Para Carlos III, la coronación es el primer paso de una monarquía en la cuerda floja
El rey se propone hacer que la institución sea más accesible e inclusiva, pero su popularidad sigue en baja
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LONDRES.– Está bueno ser rey, pero es un camino minado, como lo descubrió el rey Carlos III la semana pasada, al enterarse de que los organizadores de su coronación habían invitado a millones de británicos a prestar un juramento de honor al monarca durante su ceremonia de coronación.
“Un garrafal error de juicio”, disparó Graham Smith, de la agrupación República, que impulsa la abolición de la monarquía. “Discordante y hasta impropio”, posteó Anna Whitelock, experta en monarquía de la Universidad de la City de Londres. “Algo más propio de una República Popular Estalinista”, descerrajó el columnista Mick Hume.
El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, que presidirá el servicio religioso, insistió en que el juramento sería enteramente voluntario, y que fue pensado como un gesto democratizador: durante la coronación de Isabel II, en 1953, solo los miembros de la aristocracia juraron lealtad.
Tales son los problemas que acucian a Carlos mientras se prepara para su coronación, la primera en 70 años en Gran Bretaña. Según los observadores de la realeza, en los siete meses que pasaron desde su ascenso al trono, el rey ha trabajado para que la monarquía sea más accesible, más inclusiva y con mirada al futuro. Sin embargo, en esta sociedad laica, multiétnica y digitalizada, los vetustos rituales y la parafernalia de la coronación son un recordatorio patente de que la corona es básicamente un anacronismo.
Mientras el Palacio de Buckingham les pasa el plumero a las reliquias reales –espadas brillantes y cetros enjoyados, el orbe crucífero del soberano y un carruaje dorado–, Carlos, de 74 años, camina por la cuerda floja entre la tradición y la contemporaneidad. Quienes lo conocen dice que es perfectamente consciente de que tiene que adaptar la institución monárquica a una sociedad que no necesariamente se opone a tener un rey, pero que siente que la parafernalia de la realeza se ha vuelto intrascendente.
Su socio en ese proyecto es su hijo de 40 años y heredero al trono, el príncipe Guillermo. Según las mismas fuentes, padre e hijo se han acercado mucho desde el penoso quiebre entre ambos y el príncipe Harry, el hijo menor de Carlos. Ahora, Carlos y Guillermo son el núcleo de una familia real achicada, que según sus defensores le costará mucho menos al erario público británico.
“Con Carlos y Guillermo a la cabeza, todos van a tener que trabajar todavía más para seguir siendo relevantes”, dice Paddy Harverson, exsecretario de Comunicaciones de Carlos entre 2003 y 2014. “Carlos va a querer controlar personalmente los gastos y mejorar la relación costo-beneficio de la monarquía. Tiene licencia para cambiar las cosas, pero va a ser gradual”.
Pero los críticos advierten que el ánimo de la gente está cambiando más rápido que la monarquía. En una reciente encuesta de la investigadora YouGov, el 58% de la gente dijo que Gran Bretaña debería seguir teniendo un rey, mientras que el 26% dijo que el jefe del Estado debería ser elegido. Pero entre los encuestados de entre 18 y 24 años, menos de un tercio estuvo a favor de conservar al monarca.
El humor de la gente
“Subestiman por completo el cambio de humor de la gente”, dice Catherine Mayer, autora de una biografía de Carlos. “Lo que estamos presenciando no es el fin de la monarquía, sino el fin de la monarquía popular”, señala Mayer.
Y parte del problema es el propio Carlos, que a lo largo de una vida documentada hasta el hartazgo, pasó de jovencito desgarbado a hombre maduro de Estado. Pero en palabras de Mayer, Carlos sigue siendo una figura polarizante, están los que lo quieren y los que no. Eso lo distancia de la reina Isabel, adorada como figura unificadora, que presidía serenamente más allá de la política, como un contrapeso intemporal de la agitación permanente de la democracia parlamentaria británica.
En su breve reinado, Carlos ya se vio arrastrado al barro político. En febrero, recibió en el Castillo de Windsor a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pocas horas después de que la funcionaria firmara un acuerdo con el primer ministro Rishi Sunak, para poner fin a una disputa comercial con Irlanda del Norte.
Quienes se oponían al acuerdo dicen que el rey permitió que el gobierno lo utilizara. La oficina del primer ministro le puso el nombre de Marco de Trabajo Windsor, que según algunos le imprime indebidamente al acuerdo una especie de aprobación del monarca, ya que Windsor no solo es el nombre de una de las propiedades del rey, sino su apellido.
Hace seis meses, poco después de ascender al trono, Carlos aceptó a regañadientes el consejo de Liz Truss, predecesora de Sunak, de no asistir a la conferencia sobre cambio climático de la ONU en Egipto, a pesar del histórico compromiso del rey con las cuestiones medioambientales.
Esos episodios dan un panorama de los desafíos que enfrentará Carlos durante su adaptación a la vida apolítica de un monarca, un ferviente defensor de causas como la agricultura orgánica y la arquitectura tradicional. Según sus colaboradores, Carlos es un lector voraz, y aborda cualquier debate público con mirada de abogado del diablo. Su excolaborador Mark Bolland una vez lo describió como “un disidente que trabaja contra el consenso político dominante”.
Los analistas de la monarquía predicen que Carlos encontrará otras formas de canalizar su activismo, tal vez fomentando las bellas artes más que su madre, cuyo interés personal apuntaba mayormente a la cría de caballos de carreras.
“Está convencido, incluso más que la reina, de que la monarquía debe demostrar su utilidad”, señala Vernon Bogdanor, experto en monarquía constitucional. “Y en gran medida aplicará el poder blando”.
De todos modos, el “poder blando” del rey tiene sus límites, incluso en el Commonwealth. A las excolonias británicas las irrita cada vez más tener al monarca como jefe de Estado, y con la muerte de la muy admirada reina, Jamaica y otros países están decididos a desvincularse de la familia real.
Tampoco es probable que Carlos iguale la popularidad de su madre dentro de Gran Bretaña. En un sondeó de YouGov de principios de 2023, la reina fallecida en septiembre cosechó un 80% de opiniones favorables, mientras que Carlos obtuvo un 55% de aprobación, detrás de su hermana, la princesa Ana, de su hijo Guillermo, y de su nuera Kate.
De todos modos, la cifra de Carlos es muy superior a las de la mayoría de los líderes políticos británicos, y también mucho mejores que en 1996, después del fallido matrimonio de Carlos con la princesa Diana. En ese momento, su reputación pública se derrumbó tanto que muchos británicos decían preferir que la corona se salteara una generación y pasara directamente a Guillermo.
Carlos todavía tiene que hacer un movimiento estratégico para definir su reinado, según los observadores de la realeza. En sus apariciones públicas, sigue siendo la misma figura que era como Príncipe de Gales: un hombre más realista que la reina, propenso a insistir con las cosas que lo entusiasman, como la salida de las exportaciones de cereales de Ucrania, tema que dominó su visita del año pasado a una organización benéfica de ayuda refugiados ucranianos.
El juramento que anunció el arzobispo el fin de semana pasado, al que denominaron “homenaje del pueblo”, es fruto de los esfuerzos del Palacio para que la coronación fuese más relevante y ecuménica, un objetivo ambicioso si se piensa que los rituales de la ceremonia se remontan a la coronación del rey Edgar el Pacífico en el año 973 d.C. en la ciudad romana de Bath.
Los líderes de religiones no cristianas, como el judaísmo, el budismo y el sijismo, saludarán al rey antes al salir de la Abadía de Westminster y le entregarán ornamentos de gala. El arzobispo hará un preámbulo con guiños a las otras confesiones religiosas.
Al convocar masivamente al público a participar de un ritual antes reservado a la nobleza, claramente la intención del Palacio era dar una señal de apertura, y también de mostrar la magnitud del apoyo popular a la figura de Carlos. Pero en una época en la que los jóvenes están desconectados de la monarquía, esperar que le presten juramente a un rey parece fuera de la realidad.
Mark Landler
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