Para Brasil, un éxito que no despejó las dudas
RÍO DE JANEIRO.- El propio Jorge Bergoglio lo reconoció justo antes de arribar a Río de Janeiro la semana pasada: si el Papa es argentino, Dios es brasileño.
Sólo por gracia divina, sumada a la alegría natural de los cariocas, se puede entender que a pesar de las graves fallas organizativas, de seguridad y de transporte la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) haya resultado todo un éxito. Aun así, la experiencia sembró serias dudas sobre qué ocurrirá durante los dos megaeventos que Brasil recibirá los próximos años: el Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de Río en 2016.
Los problemas comenzaron no bien el Papa aterrizó en Río y, cuando se trasladaba al centro de la ciudad en un auto simple -con la ventanilla abierta por expreso pedido suyo-, se vio atrapado en el caótico tránsito carioca por un error del conductor que guiaba la delegación.
Aunque el Santo Padre había pedido estar muy cerca de la gente, se lo expuso innecesariamente a la muchedumbre, que se congregó de inmediato alrededor del vehículo y su seguridad quedó en riesgo.
Después de un mes de intensas protestas en todo el país, las autoridades tanto nacionales como estatales no supieron bien cómo reaccionar ante las marchas programadas durante la JMJ. El mismo lunes que llegó el Papa, fue la policía la que, temerosa de quedar a la defensiva, provocó los primeros disturbios con los manifestantes.
El transporte fue sin dudas el mayor problema de todos, como viene ocurriendo cada vez que la Cidade Maravilhosa es sede de algún gran evento -sea la fiesta de Año Nuevo, el Carnaval, el festival Rock in Rio o un concierto de Madonna-, o como ha sucedido recientemente a nivel nacional durante la Copa de las Confederaciones. Los medios de transporte públicos no dan abasto, no hay información clara para los extranjeros y los taxis abusan con los precios. Además, la capacidad de la red de transporte se vio claramente afectada el martes pasado, cuando un desperfecto eléctrico dejó sin las dos líneas de subte a la ciudad en hora pico.
Aeropuertos
Por otro lado, el funcionamiento de las principales terminales aéreas del país sigue dejando mucho que desear, y así como hubo problemas durante la Copa de las Confederaciones, también se presentaron largas filas, retrasos y problemas en los servicios del aeropuerto Tom Jobim de Río al principio y final de la JMJ.
Sin embargo, la falla organizativa que dejó en evidencia la falta de previsión fue la de haber planeado la misa final de cierre con el Papa en la zona rural de Guaratiba, que se inunda fácilmente. Las lluvias de los primeros días convirtieron el "Campo de Fe" en un gigantesco lodazal y al final se debió trasladar el evento a la playa de Copacabana.
A las apuradas, se preparó el famoso barrio, al que se intentó dotar de baños químicos que resultaron insuficientes, como suele ocurrir durante cada Carnaval. Ni siquiera el hecho de haber declarado feriados cuatro días de la semana de la JMJ atenuó la cantidad de gente que se desplazaba por la ciudad, que quedó patas para arriba.
El propio alcalde de Río, Eduardo Paes, reconoció que en términos organizativos la JMJ estuvo más cerca del 0 que del 10. "Tuvimos dos grandes eventos seguidos y hemos aprendidos de ambos. Estamos haciendo nuestros deberes", dijo José Monteiro, director de operaciones de la Secretaría Extraordinaria de Seguridad Pública para Grandes Eventos.
¿Conseguirán las autoridades brasileñas hacer sus deberes a tiempo o nuevamente se respaldarán en la buena onda del pueblo? Sólo Dios lo sabe.
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