Para Asia Central, la crisis en Afganistán es una partida de ajedrez de la que todos buscan sacar provecho
El retiro de las tropas occidentales y el éxito talibán es una nueva oportunidad para China, Rusia y Turquía de extender su influencia en la región; Paquistán, uno de los grandes ganadores
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PARÍS.- Veinte años después de haber sido expulsados, anonadaron al planeta al retomar el poder en Afganistán con la velocidad de un rayo. Los talibanes aseguran que cambiaron. Pero siguen practicando amputaciones y asesinatos a sangre fría. Y si bien nadie espera de ellos ningún cambio en materia de política interior, no sucede lo mismo cuando se mira el nuevo mapa geopolítico regional.
“Se trata del acontecimiento geopolítico más importante” desde la crisis de Crimea en 2014. Y una nueva oportunidad para China, Rusia y Turquía “de extender su influencia” en Asia Central, reconoció el jueves pasado ante el Parlamento europeo Josep Borrell, jefe de la diplomacia de la Unión Europea (UE).
En esa nueva partida de ajedrez que se juega en Asia Central hay quienes ganan y quienes pierden. O las dos cosas a la vez. Todos, sin embargo, comenzaron hace tiempo a afilar sus dagas para sacar el mejor partido de la nueva situación.
Con un perfecto cinismo, China negocia desde hace meses con los nuevos dueños de Afganistán: “Ustedes hacen lo que quieren dentro de sus fronteras, pero no se les ocurra alentar a los rebeldes uigures de China o a los fundamentalistas musulmanes en el resto del mundo. Mostrar la debilidad y la indecisión de Estados Unidos, nos sirve. Pero desestabilizar ese país no debe incluir extender el caos por el planeta”. Esa es, en resumen, la hoja de ruta que el régimen chino acordó con los dirigentes talibanes cuando recibió el 27 de julio, no lejos de Pekín, al número dos del régimen, Ghani Baradar.
China tiene, en efecto, 76 kilómetros de frontera común con Afganistán. En esa región viven los rebeldes uigures, musulmanes y sunitas, como los talibanes. Según Pekín, muchos se habrían incorporado a las filas de los nuevos amos de Kabul.
“Es necesario impedir el retorno de los terroristas e intensificar la lucha contra el movimiento islamista del Turkestán oriental”, les advirtió el ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, refiriéndose a esos independentistas de la región autónoma de Xinjiang controlada por China, también llamada Uiguristán.
El jefe de delegación talibán, Suhail Shaheen, lo tranquilizó. “Nuestro movimiento impedirá que alguien se sirva de Afganistán como retaguardia para atacar otro país. China es un país amigo, con quien trabajaremos en la reconstrucción y el desarrollo afganos”, dijo el dirigente.
En otras palabras, inmediatamente después de la cuestión de la seguridad, llegan los intereses económicos.
“Si un país quiere explotar nuestras minas, será bienvenido”, afirmó recientemente un vocero talibán a propósito del gigante chino, que obtuvo en 2017 una concesión de 3000 millones de dólares para explotar la mina de cobre de Aynak, cerca de Kabul. Pekín también incluyó a Afganistán en su megaproyecto de las nuevas rutas de la seda. Una estrategia donde todos ganan pues, contrariamente a Estados Unidos, China nunca condicionará su ayuda al respeto de los derechos humanos, mucho menos a los de la mujer.
Campeón del chiismo, Irán tiene históricas divergencias ideológicas con los talibanes, todos sunnitas. Diferencias suficientemente explosivas como para que, en 1990, Teherán buscara alianzas –incluso con Estados Unidos– para hacer frente a las amenazas de su vecino afgano.
Veinte años después, las relaciones entre Washington y Teherán son tan malas que una experiencia similar es impensable. Irán trata entonces más bien de entenderse directamente con los talibanes y sobre todo reflexiona a la forma de evitar una ola de refugiados afganos. Una reciente mejoría de la relación con Qatar, que acogió hasta ahora el buró político talibán, favoreció esa reactivación de relaciones entre ambos regímenes.
Acercamientos de Vladimir Putin
Desde que se retiró de Afganistán y el derrumbe de la Unión Soviética, el gobierno de Moscú mantiene relaciones con diferentes grupos regionales, incluidos los talibanes, a quienes habría armado en su frontera tayik, según declaraciones de militares estadounidenses. Pragmático, solo focalizado en sus intereses estratégicos, el presidente ruso, Vladimir Putin, vio rápidamente la necesidad de acercarse a esos rigoristas islamistas, que considera un mal menor comparados con el grupo Estado Islámico (EI) –enemigo jurado de ambos– cuya influencia podría extenderse a las ex repúblicas soviéticas de Asia Central. Por eso, como los chinos, tampoco dudó en recibirlos en Moscú.
Por otra parte, aun tendiendo la mano a Washington, a quien habría propuesto utilizar algunas bases rusas en Kirguistán y en Tayikistán a fin de “controlar” de lejos a Kabul, Putin no resistió la tentación de pagar con la misma moneda a los norteamericanos –que hace 40 años armaron a los mujahidines contra Moscú–, calificando de “auténtico fracaso” estos 20 años de presencia en Afganistán.
La decisión de Moscú de mantener abierta su embajada en Kabul –al igual que China y Pakistán– es una forma suplementaria de afirmar su rango. “En términos de imagen, es fundamental tanto para Pekín como para Moscú mostrar su diferencia con los occidentales”, analiza Pascale Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS).
Las cosas son menos claras para Turquía, que juega –como de costumbre– en los dos tableros.
“Cuidando su alianza con Occidente, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, también tratará de posicionarse como potencia regional”, analiza Jean Marcou, especialista del Mediterráneo y Medio Oriente.
Ankara propuso a Washington garantizar la seguridad del aeropuerto de Kabul después de su retirada gracias a sus 500 hombres en Afganistán.
“El objetivo fue mostrar que Turquía sigue siendo fiel a la OTAN”, dice Marcou. Y si Erdogan fue modificando poco a poco su posición en los últimos días con respeto a los talibanes, es ante todo por una razón: evitar la llegada masiva de refugiados.
Muro contra refugiados
Turquía es el país de la región que acoge la mayor cantidad de refugiados: cerca de cuatro millones. Para impedir una nueva ola que haría estallar la tolerancia de la opinión pública, Ankara está construyendo un muro de 295 kilómetros en su frontera con Irán.
La cuestión de los refugiados es un elemento político fundamental para el partido del presidente turco (AKP), pues la elección presidencial de 2023 se decidirá en torno a ese tema. Erdogan está convencido de que, en 2019, la pérdida de ciudades como Ankara y Estambul se debieron a la cuestión migratoria.
Pero el gran ganador con el retorno triunfal de los talibanes es, sin duda alguna, Paquistán. Ese país, que reivindica su pertenencia al islam fue uno de los únicos que reconoció la legitimidad de los talibanes en el poder hasta 2001. Los financió y los formó a través de sus servicios secretos (ISI) y sus fuerzas armadas, y no está dispuesto a perder su influencia en un país que aumenta su profundidad estratégica frente a su enemigo jurado, la India. La nueva situación también refuerza sus lazos con China, víctima de la misma fijación antiindia.
El resultado es la espectacular derrota de la India, que en estos últimos años apostó todo a su alianza con Estados Unidos y se ve ahora recompensada con un Afganistán servido en bandeja de plata a su enemigo existencial.
Resumiendo, no son los talibanes que cambiaron sino el mundo que los rodea. Retirándose de la región para concentrarse en su conflicto con China, Estados Unidos dejó el lugar a otras potencias menores, que no dudarán en hacer acuerdos fáusticos con los fundamentalistas. Pero el problema ya no será de Washington.
Las consecuencias –como lo muestra la historia– las padecerán aquellos que, con unos u otros, jamás tienen la posibilidad de decidir.
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