En alerta máxima, la legendaria Odessa siembra con minas sus idílicas playas
Las playas están repletas de minas y soldados de las fuerzas de defensa advierten sobre los peligros de ingresar en la zona; los voluntarios ucranianos que colaboran con el ejército aseguran que no van a abandonar su patria
ODESSA.- Es una playa de arena blanca de ensueño, de esas que en pleno verano son tomadas por asalto por los amantes del sol y el mar. Pero ahora, en el 34 día de una guerra que cambió dramáticamente la vida de los ucranianos y, también, de los habitantes del resto del mundo, que asimismo pagan las consecuencias de una locura, este paraíso se ha transformado en un infierno.
Allí, justo en lo que era una bajada hacia una playa espectacular, ahora hay un cartel tétrico, de color rojo, con una calavera, que advierte: “cuidado, minas” y es uno de los frentes de la guerra en Odessa.
Se oye el ruido del viento que sopla fuerte y de las olas que rompen sobre la costa. Aunque el mar luce más azul que nunca pese a llamarse Mar Negro, todo el mundo sabe que este paisaje idílico ahora esconde muerte, violencia. Detrás de la línea del horizonte hay naves de guerra rusas que, desde que comenzó la invasión de Ucrania ordenada por Vladimir Putin, disparan misiles.
La gente que vive aquí ha tenido que irse y toda esta zona de la región de Odessa -que las autoridades militares piden no mencionar con su nombre geográfico por motivos de seguridad- ahora ya no es es un distrito turístico, de paseo en medio de la naturaleza, que solía ser. Es una zona militar, de combate, a la que los periodistas sólo pueden acceder mostrando una acreditación especial otorgada por el Ministerio de Defensa que indica claramente que “las Fuerzas Armadas ucranianas no son responsables de la vida y salud” de su titular.
En los varios check-points que deben cruzarse para llegar a este lugar que queda a una hora de la ciudad de Odessa, los militares controlan el pasaporte y la acreditación, a la que, en varias oportunidades, le sacan una foto con el celular. Tienen que saber exactamente quien entra allí. “Tengan cuidado”, advierten también los uniformados, armados hasta los dientes, que recuerdan que no se pueden filmar ni caras de los combatientes, ni las barricadas, ni edificios, rutas, cuarteles, destacamentos, que puedan ser luego identificados como un objetivo militar por el enemigo ruso.
En el camino se ven pueblitos que ostentan hoteles para todos los bolsillos con pileta, cabañas de madera para alquilar, restaurantes y bares que en tiempos normales suelen ser imán de los vecinos de Odessa en el fin de semana y de turistas en verano. Pueblitos costeros que también ostentan faros, que ahora se han vuelto pueblos fantasmas. Uno de los hoteles, en efecto, fue víctima de uno de los primeros bombardeos rusos, el 24 de marzo. En una rotonda llama la atención una estatua con tres delfines, tradicional pez del Mar Negro. Aunque lo más extraordinario es atravesar esa lengua de tierra que separa el Mar Negro de un lado y del otro, el estuario del río Dnister, uno de los más importantes de Ucrania, que nace en los Cárpatos y desemboca en el Mar Negro tras atravesar por más de mil kilómetros la vecina Moldavia.
La ruta, donde pueden verse señales de carretera envueltos en plásticos y cartones para que el invasor quede desorientado, está plagada de grandes carteles con mensajes escritos en ruso dirigidos al enemigo al acecho desde hace 34 larguísimos y dramáticos días. “¡Soldados rusos, deténganse! ¡Váyanse sin sangre en sus manos! En lugar de flores, les esperan misiles ¡Putin, todo el mundo está con Ucrania”, advierten.
Para defenderse de los rusos, que al margen de disparar a diario desde sus naves o desde sus bases en Crimea contra la región de Odessa, podrían desembarcar en una temida operación anfibia, las fuerzas armadas ucranianas no sólo llenaron de minas antipersonales kilómetros de playas de arena blanca, sino también, los campos sembrados que hay a pocos kilómetros del mar.
Allí, en medio de terrenos arados, de repente saltan a la vista pequeños carteles rojos que advierten “cuidado, minas”. ¿Cómo podrá volver a la normalidad esta zona campestre, donde también hay famosos viñedos, se ven enormes silos de ese granero de Europa que siempre ha sido este país - ahora paralizados-, grúas sobre el puerto, un gran puente, molinos de viento para generar energía eólica? Vuelven a mi mente esas bellísimas playas de las Islas Malvinas inaccesibles como estas de Odessa porque también, hace 40 años, fueron sembradas de minas antipersonales, crueles artefactos mortales fáciles de poner, pero muy difíciles y costosísimos de sacar.
Hay algunas vacas pastoreando a lo lejos en los campos verdes, donde, como para completar el escenario de guerra, también se destacan unas trincheras. Sí, trincheras en pleno campo en el siglo XXI. Parecen frescas, recién cavadas en el suelo color marrón oscuro, porque la tierra no está seca. Algunas trincheras cuentan con esas redes de camuflaje que suelen realizar, en toda Ucrania, los cientos de miles de mujeres y hombres de todas las edades que se han sumado a la resistencia, trabajando como voluntarios en lo que haga falta.
En lo que parece una gesta histórica, que ha unido como nunca al país, que, sabiéndose David, está determinado en combatir hasta la muerte contra el gigante, Goliat, también en Odessa, legendaria ciudad cosmopolita portuaria, hoy militarizada, asustada y semivacía, hay miles de voluntarios.
En un edificio antiguo que nos piden no identificar, en cuyo patio se entran militares que forman parte de las Fuerzas Territoriales de Defensa, hay civiles que cocinan para los soldados, preparan redes de camuflaje, recolectan medicamentos para enviar al frente, realizan tareas de limpieza.
Entre ellos está Natalia, estudiante de filosofía de 25 años, que en diálogo con LA NACION dice que espera que las conversaciones de paz, por primera vez “cara a cara”, que tuvieron lugar en Turquía entre rusos y ucranianos, puedan detener la guerra. Cuando le pregunto si estaría dispuesta a ceder Crimea y la región del Donbass -ya controlados por Rusia-, Natalia contesta que ella no es una política, que no es el presidente, Volodymyr Zelensky, que no le toca a ella decidir. “La verdad es que no sólo depende del lado ucraniano de que haya un acuerdo, sino que también depende del lado ruso, de lo que ellos digan”. ¿Teme que Odessa pueda ser tomada por los rusos? “Ya no tengo miedo. Por supuesto no quiero que los rusos nos invadan y si llegan a hacerlo, me iré y nunca más volveré a Odessa. Pero espero que Odessa siga siendo de Ucrania y que todo vaya bien”, contesta.
En el patio del viejo edificio, por supuesto rodeado de bolsas de arena, barricadas, cubiertas, como todo lo que hay en Odessa, sólo podemos entrevistar a los soldados de las Fuerzas de Defensa Territoriales locales que ocultan su rostro con un pasamontaña negro, después de largas conversaciones con sus superiores, muy reacios al principio. En la chaqueta camuflada del uniforme de los combatientes puede verse un escudo con un ancla, símbolo de esta ciudad portuaria.
Bogodan, un joven de 21 años de ojos celestes, cuenta que antes de que comenzara la guerra trabajaba de obrero de la construcción. Dice que ya sabía manejar armas, así que no tuvo que tener curso de instrucción, que aún no fue enviado al frente y que no tiene miedo. Muestra una alianza en el dedo anular de su mano derecha y cuenta, orgulloso, que se casó con su novia, María, el 25 de marzo pasado, cuando la maldita guerra de Putin cumplió un mes y un día. Muestra un video en su celular donde se lo ve con el uniforme militar, arrodillado, entregándole un enorme ramo de tulipanes a su flamante esposa.
¿Qué piensa que va a pasar con Odessa Bogadan? “Será siempre Ucrania, venceremos”.