Para salvar a Occidente y al mundo musulmán hay que derrotar a EI en todos los frentes
LONDRES.– La matanza de París, que se adjudicó Estado Islámico (EI), constituye, como declaró el presidente francés, François Hollande, "un acto de guerra". Como tal, bajo el artículo 5° del Tratado del Atlántico Norte, exige una respuesta colectiva de todos los Estados miembros de la OTAN. "Las partes convienen en que un ataque armado contra una o varias de ellas, ocurrido en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas", dice el artículo
Los líderes de la alianza atlántica ya discuten cuál debería ser esa respuesta. Hollande se comunicó con el presidente Obama. Otros miembros de la OTAN, como Alemania y Canadá, ya expresaron su solidaridad. Pero la indignación y la furia, aunque justificadas, no alcanzan.
Tras la matanza de por lo menos 132 personas en París, la única respuesta adecuada es la militar y el único objetivo acorde con la actual amenaza es la aniquilación de EI y la eliminación de sus bastiones en Irak y Siria. No se puede permitir que esos terroristas sigan controlando un territorio desde donde planear, organizar, financiar y dirigir su barbarie.
Hollande no dudó en afirmar que los ataques fueron "preparados, organizados y planeados desde el exterior, con complicidades locales". EI, o una de sus filiales, también se atribuyó el reciente derribo de un avión de pasajeros que costó 224 vidas. Para Estados Unidos y Gran Bretaña, esas acusaciones son convincentes.
Fue un error desestimar a EI por considerarlo solo una amenaza regional: su amenaza es global. Cuando es basta, es basta. Hay cierta clase de maldad a la que no debe dársele terreno para echar raíz. "Esto no es de humanos", dijo el papa Francisco en referencia a los ataques. En cierto sentido, tiene razón. Pero la historia enseña que los seres humanos son capaces de una maldad infinita. Y si nadie la enfrenta, crece.
Para derrotar a EI en Siria e Irak harán falta fuerzas de la OTAN en el terreno. Tras las prolongadas e inconcluyentes intervenciones de Occidente en Irak y Afganistán, es razonable preguntarse si no sería una locura. También es razonable preguntarse, y muchos lo harán, si una acción militar no terminará empujando a más musulmanes a enrolarse en EI, mientras se siguen perdiendo vidas y dilapidando recursos. Nos repetimos la vieja panacea tranquilizadora que afirma que el terrorismo nunca puede ser definitivamente derrotado.
Esos argumentos son seductores, pero debemos resistirnos. Una guerra aérea contra EI no sirve para hacer lo que hay que hacer. Los ataques de París ocurren cuando la campaña de bombardeos ya lleva meses, y sin resultados. Las superpotencias, incluidas Rusia y China, han condenado con contundencia los ataques, así que no deberían poner reparos a una resolución de Naciones Unidas que autorice una acción militar para vencer y eliminar a EI. Las potencias regionales, especialmente Arabia Saudita, también están interesadas en derrotar a un monstruo que ellas ayudaron a crear y cuyo califato imaginario terminaría destruyéndolas.
EI es escurridizo y efectivo. Su máquina de propaganda está muy aceitada y su ideología es muy atractiva para los jóvenes musulmanes que se sienten marginados y traicionados por Occidente. Esa combinación de literalismo medievalista y potencia tecnológica ha gestado un ejército de fanáticos cuyo poder de seducción no tiene fronteras. Pero en términos militares, EI está muy lejos de ser invencible. Ahora Occidente cuenta con información de inteligencia mucho más elaborada, y una prueba de ello es la casi confirmada muerte de Mohammed Emwazi, alias "Jihadi John", el jueves.
Hasta el momento, la administración de Obama sólo ha dicho que EI será derrotado, pero con decirlo no alcanza. Sin un plan que las acompañe, esas palabras suenan huecas. Y el tiempo apremia, porque tiempo es justamente lo que necesitan para pergeñar nuevas atrocidades.
Y con cada nuevo ataque aumenta el riesgo de una espiral de violencia sectaria y religiosa en el seno de las ya tensionadas sociedades europeas. El odio antimusulmán está en auge.
La matanza de París ocurre mientras cientos de miles de desesperados refugiados musulmanes sirios fluyen hacia Europa. Y no es momento de darles la espalda, sino de ayudarlos, aunque con rigurosos controles. En su gran mayoría, ellos también están huyendo de EI, así como de la violencia indiscriminada del presidente Bashar al-Assad. La política de no intervención en Siria ha demostrado ser fuente de sangre y miedo, sangre y miedo que ahora se cuelan en Europa.
La batalla será larga. El islam atraviesa una crisis feroz, desgarrado por la guerra de intereses entre sunnitas y chiitas de la región (léase Arabia Saudita e Irán), e infectado de una ideología de odio antioccidental y fundamentalismo wahabbita que ha hecho metástasis, mientras al mismo tiempo intenta adecuarse razonablemente a la modernidad.
Probablemente, esa plaga surgida en su seno sólo pueda ser vencida desde adentro, por los cientos de millones de musulmanes de bien que están tan consternados ante los atentados de París. Son ellos los que deberían alzar sus voces, sin ambigüedades.
Terminar con EI no eliminará la amenaza del terror jihadista. Pero lo mejor no puede ser enemigo de lo bueno. La receta infalible del fracaso es la pasividad. En nombre de la humanidad, ya es hora de actuar con convicción y potencia contra el flagelo de EI. Ya en el pasado la desunión y las distracciones socavaron todo esfuerzo militar de vencer a la jihad. Ahora, la unidad es factible, y con ella, la victoria.
Traducción de Jaime Arrambide
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