Para Brasil, la época en la que pertenecer a los Brics sólo tenía ventajas parece haber llegado a su fin
Con su expansión a otros países, el bloque comercial profundiza su deriva anti-Occidente y pone a Brasil en una situación de riesgo estratégico
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Esta columna fue originalmente publicada en Americas Quarterly
NUEVA YORK.- Brasil fue uno de los cofundadores de los Brics en 2009, y desde entonces los analistas y políticos brasileños han coincidido mayoritariamente en que la pertenencia a ese bloque ha redundado en beneficios tangibles para el país, incluido un vínculo más estrecho con China. Pero ahora que se acerca la cumbre anual del bloque comercial, también empiezan a verse los costos de esa membresía. La cumbre se realizará en Kazán, Rusia, con la invasión a Ucrania atravesando su tercer año y la reputación del presidente Vladimir Putin cada vez más manchada.
La pertenencia a los Brics —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— consolidó el estatus de Brasil como potencia emergente, un relato que ha resistido notablemente bien, tomando en cuenta que la economía del país está estancada desde hace una década. Esa pertenencia también les garantizó a los gobiernos brasileños un encuentro regular cara a cara con la cúpula de la política y de la burocracia de China, que en 2009 pasó a ser el principal socio comercial de Brasil.
Hasta hace poco, el aparato estatal brasileño sabía poco y nada sobre la forma de relacionarse con China, pero esos innumerables encuentros internos de los Brics para discutir sobre temas que van desde la defensa y la educación hasta la problemática del medio ambiente ayudaron a los sucesivos gobiernos brasileros a adaptarte a un mundo menos centrado en Occidente. Lo más importante, sin embargo, y a pesar de que suele ser soslayado por los analistas occidentales, es que Brasil hizo causa común con otros miembros de los Brics para impulsar activamente la transición hacia un mundo multipolar, algo que consideran no solo inevitable, sino deseable: una evolución de los hechos que también ayudaría a contener la influencia de Washington.
Frente a todas esas ventajas, los costos de pertenecer a los Brics eran considerados despreciables, así que ni el presidente de centroderecha Michel Temer (2016-2018) ni el ultraderechista Jair Bolsonaro (2019-2022) objetaron la participación de Brasil en el bloque comercial. Muy por el contrario, hacia el final de su gobierno, Bolsonaro era un paria para casi todo Occidente, pero gracias al grupo de los Brics logró evitar un aislamiento diplomático absoluto. De hecho, los encuentros con sus colegas mandatarios de los Brics era el único foro internacional donde el expresidente brasileño de ultraderecha podía estar seguro de que no le harían planteos incómodos sobre su manejo de la pandemia, la deforestación de la Amazonia o sus infundadas acusaciones de fraude electoral.
Brasil se da de frente contra los Brics
Sin embargo, los recientes acontecimientos en el seno de los Brics podrían socavar ese consenso relativamente amplio en Brasil respecto de los beneficios de “pertenecer”. Hasta el año pasado, Brasil, junto con la India, lograron impedir exitosamente la expansión del bloque que impulsa Pekín desde 2017. Tras haberse esforzado para rechazar los intentos de China y Rusia por incluir un discurso anti-Occidente en las declaraciones de la cumbre, tanto Brasilia como Nueva Delhi temían que, de ampliarse, el grupo perdiera exclusividad y capacidad para controlar la dinámica intra-Brics. Rusia, símbolo de la creciente división entre un bloque antioccidental y otro que opta por el alineamiento múltiple —o por el no alineamiento—, intenta sistemáticamente mostrar a los Brics como un contrapeso del G-7, mientras que el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, prefiere insistir en que los Brics “no están en contra de nadie”.
Sin embargo, durante la cumbre del año pasado en Sudáfrica, China perdió la paciencia y con el apoyo de Rusia no sólo impulsó la expansión del bloque comercial, sino que también ignoró la solicitud de Brasil de no incluir a países manifiestamente antioccidentales, como Irán. Tras la decisión de la Argentina de rechazar la invitación a unirse al Brics, las democracias, que hasta el año pasado tenían una mayoría de 3-2 dentro del grupo, ahora, tras la adhesión de Irán, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Etiopía, están en franca minoría. Arabia Saudita, que también ha sido invitada, todavía no ha anunciado públicamente si se sumará y lo más probable es que espere hasta ver el desenlace de las próximas elecciones en Estados Unidos. Hoy, los Brics se van pareciendo cada vez más a un pilar del orden sinocéntrico que Pekín busca establecer, y ya no a un grupo “que no está en contra de nadie”.
La ecuación rusa
No sorprende a nadie que el presidente ruso vaya a utilizar la cumbre de Kazan para demostrar que Occidente no ha logrado aislarlo de la escena internacional tras la brutal invasión a Ucrania de febrero de 2022. Y la cumbre también puede verse como una victoria de la política exterior de Irán, un importante proveedor de los drones que utiliza Rusia en Ucrania y actualmente trabado en un tenso enfrentamiento en Medio Oriente. Es muy poco probable que Brasil y la India —y en menor medida Sudáfrica—, que aspiran a una estrategia de equidistancia entre los principales centros de poder y no desean degradar sus vínculos con Occidente, puedan evitar por completo que esta cumbre de los Brics esté marcada por un discurso tajantemente antioccidental.
Nada de eso hará que Brasil abandone abruptamente el grupo. Sin embargo, ya es común que en privado los diplomáticos brasileños expresen su preocupación por la menor capacidad de Brasil para controlar la dinámica intra-Brics y aprovechar los beneficios de su pertenencia al bloque. Y en la India, donde el gobierno ya ni se molesta por ocultar su malestar por el creciente dominio de China sobre el grupo, el resquemor es palpable. Para la cumbre del año pasado, el primer ministro Narendra Modi inicialmente había decidido participar sólo de manera virtual, para luego cambiar de opinión. Un editorial publicado en Valor Econômico, el principal diario económico de Brasil, reconoció los beneficios que le había aportado al país su pertenencia a los Brics, pero advirtió que si el bloque se convierte en un club de regímenes autoritarios con posiciones antioccidentales “está dejando de ser una fuente de oportunidades para convertirse en una fuente de riesgo”.
El año que viene le tocará a Brasil ser sede de la cumbre anual de los Brics, lo que obligará al gobierno de Lula a decidir si invita a Putin, sobre quien pesa una orden de arresto internacional emitida por la Corte Penal Internacional, de la que Brasil es miembro, una situación que deja poco margen para las ambigüedades. Para Brasil, esa época en la que pertenecer a los Brics sólo tenía ventajas, y prácticamente ninguna desventaja, parece haber llegado a su fin.
Traducción de Jaime Arrambide
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