Para Londres, un ejercicio de libertad
LONDRES.– Un rumor circula con insistencia sobre la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos del próximo domingo. El director de cine Danny Boyle y su equipo tendrían preparada una megaproducción destinada a dejar al desnudo los defectos y las debilidades de los británicos, que quedaron fuera de la exitosa apertura.
La versión es probablemente una humorada, de las muchas que amenizan el debate desatado en los medios y las redes sociales sobre el significado de las cuatro horas de fanfarria que maravillaron a una audiencia global estimada en 4000 millones de personas.
Hay varios elementos, sin embargo, que le dan al trascendido cierta credibilidad. Boyle forjó sus credenciales profesionales como director de películas de tono contestatario, empezando con Trainspotting, el derrotero de dos grupos de adictos a la heroína sin la más mínima ambición en la vida, y ¿Quién quiere ser millonario?, la odisea de un mendigo de Bombay que alcanza fortuna en un programa de televisión.
Su designación como maestro de ceremonias ya dice algo sobre las intenciones de sus responsables. El Londres que se muestra en estos Juegos al resto del planeta no es el digno de postal de Notting Hill o el elitista de Cuatro bodas y un funeral de los talentosos cineastas Richard Curtis y Mike Newell, respectivamente.
Tessa Jowell, ministra de Deportes cuando la capital británica ganó la candidatura para ser sede, en 2005, dice que su gobierno –el del laborista Tony Blair– dio una sola consigna a los organizadores: que éstos fueran "los Juegos más democráticos de la historia". Menudo desafío. La forma en la cual se cumplió la premisa fue con la interpretación de ese concepto de manera diametralmente opuesta a la de China, el anterior anfitrión.
La inauguración británica no fue un evento protagonizado por enormes masas regimentadas y adiestradas para ofrecer un mensaje uniforme de grandeza económica y tecnológica. Fue una celebración de la asociación del individualismo creativo, de la autocrítica, de la capacidad de reírse de uno mismo, del inconformismo y del desparpajo, del pluralismo y la diversidad. En síntesis, un ejercicio de libertad ante los ojos del mundo, emprendido por 7000 voluntarios provenientes de todos los estratos sociales.
La primera imagen que acaparó la arena del estadio fue la "verde y placentera" tierra inglesa del poema "Jerusalem", de William Blake, más cercana a la bucólica campiña de la Tierra Media de J.R.R. Tolkien en El señor de los anillos que a la cruda realidad de la vida rural de Lejos del mundanal ruido, de Thomas Hardy. Fue quizás una forma de acentuar el impacto traumático de la industrialización, marcado con la subsiguiente irrupción en escena de humeantes chimeneas como las erigidas por los continuadores de Isambard Kingdom Brunel, el innovador ingeniero de las grandes líneas de ferrocarril, entre otras obras de infraestructura, quien fue interpretado para la ocasión por Kenneth Branagh.
"Lo más cercano a una religión"
A su turno, desfilaron hombres y mujeres en recuerdo de los Cartistas del siglo XIX, el primer movimiento obrero del mundo, y de las sufragistas, a cuyo sacrificio hay que atribuir no sólo el voto femenino, sino el hecho de que, tantos años más tarde, éstos sean finalmente los primeros Juegos donde todos los países tienen al menos a una mujer en su delegación.
El homenaje a Tim Berners Lee, el inventor londinense de la World Wide Web, y numerosas referencias a la popularización de la revolución digital tuvo por fin socavar la imagen de una Gran Bretaña aferrada a glorias del pasado.
Isabel II jugó un papel estelar en ese sentido. La aventura en helicóptero de la reina con el agente 007 (Daniel Craig) fue probablemente la primera actuación histriónica de un jefe de Estado que no terminó en ridículo y un ejemplo más del poder de aggiornamento de la monarquía.
La secuencia que generó más comentarios en los días siguientes fue el tributo a lo que un ministro de Economía de Margaret Thatcher, Nigel Lawson, una vez describió como "lo más cercano a una religión" para los británicos: el Servicio Nacional de Salud. Por más que fue establecido por el primer gobierno laborista de la posguerra, el principio de la salud gratuita ya no reconoce banderías políticas y es motivo de gran orgullo nacional. No en vano éste fue el único sector exceptuado de los recortes presupuestarios del primer ministro conservador David Cameron.
Lo que está en debate es si la prestación de este servicio debe continuar en manos públicas o pasar paulatinamente al sector privado, como quiere la actual administración. La participación en la escena musical de 600 médicos, enfermeras y pacientes del hospital infantil Great Ormond Street fue interpretada como un llamado a preservar la integridad del Estado de bienestar.
Pero Cameron y su correligionario, el alcalde de Londres, Boris Johnson, se distanciaron de comentarios hechos en Twitter por el parlamentario Aidan Burley (suspendido recientemente del Partido Conservador por asistir a una fiesta neonazi), para quien todo había sido "una basura multicultural izquierdista."
La recesión golpea duro a quienes pagarán los 34 millones de euros que costarán los festejos; de eso, no caben dudas. Fue a ellos a quienes el máximo responsable del comité organizador, el ex atleta y parlamentario Sebastian Coe, transmitió una arenga digna de Churchill: "Nos tocó ser sede de los Juegos en tres ocasiones (1908, 1948, 2012) y en cada una enfrentamos turbulencias y problemas. Esta vez también las superamos".
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