Para Obama, un plan con dilemas
WASHINGTON.- Más allá de la advertencia del presidente Barack Obama a Siria sobre el uso de su arsenal de armas químicas o sobre los riesgos de que ese armamento caiga en manos de extremistas, las opciones de intervención que tiene el gobierno norteamericano son limitadas, debido a lo que sus funcionarios describen como un simple cálculo: el conflicto no haría más que empeorar.
Un operativo militar norteamericano contra Siria, reiteraron anteayer funcionarios norteamericanos, podría conducir a Irán y a Rusia, principales aliados de Siria, a involucrarse a un nivel más profundo que hasta ahora. También le daría al presidente Bashar al-Assad un motivo para apelar a la animadversión popular contra Occidente, y podría impulsar a Al-Qaeda y a otros grupos terroristas que actualmente luchan contra el mandatario sirio a enfocar su atención en lo que verían como otra cruzada norteamericana en el mundo árabe.
El viceprimer ministro sirio, Qadri Jamil, lo dejó en claro anteayer en Moscú, al rechazar la advertencia de Obama y declarar que cualquier intervención militar extranjera conduciría a una "confrontación más allá de las fronteras de Siria".
Al mismo tiempo, los comentarios de Obama subrayaron el hecho de que la reticencia de Estados Unidos a intervenir también tiene sus límites. Para ello, debería mediar una amenaza a los intereses y valores norteamericanos, algo que de por sí la guerra civil interna no representa.
Debería producirse, por ejemplo, un atroz ataque con armas químicas o un traspaso de esas armas a los enemigos más radicalizados de Estados Unidos y sus aliados, incluido Israel, una situación como la mencionada el lunes por el presidente Obama.
"Lo decimos por su efecto disuasivo, pero también es una realidad", dijo anteayer un funcionario que, con la condición del anonimato, aceptó hablar sobre el debate estratégico en el seno del gobierno. "Estados Unidos no podrá mantenerse al margen si Siria empieza a usar armas químicas contra su pueblo".
El canciller sirio aseguró a fines de junio que el arsenal de armas químicas sólo sería utilizado contra eventuales invasores extranjeros y que "nunca, nunca será usado contra el pueblo sirio o contra civiles durante la crisis y bajo ninguna circunstancia".
Algunos expertos y legisladores piden a Washington que se involucre más en el conflicto, entre ellos algunos prominentes miembros del Congreso, como el senador John McCain, quien el mes pasado pidió que se intesificaran las tareas de inteligencia y que se colaborara con la creación de "santuarios", zonas seguras en las áreas bajo control rebelde. Sin embargo, la Casa Blanca enfrenta poca presión política o pública real para intervenir.
El senador McCain fue muy crítico del proceder, según él, demasiado cauteloso del gobierno de Obama en el caso de Libia, dónde sí lideró una intervención militar de la OTAN. Pero, según los funcionarios de gobierno, el conflicto en Siria se volvió mucho más complicado que el caso de Libia. El líder libio Muammar Khadafy era universalmente impopular, carecía de un ejército eficiente y de respaldo internacional, y representaba un riesgo de enfrentamiento étnico y sectario mucho menor que en el caso de Siria, donde el conflicto podría extenderse fácilmente a sus países vecinos, incluidos el Líbano, Jordania, Irak, Turquía e Israel.
Por el momento, los impedimentos legales y diplomáticos para intervenir siguen siendo insalvables. En gran medida por esa intervención en Libia, Rusia y China bloquean la autorización de las Naciones Unidas que podría conducir a una intervención militar internacional, algo que los aliados europeos, como Gran Bretaña y Turquía, reclaman como prerrequisito indispensable para una acción conjunta desde el extranjero.
Furia regional
En el Pentágono, los comandantes siguen elaborando planes para una operación, desde la instauración de una zona de exclusión aérea -como en Libia- hasta el envío de fuerzas especiales para neutralizar las armas químicas de Siria, en caso de que pretendan utilizarlas o transferirlas.
Los jefes militares advierten que, en el peor de los escenarios, harían falta decenas de miles de soldados, algo que podría desencadenar la furia en una región ya de por sí convulsionada.
La actual política del gobierno de Estados Unidos plantea intensificar la presión económica y diplomática sobre el gobierno de Al-Assad a través de sanciones, así como el ofrecimiento de ayuda humanitaria a los sirios, dentro y fuera del país, y el suministro de 25 millones de dólares en armas "no letales" a los opositores a Al-Assad, incluidos, más recientemente, los miembros del Ejército Libre de Siria. Esa ayuda en dinero sirvió para comprar equipos de comunicaciones que permiten que los opositores, armados y desarmados, coordinen mejor sus ataques y sus planes para la toma del poder.
Traducción de Jaime Arrambide
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