Ola de solidaridad y negocios tras el huracán
Miles de voluntarios ayudan en las tareas de rescate y reconstrucción; las empresas también participan
BATON ROUGE.- Primero fue la evacuación; después, la invasión. Nueva Orleáns, Gulfport, Biloxi, Slidell y Waveland tienen flamantes habitantes. No son millones, como los que partieron atemorizados y forzados antes y después de la llegada del huracán Katrina, pero sí miles. Al igual que los que abandonaron las ciudades, no tienen casas ni servicios, aunque no les falta trabajo.
Bomberos, ingenieros, policías, camioneros, obreros, médicos, veterinarios, enfermeros, electricistas, plomeros y cocineros, todos dejaron sus puestos y hogares en decenas de estados norteamericanos para participar de lo que podría ser el mayor esfuerzo de rescate y reconstrucción de la historia de su país. Algunos reciben paga; la mayoría, no.
Muchos arribaron incluso antes de los que, por obligación, debían hacerlo de inmediato. Movilizados por la dimensión de la devastación o por la demora del gobierno de George W. Bush, los primeros en tocar la tierra devastada e inundada fueron los voluntarios de la Cruz Roja y cuerpos de bomberos de ciudades que ya conocieron la tragedia, como Nueva York.
"Cuando empecé a ver las primeras imágenes, me estremecí. Pedí una licencia y viajé lo antes posible; me quedaré lo que sea necesario", dijo a LA NACION Glenn Shewschuck, un profesor de arte de San Diego. Es voluntario en la Cruz Roja, la organización que todos elogian en la zona afectada, y está cansado. Trabaja 18 horas por día y duerme cuatro, pero lo que más lo agobia son las dolorosas historias de los cientos de refugiados a los que asiste.
En el River Center, el mayor refugio de Baton Rouge, hace lo que sea necesario, desde entretener a los niños en una pequeña sala de juego -"lo único reconfortante de estos días"- hasta charlar con los ancianos o pegar pedidos u ofertas de trabajo en la cartelera que funciona como improvisada bolsa de trabajo para los evacuados.
La Cruz Roja tiene en la ciudad otros cuatro refugios; destinó al River Center a más de 200 de sus miembros; sólo unos cinco son empleados pagos.
Sus voluntarios son albergados en un edificio de la Universidad Estatal de Louisiana. Duermen en catres, como los refugiados, pero al menos se pueden duchar, un lujo que otros cientos de voluntarios se dieron antes de dejar sus casas y muy pocas veces más.
Frank Torres daría lo que fuera por bañarse. Apenas pudo hacerlo en dos oportunidades desde que llegó, hace dos semanas, a Nueva Orleáns. Es un bombero de Brooklyn y en Nueva Orleáns ayudó a rescatar a residentes que habían quedado atrapados en sus casas tras el paso de Katrina.
Ahora "el trabajo es más tranquilo", pero Torres no puede sacarse de encima el "apestoso olor" a cloaca y la pegajosa humedad que invaden la ciudad. El y sus compañeros viajaron al Sur sin que nadie se lo pidiera, y esperaron en las afueras a que les dieran permiso para entrar.
Torres, que participó de las tareas de rescate tras el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, se sorprendió. "No podíamos creer lo que veíamos. La destrucción, el agua, todo desierto, fue increíble. La gente estaba atontada; su reacción fue tan parecida a la de los neoyorquinos [el 11 de septiembre]", dijo a LA NACION.
Detrás de la Cruz Roja, de la Guardia Nacional y de los bomberos de otros estados, entraron en Nueva Orleáns y las demás ciudades golpeadas decenas de otras organizaciones y de miembros de movimientos religiosos. Tan grande fue el aluvión de voluntarios que días después tuvieron que arribar más voluntarios para asistirlos.
"No queremos que se enfermen quienes cuidan y rescatan a los damnificados", dijo a LA NACION Daniel Osburn, un paramédico de Michigan.
Viajó a Nueva Orleáns para vacunar a los voluntarios contra el tétanos, la hepatitis y todas las otras afecciones que acechan a quienes trabajan en las putrefactas aguas de la ciudad. En una semana dio alrededor de 3000 vacunas, en un hospital de campaña levantado en el Barrio Francés.
¿Caridad o promoción?
A 50 metros de allí, decenas de jóvenes del Ejército de Salvación cocinan para los soldados, obreros, periodistas, médicos y técnicos que coparon el centro. A la hora del almuerzo y de la cena, las colas superan los 200 metros, pero al menos los comensales tienen una gigantesca carpa, con un gran cartel que anuncia el nombre del donante: la cervecera Budweiser.
Sea por caridad o por promoción, las grandes compañías no quisieron estar ausentes del boom de solidaridad desatado por el huracán. Durante la primera semana de pesadilla, Wal-Mart despachó 100 camiones con alimentos a la zona afectada y comenzó a incorporar evacuados a su personal; General Electric regaló generadores eléctricos, y Levi´s donó un millón y medio de dólares en pantalones y remeras.
Para otras empresas, el negocio es tan importante como la solidaridad. La cadena Hilton desplegó en la zona a su propio "Equipo de Reconstrucción tras Katrina", para tratar de recuperar sus hoteles lo más pronto posible. Es para albergar a los empleados de las firmas de limpieza y de construcción, que ya reservaron decenas de habitaciones.
Esas empresas planean estar allí lo que dure la reconstrucción, seis meses o dos años. Durante ese tiempo, los protagonistas de la ciudad serán no sólo los voluntarios, sino también los obreros y técnicos.
"Me pagan menos de lo que ganaba en el trabajo que acabo de dejar, pero sé que voy a tener trabajo seguro por muchos meses", dijo a LA NACION Justin Bodin, un joven de 20 años que trabaja en una de las empresas de limpieza.
Bodin, que gana siete dólares la hora, uno menos que antes, esperaba en la entrada de la ciudad al resto de sus compañeros. Todos los días viajan tres horas de ida y otras tres de vuelta, desde el norte de Mississippi, para despejar el basural en el que se convirtió Nueva Orleáns. Cuando ellos y los voluntarios abandonen la ciudad, habrá llegado el momento en que los viejos habitantes puedan regresar.