Operativo de película: el científico nuclear iraní y la máquina de matar asistida por inteligencia artificial
Varias agencias de noticias iraníes informaron que el asesino era un robot homicida y que toda la operación había sido dirigida por control remoto
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NUEVA YORK.- Como hacía casi todos los días, Mohsen Fakhrizadeh, el máximo científico nuclear iraní, se despertó una hora antes del amanecer para estudiar filosofía islámica antes de arrancar con su jornada de trabajo.
Esa tarde dejaría junto a su esposa su casa de vacaciones en el mar Caspio, y viajarían en auto hasta su casa de campo en Absard, una bucólica localidad al este de Teherán, donde planeaban pasar el fin de semana.
El servicio de inteligencia iraní le había advertido sobre un posible complot para asesinarlo, pero el científico le había restado importancia.
Convencido de que Fakhrizadeh lideraba el proyecto para construir una bomba nuclear, Israel quería matarlo desde hacía por lo menos 14 años. Pero Fakhrizadeh había escuchado hablar tantas veces de amenazas y conspiraciones que ya no les prestaba atención.
A pesar de su destacada posición en el aparato militar iraní, Fakhrizadeh quería vivir una vida normal.
Desatendiendo las recomendaciones de su equipo de seguridad, solía ir a su casa de Absard manejando su propio auto, en lugar de que un equipo de guardaespaldas lo trasladara en un vehículo blindado. Era una flagrante transgresión al protocolo de seguridad, pero el científico era conocido por su terquedad.
Así que poco después del mediodía del viernes 27 de noviembre se sentó al volante de su sedán Nissan Teana de color negro, con su esposa en el asiento del acompañante, y salieron a la ruta.
Un objetivo esquivo
Desde 2004, cuando Israel le ordenó a su agencia de inteligencia exterior, el Mossad, que evitara que Irán fabricase armas nucleares, la agencia llevaba adelante una campaña de sabotaje y ciberataques contra las instalaciones iraníes de enriquecimiento de combustible nuclear. También fue eliminando uno a uno a los expertos sospechosos de liderar el programa de armas nucleares iraní.
Pero el Mossad no lograba dar con el hombre que según Israel lideraba el programa de la bomba nuclear.
En 2009, en Teherán había un grupo de operaciones israelíes esperando a Fakhrizadeh para matarlo, pero el operativo fue suspendido a último minuto. El Mossad sospechaba que el plan se había filtrado y que Irán había preparado una emboscada. Esta vez intentaron algo nuevo.
Los agentes iraníes que trabajaban para el Mossad habían estacionado una camioneta Nissan Zamyad azul a un costado del camino que conecta Absard con la autopista troncal. En la caja de la camioneta, oculto debajo de lonas y de material de construcción, había una ametralladora de francotirador de 7,62 mm.
El asesinato
Esa tarde, los boletines informativos en Irán fueron confusos, contradictorios y en la mayoría de los casos, erróneos. Un informe decía que un equipo de asesinos apostado al lado de la ruta había esperado el paso de Fakhrizadeh. Otro informe decía que los residentes oyeron una gran explosión seguida por un intenso tiroteo.
Y pocos días más tarde apareció uno de los relatos más inverosímiles.
Varias agencias de noticias iraníes informaron que el asesino era un robot homicida y que toda la operación había sido dirigida por control remoto. Esos informes contradecían directamente los reportes de que algunos de los asesinos habían sido arrestados o abatidos, y los relatos de testigos de un presunto intercambio de disparos entre el comando de asesinos y los guardaespaldas.
Thomas Withington, analista de guerra electrónica, comentó a la BBC que la teoría del robot asesino debía “tomarse con pinzas” y que la descripción iraní no parecía ser más que una sarta de “palabras de moda”.
Pero lo cierto es que esta vez sí había un robot asesino.
Los preparativos del asesinato habían comenzado luego de una serie de reuniones a fines de 2019 y principios de 2020 entre funcionarios israelíes dirigidos por el director del Mossad, Yossi Cohen, y altos funcionarios estadounidenses, incluido el expresidente Donald Trump, el exsecretario de Estado Mike Pompeo y la exdirectora de la CIA, Gina Haspel.
Israel había dejado en suspenso la campaña de sabotaje y asesinato en 2012, cuando Estados Unidos inició las negociaciones con Irán que derivarían en el acuerdo nuclear de 2015. Ahora que Trump había decidido la salida de Estados Unidos del acuerdo, los israelíes querían retomar la campaña.
A fines de febrero, Cohen les presentó a los estadounidenses una lista de posibles operaciones, incluido el asesinato de Fakhrizadeh. Según un testigo de esas conversaciones, los funcionarios estadounidenses que recibieron información en Washington sobre el plan de asesinato apoyaron la operación.
La información de inteligencia que iba llegando dejaba expuesta la dificultad de la tarea: Irán también había aprendido las lecciones que le dejó el asesinato del general Qasem Soleimani, a saber, que sus altos funcionarios podían ser blanco de atentados. Conscientes de que Fakhrizadeh encabezaba la lista de los más buscados, los funcionarios iraníes habían reforzado su seguridad.
Su personal de seguridad pertenecía a la unidad de elite Ansar, de la Guardia Revolucionaria iraní, fuertemente armada y bien entrenada, que se comunicaba a través de canales encriptados. Acompañaban los movimientos de Fakhrizadeh en convoyes de cuatro a siete vehículos, y cambiaban de camino y de horario para frustrar posibles ataques. Y Fakhrizadeh rotaba el auto que conducía entre cuatro o cinco que tenía a disposición.
En asesinatos anteriores, Israel había empleado una variedad de métodos. El primer científico nuclear de la lista fue envenenado en 2007. El segundo, en 2010, murió por una bomba adosada a una moto y detonada a distancia, pero la logística había sido complicada, y fue capturado un sospechoso iraní, que confesó y fue ejecutado.
Después de esa debacle, el Mossad pasó a realizar asesinatos más simples y en persona. En cada uno de los cuatro próximos asesinatos, entre 2010 y 2012, un asesino profesional se colocaba en moto junto al auto de la víctima en medio del tráfico de Teherán y le disparaban a través de la ventanilla, o colocaban una bomba adhesiva en la puerta del auto y después huían a toda velocidad.
Alerta a ese tipo de ataques, la caravana armada que acompañaba a Fakhrizadeh lograba que el método de la moto se volviera inviable. Pero un robot asesino cambió radicalmente los cálculos del Mossad.
El Mossad tiene una vieja regla que dice que sin plan de extracción, no hay operación, vale decir que es fundamental que haya un método a prueba de errores para sacar sanos y salvos a los ejecutores de la operación.
Pero una enorme ametralladora computarizada y nunca antes probada presenta otros graves desafíos suplementarios. Y el primero es el emplazamiento del arma.
La ametralladora, el robot, sus componentes y accesorios pesan aproximadamente 1 tonelada. Así que el equipo fue segmentado en partes lo más pequeñas posibles y fue ingresado de contrabando en el país pieza por pieza, por varios caminos y en diferentes momentos, para luego volver a ser ensamblado en Irán.
El robot fue construido para caber en la caja de una pick-up Zamyad, un modelo común en Irán. En la camioneta había cámaras que le transmitían a la sala de comando una imagen completa, no solo del blanco y su personal de seguridad, sino también del entorno. Por último, la camioneta estaba cargada de explosivos para que estallara en pedazos luego del asesinato y destruyera todas las evidencias.
Pero había otras complicaciones concernientes a disparar el arma en sí. Una ametralladora montada en una camioneta, aunque esté estacionada, se sacudirá inevitablemente después de cada culatazo.
Y aunque la computadora se comunicaba con la sala de control vía satélite y enviaba los datos a la velocidad de la luz, habría una ligera demora. Lo que el operador veía en la pantalla era algo que pertenecía a un instante anterior, y ajustar la puntería para compensar llevaría otro momento, todo eso con el auto de Fakhrizadeh en movimiento.
Ese lapso entre la llegada de las imágenes de la cámara hasta el francotirador y la respuesta del francotirador hasta la ametralladora, sin incluir su tiempo de reacción, se estimaba en 1,6 segundos.
Y es ahí donde entra la inteligencia artificial, que fue programada para compensar el retraso, el sacudón y la velocidad del auto.
Otro problema era determinar en tiempo real si el propio Fakhrizadeh manejaba el auto, o si era uno de sus hijos, su esposa o un guardaespaldas.
La solución fue colocar un vehículo aparentemente descompuesto en un cruce de la calle principal donde los vehículos en dirección a Absard tienen que hacer un giro en U. Ese vehículo contenía otra cámara.
Cuando la caravana de autos dejó la ciudad de Rostamkala en la costa del Caspio, el primer vehículo llevaba personal de seguridad. Lo seguía un Nissan negro sin blindar manejado por Fakhrizadeh, con su esposa Sadigheh Ghasemi como acompañante. Atrás iban otros dos autos de seguridad.
Ese día, el equipo de seguridad le había advertido a Fakhrizadeh sobre una amenaza y le pidió que no viajara, según informaron su hijo Hamed Fakhrizadeh y funcionarios iraníes.
En los últimos meses, Irán ya venía convulsionado por una serie de ataques que además de asesinar a varios líderes y dañar instalaciones nucleares, dejaban en claro que Israel tenía una eficaz red de colaboradores dentro del país.
Pero Fakhrizadeh se negó a subirse a un vehículo blindado e insistió en manejar uno de sus autos.
Poco antes de las 15.30 horas, la caravana llegó al giro en U en la calle Firuzkouh. El auto de Fakhrizadeh estuvo cerca de detenerse por completo, y entonces fue identificado por uno de los operadores, que también vio a su esposa en el asiento del acompañante.
El convoy dobló a la derecha en el boulevard Imam Khomeini, y el auto que lo encabezaba aceleró para llegar primero a la casa e inspeccionarla antes de la llegada de Fakhrizadeh. Su adelantamiento dejó al auto de Fakhrizadeh totalmente expuesto.
La caravana bajó la velocidad para pasar un lomo de burro justo antes de la camioneta Zamyad estacionada. La ametralladora disparó una ráfaga de balas que dieron en el frente del auto, debajo del parabrisas. No se sabe si esos disparos alcanzaron a Fakhrizadeh, pero el auto se desvió y se detuvo.
El tirador ajustó la mira y disparó otra ráfaga que dio en el parabrisas por lo menos tres veces e impactó a Fakhrizadeh por lo menos una vez en el hombro. El científico salió del auto y se agachó detrás de la puerta delantera, que estaba abierta.
Según la agencia iraní Fars News, tres balas más le abrieron la columna vertebral. Fakhrizadeh se desplomó sobre el asfalto. Ghasemi fue corriendo a socorrer a su marido.
“Me van a matar, tenés que irte”, le dijo Fakhrizadeh, según informaron sus hijos.
Ghasemi se sentó en el suelo y apoyó la cabeza de su marido sobre su regazo.
Hamed Fakhrizadeh estaba en la casa de su familia en Absard cuando recibió una llamada telefónica de su madre. En pocos minutos llegó a lo que describió como una escena de guerra. Tenía la vista nublada por el humo y la niebla, y podía oler la sangre.
“No fue un simple ataque terrorista en el que viene alguien, dispara y sale corriendo”, dijo más tarde Hamed en la televisión estatal. “Su asesinato fue mucho más complejo de lo que se puede creer y pensar. Fakhrizadeh era un desconocido para los iraníes en general, pero los enemigos del desarrollo de Irán lo conocían muy bien.”
Traducción de Ignacio Mackinze
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