Para los sobrevivientes del ataque, una pesadilla que aún no termina
Describieron escenas dramáticas de asfixias y convulsiones por las armas químicas
BEIRUT.- El bombardeo que cayó a primera hora de la mañana en las zonas dominadas por los rebeldes de las afueras de Damasco era distinto de todos los anteriores. Los misiles hacían un silbido inusual.
Según cuenta Qusai Zakarya, segundos después de que uno de los misiles impactó cerca de su casa, al oeste de Damasco, ya no se podía respirar, y en su desesperación, comenzó a darse puñetazos en el pecho en busca de aire.
Mientras tanto, en las zonas rebeldes del este de Damasco, luego del ataque con un misil similar, cientos de víctimas se arrastraron en masa hacia improvisados hospitales, retorciéndose y con síntomas de asfixia. A otros los encontraron luego muertos en sus hogares, con la cara envuelta en las toallas que usaron hasta último momento para intentar protegerse.
Tras el supuesto ataque con gas venenoso del 21 de agosto, en el que habrían muerto más de 1400 personas, los testigos, sobrevivientes y médicos describieron escenas de horror que, según ellos, los atormentarán por el resto de sus días.
Los testigos dicen que no pueden probarlo, pero están firmemente convencidos de que los responsables son las fuerzas del gobierno, y creen que el ataque es coherente con la naturaleza del régimen de Bashar al-Assad, y que nadie más tiene los medios para lanzar ese tipo de armas. "Sugerir que hayan sido los rebeldes es simplemente ridículo... ¿Por qué razón iban a utilizar armas químicas en los barrios donde tienen más apoyo?", se pregunta Ammar, un vecino que dice haber sobrevivido de milagro al ataque contra Moadamiyeh, donde perdieron la vida 80 personas. Ammar tiene 30 años y se negó a revelar su nombre completo porque teme por su vida.
Los ataques con misiles se produjeron alrededor de la misma hora en dos suburbios de extremos opuestos de la ciudad: Moadamiyeh en el Oeste, y varios barrios del Este, como Zamalka, Ein Tarma y Arbeen, separados por unos 15 kilómetros de distancia.
Ammar dijo que lo despertó el bombardeo alrededor de las cinco de la mañana, justo antes de las plegarias del alba, cuando oyó un chirrido que nunca había oído, seguido por los gritos de la gente que salía a la calle frente a su departamento, en la calle Rawda. Una vez afuera, Ammar vio un gas de un leve tinte verdoso. "Me pinchaba en los ojos como agujas", recordó.
"Salí corriendo a la calle para ver lo que pasaba y me encontré con gente con distintos grados de asfixia y convulsiones. Traté de ayudar, pero en ese momento empezaron a fallarme las piernas y quedé tumbado en el piso", dijo el sobreviviente.
Ammar despertó en un hospital improvisado en un antiguo centro de la Media Luna Roja, donde pasó cinco días internado recibiendo agua, oxígeno e inyecciones de atropina, que se usa para contrarrestar los efectos del gas nervioso.
Una semana después, Ammar dice que aún no está recuperado del todo. Sufre ataques de sudor frío, agotamiento, alucinaciones y secreción nasal. Lo peor, según dice, son las pesadillas.
"Ya no duermo. Sigo viendo gente moribunda, y las escenas del hospital, con personas que se retuercen y echan espuma por la boca. Eso no se olvida más", dijo Ammar.
Su padre, que se identificó con su seudónimo Abu Ammar, se encontraba en la cercana mezquita de Al-Rawda con un reducido grupo de personas, a la espera de la plegaria del alba, cuando cayeron los primeros proyectiles. Dice que algunos fieles salieron a la calle y volvieron corriendo de inmediato, gritando "¡Químicos, químicos!".
Abu Ammar mojó con agua un trapo, se envolvió con él la boca y la nariz y salió a la calle. "Vi al menos a siete personas tendidas de espalda, totalmente inmóviles", recordó.
Zakarya cuenta que los cohetes caían emitiendo un extraño silbido "como una sirena". Sus amigos lo llevaron al hospital, donde vio decenas de personas, muchas en ropa interior, amontonadas en pasillos y habitaciones, mientras los médicos y las enfermeras les suministraban agua.
Según dijo, los médicos les tiraban agua encima para evitar la contaminación.
Los que estuvieron expuestos al gas por más tiempo, muchos de ellos niños, ya fueron ingresados al hospital sin vida.
Traducción de Jaime Arrambide
Bassem Mroue y Zeina Karamagencia
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