrollo.
A largo plazo, ni siquiera la invencible economía peruana escaparía de un escenario de permanente hostilidad entre las facciones de la clase dirigente. Todo depende de cuánto se extienda el conflicto entre Vizcarra y los legisladores de la oposición, que intentan resistir al decreto que disolvió el Congreso.
"Pero cuánto la afecta este conflicto dependerá de cuánto dure la incertidumbre. Si se disipa en cuatro o seis semanas, el impacto es mínimo, marginal", señaló a LA NACION el economista Jorge González Izquierdo. "Pero si dura cuatro o cinco meses, ahí sí que se sentirá", advirtió.
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