Para Ucrania, la Hungría gobernada por Viktor Orban implica otro vecino problemático y autoritario
La tensión de Kiev con Budapest aumenta continuamente; el mandatario húngaro mantiene estrechos lazos con Rusia para seguir recibiendo petróleo y emplea tácticas del Kremlin en la frontera
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MUKACHEVO, Ucrania.- Un líder autoritario, conocido por perseguir a la oposición y usar a los medios nacionales como su micrófono personal, insiste en que los ucranianos que hablan su lengua necesitan protección y asistencia financiera, y permite que su gobierno les extienda pasaportes, ilegalmente, a ciudadanos ucranianos.
Los habitantes de las ciudades fronterizas se informan a través de la televisión extranjera, no sienten más apego por Kiev que por la capital de la nación vecina, y los enfurece ver que las autoridades ucranianas desmantelan los monumentos de su legado regional. Por extraño que parezca, no estamos hablando de la influencia de Rusia en Ucrania Oriental. De hecho, se trata del rol de Hungría en el oeste de Ucrania.
Las tensiones entre Kiev y Budapest, que comparten una frontera de 140 kilómetros, no son de la magnitud del conflicto de Ucrania con Rusia, que ya ingresaron en el décimo mes de una guerra mortal y devastadora.
Pero el primer ministro húngaro, Viktor Orban, es otro vecino sumamente problemático para Kiev: mantiene afectuosos lazos con el presidente Vladimir Putin, bloquea sistemáticamente las sanciones de la Unión Europea contra Moscú, e insiste en que se debe presionar a Ucrania para que negocie un acuerdo de paz.
Aunque Hungría es parte de la OTAN, Orban se ha negado a permitir el transporte de armas occidentales a través del territorio húngaro. Podría decirse que es el eslabón más débil del esfuerzo por mantener el apoyo internacional a Ucrania, y eso le otorga poder de presión tanto en Kiev como en Bruselas y Washington.
Andras Racz, un experto en Hungría y Rusia del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, dice que la razón es simple: Hungría no tiene costas marítimas, y por lo tanto depende del petróleo y el gas rusos baratos, lo que a su vez permite que Orban mantenga planchados los precios de la energía y así sumar votos.
“La actitud de Orban desde febrero responde a consideraciones políticas internas”, dice Racz. “En pocas palabras: todo es para no irritar a los rusos y no para darles el menor pretexto para cortar el flujo de gas o petróleo”. Si lo hicieran, apunta Racz, “sería un desastre económico para Hungría”.
La relación de Orban con el presidente ucraniano Volodimir Zelensky se fue enfriando con el transcurso de la guerra, y ambos han mantenido enfrentamientos públicos: Zelensky lo acusó de insensibilidad e indiferencia ante el sufrimiento de los ucranianos, algo que Orban niega.
Hungría recibió a más de un millón de refugiados de guerra ucranianos y entregó cientos de millones de dólares en ayuda humanitaria a Ucrania. Pero Orban, un defensor de la “democracia cristiana iliberal” y héroe de los populistas de ultraderecha, cultiva su propia marca de nacionalismo húngaro revanchista, y hasta ha dejado traslucir que algún día podría intentar recuperar las tierras húngaras en Ucrania.
El mes pasado, Orban fue fotografiado durante un partido de fútbol luciendo una bufanda que tenía impreso el mapa histórico de Hungría, que incluye partes de la actual Ucrania y otros países vecinos. Las autoridades ucranianas convocaron al embajador de Hungría en Kiev para que diera explicaciones sobre esa imagen y emitieron un comunicado en el que se quejaron de que las acciones de Orban “no contribuyen a las buenas relaciones entre dos países vecinos”.
Las tensiones entre ambos mandatarios estallaron en marzo, un mes después de iniciada la guerra, cuando Zelensky acusó a Orban por su reticencia a imponerle sanciones a Rusia, incluso después de la destrucción de la ciudad de Mariúpol.
En un mensaje en video a los líderes de la Unión Europea, Zelensky dijo: “Escuche, Viktor, ¿usted sabe lo que está pasando en Mariúpol? ¿Y todavía duda si imponer sanciones o no? ¿Y duda si comerciar con Rusia o no? No hay tiempo para dudas. Ya es hora de que se decida”.
En las elecciones nacionales de abril, tras postularse con una plataforma de no intervención en la guerra y ser reelegido por amplio margen, Orban habló de Zelensky como un “oponente”, en una lista donde también incluyó a los “burócratas de Bruselas”, “el imperio Soros” y “los medios de comunicación hegemónicos internacionales”.
En noviembre, la presidenta de Hungría, Katalin Novak, miembro del Fidesz, el partido de Orban, visitó Kiev como muestra de apoyo. Pero este mes, Hungría bloqueó temporalmente la aprobación de un préstamo de emergencia de la UE para Ucrania de 19 millones de dólares. Lo mismo hizo Budapest con el boicot al petróleo ruso impulsado por la UE.
Orban dijo por Twitter que su supuesta reticencia a ayudar a Ucrania era una “noticia falsa”, pero agregó que los préstamos deberían ser otorgados por cada país de manera bilateral, y no por la UE.
El miércoles pasado, en la conferencia de prensa de fin de año, Orban dijo que “la mayor parte de Europa” había sido “arrastrada” a meterse en la guerra, e insistió con su reclamo de que Ucrania se siente a negociar con Rusia. El primer ministro agregó que los países que suministran armas estaban metidos “hasta los tobillos” en la guerra, y que los que la financian plenamente “están hasta el cuello”.
“Esta no es nuestra guerra”, aseveró Orban.
“Hungría histórica”
Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, Hungría perdió casi dos tercios de su territorio. Actualmente, más de 2 millones de húngaros viven en el extranjero, unos 130.000 de ellos en Ucrania.
La mayoría vive en Transcarpacia, una zona pobre y mayormente rural de las laderas occidentales de los Cárpatos que una vez perteneció a Hungría, pero son una pequeña minoría de los 1,3 millones de habitantes de la región, y en un porcentaje diminuto en comparación con los 4 millones de personas de etnia rusa que vivían en Ucrania antes de 2014.
De todos modos, y a pesar del pequeño número de habitantes de origen húngaro, la región se ha convertido en un foco de tensiones entre Kiev y Budapest: para Orban, la defensa y el apoyo a las comunidades húngaras ha sido una pieza fundamental de la gobernabilidad.
Según un sondeo realizado en octubre por la encuestadora ucraniana Rating, alrededor del 40% de los ucranianos consideran que Hungría es una “nación enemiga”, en tercer lugar después de Rusia y Bielorrusia.
En Transcarpacia, ese disgusto puede tomar una forma concreta. En octubre, las autoridades de Mukachevo, una localidad ucraniana situada a media hora de auto de la frontera húngara, desmantelaron una gran estatua de un turul, un ave de la mitología húngara parecida a un halcón.
La estatua de bronce oscuro tenía casi 5 metros de altura, pesaba cerca de una tonelada, y desde 2008 se encontraba en lo alto de una de las torres del Castillo Palanok, una imponente fortaleza que alguna vez fue hogar de la nobleza húngara. La estatua era un símbolo del pasado húngaro de Transcarpacia y un recordatorio de los cálidos lazos que alguna vez unieron a Kiev con Budapest.
Hoy, sin embargo, la estatua yace en cuatro pedazos, detrás de una puerta cerrada con candado en el castillo. En su lugar colocaron un enorme “tryzub”, el tridente que es el símbolo nacional de Ucrania. Los funcionarios de Mukachevo aseguran que la estatua pronto volverá a ser montada como parte de una exhibición sobre la historia de Transcarpacia. Pero aclaran que nunca más volverá a ocupar un lugar destacado en la ciudad.
“Solo debería haber símbolos ucranianos”, dice el alcalde de Mukachevo, Andriy Baloha. “Transcarpacia es tierra ucraniana: lo fue, lo es y lo será. Y este es un mensaje para el gobierno húngaro”.
El ministro de Relaciones Exteriores húngaro, Peter Szijjarto, calificó el incidente de “provocación innecesaria” y convocó al embajador de Ucrania para que diera explicaciones. El gobierno de Kiev pareció querer tomar distancia del asunto.
“Escupieron sobre el alma de cada húngaro”, dice Sandor Shpenik, director de la Asociación Democrática Húngara de Ucrania en Uzhgorod, la ciudad más grande de Transcarpacia.
Algunos creen que el desmantelamiento del turul puede volverse un tema espinoso en el futuro, si los funcionarios húngaros o los grupos de extrema derecha deciden insistir con ese tipo de medidas. Por ahora, el incidente pone al desnudo la fragilidad de las relaciones entre Kiev y Budapest, que hasta pueden quebrarse por la acción de un funcionario local o por la bufanda que elija ponerse un presidente. También subraya el desafío que enfrenta
Zelensky a la hora de mantener la unidad de un país tan diverso como el suyo desde el punto de vista étnico, político y religioso.
Por David L. Stern y Loveday Morris
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)
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