“Oscura y distópica”: la catastrófica situación de Afganistán tras cuatro meses del retorno del régimen talibán
Hambruna y desnutrición, crisis económica, colapso educativo, pobreza, violencia. El país del sur de Asia va en camino a experimentar la peor crisis humanitaria de la historia
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El 30 de agosto de 2021 significó el fin de la guerra más larga en la historia de Estados Unidos. Los soldados del ejército estadounidense abandonaron Afganistán después de veinte años de lucha contra el terrorismo, dejando a sus espaldas a Kabul rendida ante los talibanes. El conflicto terminó, pero cuatro meses después, la paz permanece inalcanzable.
Hambruna y desnutrición, crisis económica, colapso educativo, pobreza, violencia. El devenir de los hechos tras la fugaz caída del país del sur de Asia en manos de los insurgentes dejó a un Estado históricamente frágil sumido en un presente catastrófico que va en camino a convertirse en la peor crisis humanitaria nunca antes vista, según advierten las principales agencias de las Naciones Unidas (ONU).
“La gente ya no tiene esperanzas”, dijo a LA NACION en una conversación telefónica Anna Ciliers, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras en Afganistán. “No tienen ni idea de cuándo la situación pueda llegar a resolverse”.
La economía afgana va en caída libre hacia un colapso sin precedentes. El jefe humanitario de la ONU, Martin Griffiths, alertó el 10 de diciembre que el desmoronamiento financiero es “exponencial” ya que “se está volviendo cada vez más terrible cada semana”.
Incluso antes de la debacle de agosto, Afganistán ya era un país con enormes desafíos económicos y de desarrollo, que dependía en gran medida de la ayuda financiera. Bajo el gobierno del presidente Ashraf Ghani, por ejemplo, el 42,9% del Producto Bruto Interno provenía de la asistencia externa, de acuerdo a la base de datos del Banco Mundial.
Con la salida del ejército estadounidense, las cosas cambiaron. El respaldo financiero de la comunidad internacional se canceló, dejando inactivos miles de millones que se destinaban a ayuda humanitaria, los 9,5 mil millones en activos del banco central afgano fueron congelados y los países occidentales aplicaron sanciones económicas para castigar al gobierno de facto. Se estima que la contracción económica será del 20% este año y del 30% en los próximos años.
Además, dado que el sistema bancario funciona a sus mínimos por las sanciones, es muy difícil hacer ingresar dinero al país, y esto incluye donaciones, por lo que la necesidad de liquidez y estabilización “es urgente”, advirtió Griffiths.
Como si fuera poco, la peor sequía en 27 años tras el impacto del fenómeno climático de La Niña imposibilitó la capacidad de los agricultores para cultivar durante el invierno, otro golpe para la economía del país ya que la agricultura representa el 25% del PIB y para el 70% de la población afgana que vive de esa actividad. Los científicos aseguran que estos fenómenos serán más recurrentes y extremos con el cambio climático.
Con una inflación desenfrenada, el aumento del desempleo y sin dinero circulando, la población está a la deriva como la economía del país. El Programa Mundial de Alimentos (WFP) de la ONU indicó que más de 22,8 millones de los 40 millones de afganos podrían sufrir hambre aguda durante los meses de invierno y el 97% podría caer bajo la línea de pobreza en 2022.
“La gente está desesperada”, confesó desde Afganistán a LA NACION Marixie Mercado, jefa de comunicaciones de UNICEF en el país. “Las madres con las que hablo dicen que todo lo que tienen para comer es pan y té”.
Mercado señaló que, según las cifras de la organización humanitaria, se prevé que 1 millón de niños sufrirán el año que viene de una desnutrición potencialmente mortal, una cifra equivalente a casi dos veces la cantidad de niños y jóvenes de 0 a 18 años en la Ciudad de Buenos Aires.
El pasado miércoles, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó una resolución que establece que “el pago de fondos” y “el suministro de bienes y servicios necesarios” para responder a las “necesidades humanas fundamentales en Afganistán”, sean “autorizados” y “no constituyan una violación” a las sanciones impuestas a entidades relacionadas con los talibanes, una medida que el gobierno de facto consideró “un buen paso”.
Debacle educativa
El país va en camino a una crisis educativa que afectaría a una generación entera. Desde que los talibanes irrumpieron en Kabul, a pesar de que anunciaron que permitirían a todos estudiar, muchas niñas no pudieron regresar a la escuela - solo tienen acceso a la escuela secundaria en 7 de 34 provincias según un relevamiento de la ONU-.
Por el desmoronamiento financiero, el 70% de los docentes trabaja sin cobrar un sueldo y, si bien las clases están suspendidas por los extremos fríos, es difícil predecir cuántos chicos podrán regresar a la escolaridad.
“Lo importante es que a los educadores se les pague, de alguna forma u otra, porque si no se les paga, no son solo las niñas quienes no irán a la escuela, sino que el sistema entero va a colapsar y nadie podrá ir. Este es el asunto principal”, reflexionó Mercado. “La comunidad internacional tiene que encontrar alguna forma de pagarles. La ayuda humanitaria no es suficiente. Hay que dejar a los niños fuera de la política”.
Ya van meses que el personal de salud asiste a trabajar sin remuneración. El combustible necesario para los generadores de oxígeno es casi inexistente. Faltan medicamentos y se disparan los casos de coronavirus. En el frente sanitario, un terreno con el que Afganistán batalla desde hace años, se agudiza la crisis.
El sistema de salud es de por sí precario y subordinado a donaciones. Por lo que, tras el 30 de agosto, cualquier hospital que no esté vinculado a financiamiento externo es propenso a sufrir dificultades tarde o temprano.
“Los insumos son escasos, los centros de salud no tienen presupuesto y se están quedando sin suministros de oxígeno”, explicó Ciliers. “Las vacunas [contra el coronavirus] están disponibles gracias a GAVI y UNICEF. Pero la gente no tiene los medios para acceder a los centros de vacunación y prefieren gastar su dinero en comida”.
A más misoginia, más extremismo
Con el control definitivo del gobierno bajo el régimen talibán, recrudeció la violencia en el país, y una de las razones es por la intensificación de la guerra geopolítica contra el grupo islamista extremista Estado Islámico Khorasan (EI-K).
A principios de diciembre, el vocero talibán Zabihullah Mujahid confirmó el arresto de 670 militantes de EI-K, al tiempo que la ONU acusó al grupo de “por lo menos 50 ejecuciones extrajudiciales de personas sospechosas de pertenecer al Estado Islámico de Khorasan”.
Sajjan Gohel, director general de Seguridad Internacional de la Fundación Asia-Pacífico y profesor de la London School of Economics, sostuvo en diálogo con LA NACION que al tratarse de grupos extremistas en Afganistán, “no todo es blanco y negro, hay grises. Los grupos a veces combaten, pero otras veces colaboran, como por ejemplo para el tráfico de narcóticos”.
“Desde que los talibanes tomaron el poder lo que pasó es que EI-K se volvió más fuerte. Entonces, lo que hay que preguntarse es ¿Por qué se volvieron más fuertes si los talibanes controlan el poder? Porque ellos mismos los liberaron de la cárcel” cuando el ejército estadounidense abandonó el país, profundizó Gohel. “Es un disfraz para que Occidente piense que los talibanes son los menos despiadados de los grupos terroristas”.
El experto estableció la conexión entre la radicalización del régimen talibán y la misoginia, ya que, al ver discriminación hacia las mujeres, “ves al terrorismo crecer, están interrelacionados ya que es la forma de controlar la población”.
En 2011 Amnistía Internacional calificó a Afganistán como el peor país del mundo para ser mujer, una clasificación que trasciende para las entidades de derechos humanos. Este mes, la ONU lanzó la “alerta de género” en su último reporte, un documento que concluye que todas las promesas que hizo el gobierno de facto al llegar al poder no solo no fueron cumplidas, sino que se revirtió la calidad de vida de las mujeres.
“Desde el 15 de agosto de 2021, ha habido una inmediata y dramática reversión de los derechos de las mujeres y sus libertades fundamentales, particularmente impactando en su derecho al trabajo, el acceso a la educación, la salud básica y protección de servicios, y la participación de las mujeres y las niñas en la esfera pública y los mecanismos de toma de decisiones”, detalló el informe.
Según el relevamiento, incluso antes de agosto, el 87% de las niñas y mujeres afganas había experimentado algún tipo de abuso a lo largo de su vida. Ahora, los niveles de violencia contra las mujeres - que forman más de la mitad de la población- se dispararon al estar relegadas en sus hogares sin la capacidad de trabajar ni estudiar.
En su última reglamentación contra las libertades de las mujeres, los talibanes prohibieron a los taxistas trasladar a mujeres sin acompañante masculino ni sin velo, además de negar la música dentro del vehículo.
“El empoderamiento femenino ha crecido en gran medida y se ha expandido en Afganistán [en los últimos 20 años], es una historia de éxito. Y en tan solo tres meses los talibanes lo desmantelaron”, explicó Gohel. “Todas las normas que ponen es para controlar a las mujeres. Es un momento muy oscuro y distópico para el país, pero en espacial para las mujeres afganas”.
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