Palizas, robos y miles de euros: el precio que pagan los migrantes por el sueño europeo
VELIKA KLADUSA, Bosnia y Herzegovina.-"No nos tratan como a seres humanos. Anteayer la policía croata me propinó una paliza con palos. Me rompió la mano y me abrió la cabeza", lanza indignado Mohamed, un migrante paquistaní de 30 años, mientras levanta su brazo enyesado y señala su cabeza vendada. Al ver a un periodista a la entrada del centro de acogida de Miral, al noroeste de Bosnia Herzegovina, un grupo de hombres jóvenes se arremolina a su alrededor. Se ponen ansiosos por explicar sus historias, todas muy parecidas, con la brutalidad croata por protagonista. "A nosotros también nos agredieron, pero antes nos robaron el dinero y el teléfono, nos quitaron la mochila, la campera y los zapatos, y lo quemaron todo", rememora Ismael, un chico paquistaní.
La frontera entre Bosnia y Croacia es la más difícil de franquear en la odisea que deben completar los migrantes antes de llegar a la Unión Europea . Para muchos, incluidos los refugiados sirios que durante las últimas horas se hacinan en la frontera griega, el camino empieza en Turquía , país que no requiere visado para los ciudadanos árabes. "Yo pagué 1500 euros para que un guía me condujera a través de campos y montañas hasta una ciudad griega. Pero ahora se pueden encontrar guías por 600", explica Zied, un migrante tunecino varado en Bosnia desde hace más de nueve meses.
Entre los migrantes circula el rumor de que, si permanecen quietos cuando los localizan los agentes croatas, no les "romperán las piernas". "Quizá si corres, te golpean aún más fuerte, pero quedarse sin moverse no es ninguna garantía. Un 90% son agredidos, un 10% de forma severa. A todos les roban el dinero", comenta Simon Campbell, de la ong Border Violence Monitoring Network, dedicada a recabar información sobre la violencia contra migrantes y refugiados. "Es habitual atender a migrantes con huesos rotos, dientes partidos, o heridas en la cabeza", confirma Selam Midzic, el veterano director de la Cruz Roja de la zona.
Croacia, el centinela de "Schengen"
Las autoridades de Croacia, país que ostenta la presidencia de turno del Consejo de la UE este semestre, aseguran que los abusos denunciados son casos aislados. Sin embargo, las organizaciones de derechos humanos afirman que son sistemáticos y responden a una calculada política gubernamental. "Es el precio a pagar para poder ser aceptado en el espacio Schengen", desliza Campbell. Croacia, convertido en el centinela de las draconianas políticas migratorias de la UE, se halla junto a Rumania y Bulgaria en la sala de espera del club de Schengen, el de los países europeos sin controles fronterizos.
Miral es el segundo mayor centro de acogida en esta región montañosa de Bosnia. Según un responsable local de la Organización Mundial para las Migraciones (OIM), encargada de gestionarlo, en su interior se hacinan más de 750 personas -incluidos menores-, algunas alojadas en contenedores, otras en catres amontonados en las salas de una antigua fábrica de cristales. Aquí reciben tres comidas calientes al día y atención médica. Sin embargo, los lavabos presentan una situación higiénica deplorable, y no hay agua caliente. "No tenemos más medios", dice encogiéndose de hombros el inexpresivo gerente. Bosnia Herzegovina es uno de los países más pobres de Europa.
De acuerdo con la policía local, unos 5000 migrantes viven en esta región. Algo más de 3000 se alojan en los cuatro centros financiados por la UE. El resto duerme en casas deshabitadas o en el monte, protegidos tan solo por livianas tiendas de campaña de los estragos del invierno balcánico. Según los cálculos de la OIM, después de que Erdogan haya decidido abrir las fronteras, podrían llegar al país unos 10.000 migrantes cada día "Ahora estamos ya desbordados. Imagine si aumentan ahora las llegadas", advierte Midzic, que critica el poco compromiso de los gobiernos europeos y del bosnio.
Brotes xenófobos
Grupos de jóvenes migrantes recorren el centro de Velika Kladusa, una ciudad de 40.000 habitantes situada a un par de kilómetros de la frontera, como si fueran espectros. Nadie los mira, nadie les habla. En la mayoría de los cafés y algunos supermercados, incluso les prohibieron la entrada. "Al principio, la gente los ayudaba, pero ahora, muchos se sienten abrumados. Incluso ha aparecido un grupo de Facebook con miles de miembros que difunde ideas xenófobas", lamenta Erna Cehic, una filóloga de 24 años. La semana pasada, un desconocido efectuó varios disparos contra una casa donde se alojaban migrantes, pero no provocó ninguna víctima mortal.
"Muchos bosnios nos dan comida o dinero. En Turquía o Grecia la gente era más hostil", explica Zied, que llegó al país balcánico después de aterrizar en Turquía, y atravesar a pie Grecia, Albania y Montenegro. Para afganos y paquistaníes, el viaje, siempre a pie, es mucho más largo. Una auténtica odisea. Algunos de los migrantes ya probaron entrar más de una decena de veces. En todas, la policía croata los atrapó y lo expulsó de forma inmediata. "Ellos ahora tienen drones, cámaras en los árboles, detectores de calor… Nosotros, solo mapas en el teléfono. Esto es el juego del gato y el ratón", dice el joven tunecino. De hecho, los migrantes llaman "The game" (el juego, en inglés) al intento de burlar las despiadadas patrullas de policía croatas.
Zied vive en una casa abandonada que pertenecía a una familia que murió en la guerra civil que desangró a Bosnia en los años 90. Para él, como para los centenares de migrantes que llegaron aquí cuando los campos ya estaban saturados, el trabajo de la ong No Name Kitchen es providencial. La mayoría de sus voluntarios son jóvenes europeos, pero uno de ellos, Tomás d’Amico, es un argentino de 32 años. "Les informamos en Facebook sobre los puntos de distribución de comida y ropa, de noche y en lugares apartados. A la polícia no le gusta lo que hacemos. Atendemos unas 800 personas por semana", apunta Tomás, que conoció la entidad a través de un amigo.
Hace un par de semanas, los voluntarios de esta ong decidieron abandonar temporalmente Velika Kladusa después de que la policía realizara una redada en su casa y amenazara de arrestarlos. Los acusaban de instigar una protesta de los migrantes contra la violencia policial, algo que ellos niegan. En la clínica de la localidad el trato no es más cordial. "A menudo rechazan atender a los migrantes, incluso si podían pagar la consulta. Si los acompañamos, es más probable que los acepten", dice Javier Asensi, un voluntario español.
El precio del sueño europeo
No todos los inmigrantes que aspiran a llegar a El Dorado europeo desde la frontera entre Bosnia y Croacia se enfrentan al reto con las mismas opciones de éxito. También en los campos de la OIM hay diferentes estratos. Aquellos con más recursos, lo que suele significar contar con algún familiar en Europa, pagan unos 6000 euros a redes mafiosas para que los conduzcan a la ciudad italiana de Trieste en un trayecto que combina el cruce de las fronteras caminando por el bosque, con el traslado en auto dentro de Croacia y Eslovenia. "Los que los ayudan a pasar les envían una localización de GPS, cerca de la frontera, y allí los esperan en un todoterreno", explica Ahmed, un egipcio de 44 años atrapado en un centro de acogida desde hace medio año.
Un escalón abajo, por el pago de entre 1000 y 1500 euros se puede acceder al traslado desde la frontera croata a la eslovena, ya sea en un vehículo privado, o en un ómnibus. Por último, con 700 euros se puede contratar un guía que conoce el camino más seguro a pie hasta Italia esquivando cámaras y agentes. Es una durísima travesía en grupo que puede alargarse una docena de noches durmiendo a cielo abierto con temperaturas bajo cero. "Existen redes que trabajan solo con árabes, y otras con paquistaníes y afganos. Pero los guías suelen ser todos paquistaníes", comenta Ahmed. Como la mayoría, él apenas atesora suficiente dinero para sobrevivir, por lo que no cuenta con otra ayuda que la de un smartphone con un mapa de la región.
El contacto con los anónimos jefes de las redes mafiosas se hace siempre por teléfono, pues aseguran residir en el extranjero, normalmente en un país de Europa occidental. Ahora bien, todo estos grupos poseen agentes en Bosnia. Los tentáculos de los más sofisticados se extienden hasta los pueblos del delta del Nilo, de donde arribaron decenas de menores egipcios durante las últimas semanas. Ni migrantes ni pasadores saben a ciencia cierta quién dirige estas redes.
"El trabajo lo conseguí a través de un albanés propietario de un restaurante en Liubliana. Se lo ofrecieron a él, pero no le interesaba. Así que me pasó un número de teléfono de un tipo que decía ser turco, pero al que nunca vi", explica Halid, un joven bosnio de la zona con permiso de residencia en Eslovenia. Durante casi un año, completó su sueldo trasladando migrantes de la frontera croata a la esloveno en auto. Su ingreso oscilaba en alrededor de unos 1000 euros por persona en cada trayecto.
En marzo del 2018, un dron captó sus extraños movimiento en el monte, y fue arrestado in fraganti por la policía croata. Como en las anteriores ocasiones, conducía un vehículo alquilado que un miembro de la red le había dejado en un punto acordado. Halid fue condenado a dos años de cárcel en Croacia, pero pasó solo 11 meses entre rejas por buena conducta. A sus 24 años, pelo rapado y bíceps de gimnasio, no se arrepiente de nada, pero no piensa repetir la experiencia. "No era dinero halal [puro, para la religión islámica]. Ya no lo quiero. Quien sabe si me hubiera comprado un auto con él, habría podido morir en un accidente", apostilla en un extraño arrebato de escrúpulos religiosos.
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