Otro Kim, ¿otra oportunidad?
NUEVA YORK.- Durante mi primer viaje a Corea del Norte, en 1989, me colaba al azar en distintas casas: quería saber cómo vivían realmente los norcoreanos, y la gente se mostraba sorprendida, aunque hospitalaria.
Lo más sorprendente que descubrí era que en cada hogar había un altoparlante colgado en la pared. Es como una radio que no tiene dial ni botón de apagado. A la mañana, despierta a la gente que vive en la casa con propaganda política ("¡En su primer juego de golf, el camarada Kim Jong-il hace cinco hoyos en uno!"). Y así sigue tronando todo el día...
El altoparlante deja en evidencia que Corea del Norte no es una dictadura cualquiera, sino tal vez el país más totalitario que alguna vez haya existido. Stalin y Mao eran asesinos, pero no eran hi-tech ; a eso la familia Kim le ha sumado un complejo sistema represivo.
Los discapacitados son considerados engendros, por eso quienes sufren alguna discapacidad son generalmente expulsados de Pyongyang.
La propaganda del gobierno es desvergonzada. Durante la hambruna, los medios norcoreanos advertían a los ciudadanos subalimentados que no comieran de más, recordándoles la moraleja de aquel hombre que comió hasta hartarse y después reventó.
Una vez me detuve en una zona rural para entrevistar a dos estudiantes secundarias. Eran amistosas, pero estaban perplejas. Lo mismo que yo cuando empezaron a hablar a la vez, repitiendo lineamientos políticos al perfecto unísono. Parecían robots.
Cuando comenzaron a llegar videos contrabandeados desde China, la policía cortaba la electricidad a edificios enteros. Luego los agentes golpeaban puerta por puerta y revisaban qué película había quedado atascada: un video de contrabando podía implicar que la familia entera fuese despachada a un campo de trabajos.
¿Qué hacer con ese país? Para los norteamericanos, un buen punto sería reconocer algunos errores. Estas son algunas de las lecciones a aprender:
- No asumir que el final del régimen es inminente. Cubrí los temas de Corea del Norte de manera intermitente desde 1987, y los extranjeros siempre han susurrado rumores de levantamientos o han sugerido que el gobierno está a punto de colapsar. Es cierto, el régimen podría caer mañana, como también podría durar 20 años más? El "Gran Sucesor" Kim Jong-un podría durar más que Obama.
- No asumir que todos los norcoreanos odian el régimen. ¿Y todos esos norcoreanos que lloran la muerte de Kim Jong-il? Su duelo es probablemente sincero. Lo que me impresiona al conversar con desertores es que casi todos deploran el régimen de Kim, pero luego agregan que sus familias, a las que dejaron atrás, siguen creyendo en él, porque es lo único que conocen. Muchos otros son nacionalistas apasionados, que prefieren a un déspota propio que cualquier asomo de colonialismo.
La fe y el miedo se combinan para mantener alineada a la gente. En un libro sobre Corea del Norte, Bradley Martin relata que uno de los asesores de Kim le contó a su mujer que su jefe era un mujeriego. La mujer creía en la decencia de base del sistema norcoreano y escribió una carta para quejarse. La carta llegó a manos de Kim Jong-il, que expuso a la mujer frente a una multitud y la denunció.
El propio esposo dio un paso al frente y rogó ser él quien la ejecutase. El pedido fue concedido, y el esposo mató a su mujer de un tiro.
- No intentar aislar al país. La reacción de Occidente ante el programa nuclear de Corea del Norte ha sido sancionar y aislar al país. Pero el aislamiento ha sido contraproducente, ya que es una de las razones que mantienen a la familia Kim en el poder. Además, las penurias económicas no destruirán al régimen. A mediados de la década de 1990 se cree que murieron alrededor de 1 millón de personas por la hambruna, y el régimen salió ileso.
- Nuestros errores en Corea del Norte son manifiestos. En 1994, estuvimos a un tris de entrar en guerra en la península coreana, que logró evitarse con un acuerdo que descansaba en falsas esperanzas. Luego, frente a la evidencia de los engaños de Corea del Norte, Bush intentó luego deshacer el acuerdo. El resultado fue aún más desastroso: Corea del Norte acumuló suficiente plutonio para producir tal vez ocho armas
nucleares.
Los funcionarios norteamericanos culpan a China de apañar a Corea del Norte, pero al menos Pekín tiene una estrategia: alentar al régimen a copiar las medidas reformistas que transformaron a la propia China.
Soluciones buenas no hay. Pero saquemos provecho de la transición para intentar un acercamiento. Si podemos restablecer las relaciones diplomáticas y las relaciones interpersonales, no estaremos recompensando a un régimen monstruoso. Tal vez simplemente estemos cavando su tumba.
Traducción de Jaime Arrambide
The New York Times