Hay grandes autores que, además de contarnos inolvidables historias, logran encapsular filosofías, visiones o situaciones de una forma tan significativa que sus nombres se convierten en adjetivos
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Hay grandes autores que, además de contarnos inolvidables historias, logran encapsular filosofías, visiones o situaciones de una forma tan significativa que sus nombres se convierten en adjetivos. Si algo es espantoso, infernal, pavoroso, es dantesco, por la “Divina Comedia” del poeta italiano Dante Alighieri. Si alguien actúa con astucia y perfidia para conseguir sus propósitos es maquiavélico, por los consejos del filósofo político Nicolás Maquiavelo en “El príncipe”. Y si un idealista obra desinteresadamente en las causas que cree justas, puede ser quijotesco, como ‘El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha’, de Miguel de Cervantes.
Entre estos grandes, y unos otros más, hay dos influyentes autores del siglo XX cuyas ideas resuenan tanto en el mundo actual que los adjetivos derivados de sus apellidos se usan con frecuencia, a veces erróneamente. Tanto el escritor bohemio Franz Kafka como el británico George Orwell proporcionaron un mapa, un compendio y una advertencia para este siglo.
Predijeron desde Twitter, Zoom y los reality shows hasta los teléfonos inteligentes y la vigilancia permanente, así como la ansiedad inducida por el Estado y una creciente sensación de impotencia frente a fuerzas difíciles de identificar. Es por eso que un siglo después de la muerte de Kafka y a más de 75 años de la publicación de “1984″ de Orwell, los epónimos que emergieron de sus obras son tan apropiados para describir algunos de los peores aspectos de la actualidad.
Sin embargo, tanto los autores como sus distopias son dispares. Así que, para no confundir lo kafkiano con lo orwelliano, mejor consultar a expertos: Carolin Duttlinger, codirectora del Centro de Investigación Kafka de Oxford, y David J Taylor, autor y biógrafo de Orwell.
Los epónimos
Cuando decimos ‘kafkiano’ estamos hablando de una profunda sensación de que algo no está bien, de culpas y acusaciones incomprensibles que no van a ninguna parte. “Yo diría que sí. En el extremo más siniestro del espectro se trata de instituciones invisibles que te rastrean y te persiguen”, señala Duttlinger. “Pero también creo que kafkiano tiene componentes más surrealistas y ligeramente satíricos, de humor negro: el sentido de lo absurdo de la vida cotidiana”, agrega.
El humor, negro o no, no es tan obvio para quienes no lo leemos en el original alemán. “Para mí, es una lástima que se piense que Kafka sólo tiene que ver con pesadillas e historias realmente oscuras, porque te perdes las partes buenas. Aunque su humor sea tal vez un gusto adquirido, definitivamente está presente en lo absurdo de un hombre tratando de encontrarle sentido a una situación completamente incomprensible... eso es muy divertido”, dice.
En cuanto a Orwell, para Taylor, el problema es que ‘orwelliano’ “puede significar cualquier cosa que quieras que signifique”. “Orwell es tan omnipresente en nuestro mundo en estos días que la palabra ‘orweliano’ la puede reclamar prácticamente cualquier persona que tenga algún tipo de queja contra la autoridad. El significado preciso que yo le daría es que es un mundo o paisaje en el que cualquier tipo de espíritu individual es rutinariamente suprimido por una autoridad vigilante, que todo lo ve y que está habilitada tecnológicamente”, dice.
Eso implica que cuando calificamos algo como orwelliano no estamos conjurando toda la obra sino dos libros en particular: la sátira antiutópica “Rebelión en la granja”, publicada en 1945, y la escalofriante distopía “1984″, de 1949. Miremos “1984″, esa advertencia contra el totalitarismo que impresionó tan profundamente a los lectores que entró en el imaginario cultural como muy pocos libros logran hacerlo.
“Orwelliano, aplicado al mundo de 1984, se trata de la negación de la verdad objetiva, de la supresión de la libertad individual por medio de la manipulación del lenguaje y el ojo tecnológico, esa especie de idea miltoniana de abrir una ventana a las mentes de los hombres, quieran o no”, puntualiza Taylor.
En el caso de Kafka tomemos su novela “El proceso”, publicada póstumamente en 1925, que contiene la esencia de lo kafkiano. Se convirtió en sinónimo de las ansiedades, de la sensación de alienación de la era moderna y de la lucha de una persona común contra una autoridad irracional e irrazonable.
Antes de seguir, un resumen rápido de la trama de cada novela, en caso de que la hayas olvidado o aún no las hayas leído. “El proceso” sigue la historia de un hombre llamado Joseph K, que vive en Praga, y es arrestado y juzgado por un crimen desconocido en un sistema legal absurdo y pesadillesco.
“1984″ está ambientada en el futuro en Oceanía, un estado totalitario que lavó el cerebro de la población para que obedezca irreflexivamente al Gran Hermano de su líder. La novela sigue al protagonista Winston Smith mientras intenta rebelarse en secreto contra el régimen opresivo que todo lo ve.
El fracaso
Claramente, no debemos asumir que el personaje principal de “1984″, Smith, es de alguna manera similar a su creador George Orwell. Pero, ¿hay algo de Orwell mismo que pueda ayudarnos a entender su visión orwelliana?
“Orwell creía profundamente en el concepto de fracaso, en su propio fracaso personal y en el fracaso de quienes se atrevían a cuestionar al Estado y a las reverencias del Estado, y por eso todas sus novelas, incluso las realistas de la década de 1930, tratan sobre personas que fracasan. Tienen al héroe rebelándose contra el sistema y, por un rato, y el sistema absorbe un poco de esas rebeliones, pero luego lo aplasta”, responde Taylor.
“En ‘1984′, Smith es simplemente sometido por el sistema”. “Lo que Orwell quiere mostrar es la absoluta inutilidad de pensar que se puede lograr algo. Y creo que desde el principio el lector sabe que es una rebelión condenada al fracaso”, agrega Taylor.
El final es particularmente deprimente pues no hay un gran drama: Smith sencillamente termina en la cafetería donde empezó. “Como siempre sucede en la ficción de Orwell hubo un pequeño reajuste. Pasaron cosas, pero esencialmente llegas más o menos de vuelta a donde estabas”, explica el experto.
“Y, para darle ese toque biográfico, concuerda con la visión que Orwell tenía de sí mismo. Una vez produjo un epigrama inmensamente deprimente, diciendo que la vida humana, en general, es una sucesión de fracasos, y que solo los muy jóvenes o los muy tontos creen lo contrario. Así que la psicología de los estados totalitarios de Orwell está, creo, íntimamente relacionada con su propia psicología personal”, agrega.
Eso a pesar de haber sido muy exitoso, no sólo con la literatura. Cuando trabajó en la BBC fue aclamado como un programador innovador y muy querido. Renunció para volver a escribir. En el documento oficial de su partida su jefe escribió: “Es imposible exagerar la calidad de su carácter o de sus logros. La suya es una dignidad moral única. Su gusto literario y artístico es infalible. Se va a petición propia, para el pesar de todo el departamento”. Tres meses despues, ya había terminado el primer borrador de “Rebelión en la granja”.
El éxito
Si hablamos de Kafka, ¿habrá algo de él en Joseph K, el desconcertado protagonista de “El proceso”? A juzgar por algunas de las cartas que le escribió a su prometida Felice Bauer, la visión que tenía de sí mismo no era muy halagadora. Se describió como “irritable, triste, taciturno, insatisfecho, enfermizo”. “Un hombre que -y esto te parecerá similar a la locura- está encadenado por cadenas invisibles a una invisible literatura y grita cuando alguien se le acerca porque piensa que está tocando esas cadenas”.
¿Estaba siendo demasiado duro consigo mismo? “Esas cartas son muy interesantes, pero no son evidencia fiable”, afirma Duttlinger. “Si las lees todas verás que él pasa de venderse a sí mismo -siendo de verdad un hombre muy atractivo, en el sentido de que la escucha, se preocupa por ella, la alienta en sus diversas actividades- a decidir que ella no es la persona indicada para él. Pero en lugar de romper el compromiso, comienza a pintarse a sí mismo de esa forma increíblemente desfavorable”, resalta.
Kafka escribió sus obras durante los últimos días del imperio de los Habsburgo, siendo un agente de seguros enredado en una gran burocracia y parte de una familia relativamente próspera, con un padre autoritario. “Sus progenitores eran increíblemente trabajadores. Su padre había crecido en la pobreza extrema en un pueblo bohemio y con su madre se abrieron camino. Se mudaron unas cinco o seis veces en los primeros años de la vida de Kafka, hasta que, en Praga, tuvieron su propia tienda, en la que ambos trabajaban seis días a la semana”, cuenta.
“Casi nunca estaban en casa, pero es ese tipo de espíritu de esfuerzo el que Kafka encarna en gran medida y que también se ve en su personaje, Joseph K”, señala la experta. Para ella, “es interesante que hayamos hablado del fracaso en relación con Orwell, pues creo que Kafka, en cierto sentido, está obsesionado con esta noción de éxito”.
¿Y cómo es ese éxito? “Joseph K es un joven en ascenso. No está en la cima, pero está cómodamente por encima del medio y le gusta usar su poder: hace esperar a los clientes en el pasillo, hay juegos de poder con su jefe inmediato y así. En gran medida, ‘El proceso’ es también una novela sobre esa psicología moderna, tal vez masculina, de rivalidad y de ocupar tu lugar, etc.”, agrega.
La verdad
Llegó el momento de la verdad para los expertos: ¿qué opinan de los adjetivos ‘kafkiano’ y ‘orwelliano’? “No suelo usar ninguno de los dos”, admite Duttlinger. Sin embargo, le parece interesante que la gente lo haga: “claramente son una buena forma para comunicar un estado de ánimo o una experiencia particular sucintamente, y en ese sentido son muy útiles”.
En el caso de Orwell, apunta Taylor, el adjetivo se usa tanto porque “como las frases tienen una difusión tan amplia -tenemos programas de televisión sobre la habitación 101 y Gran Hermano-, hay una conciencia colectiva sobre él que trasciende cualquier obra que haya escrito. Sociedades enteras conocen a Orwell de segunda mano, y si lo nombras alguien medianamente educado sabe de quién hablas, incluso sin haber leído el libro”.
Para Duttlinger, “otra cosa que hizo que Kafka tenga tanto éxito es la increíble simplicidad de su estilo, la gran claridad con la que escribe”. Ese tipo de prosa directa, que transmite el mensaje de la manera más transparente, también se asocia con Orwell. Además, las visiones de los dos autores pueden considerarse complementarias.
Pero no debemos olvidar que...en un sistema kafkiano, la verdad, celosamente guardada, no puede alcanzarse, y se establecen múltiples obstáculos para impedir el acceso a los hechos. Un personaje kafkiano puede pasar toda su vida envuelto en tareas inútiles que debe completar hacia un objetivo indefinido. Los gobiernos u organizaciones kafkianos son tan cómicamente ineptos que parecen casi fantásticos.
En una sociedad orwelliana, la verdad es manipulada en pos de poder. Un personaje orwelliano es constantemente vigilado, tanto física y socialmente, como emocional e intelectualmente. Los regímenes orwellianos son entes poderosos e invisibles que imponen un control riguroso y falsifican la realidad convirtiendo el libre albedrío en una ilusión. Así el líder, aunque nefasto, es amado. Lo kafkiano es absurdo; lo orwelliano, falaz.
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