Occidente, entre el entusiasmo y el temor por el impacto de las protestas en China
La crisis debilita políticamente al régimen del presidente Xi Jinping, pero el eventual perjuicio económico amenaza con derramarse sobre el resto del mundo
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PARÍS.– La ecuación parece imposible de resolver. Mientras la estrategia “Covid cero” en China se vuelve cada vez más difícil de aplicar, el régimen de Xi Jinping carece, hasta el momento, de los medios para cambiarla.
Por un lado, la sublevación popular contra los interminables confinamientos nunca fue tan violenta. Pero, por el otro, su abandono desencadenaría una inmensa ola de infecciones, que podría conducir hasta 5,8 millones de personas a terapia intensiva y causar miles de muertes, según un estudio de Bloomberg Intelligence.
Atrapado, el presidente chino se encuentra ante un inmenso desafío que Occidente sigue con atención con una mezcla de entusiamo y de temor. La crisis puede debilitar políticamente al régimen, pero a la vez entrañaría un tremendo impacto económico que puede arrastrar al mundo.
Como todo dictador que se respete, Xi Jinping está convencido de que quien controla el partido, controla el país. Y durante mucho tiempo, los hechos le dieron la razón. Con sus 96 millones de adherentes (alrededor de un adulto de cada 12), el Partido Comunista Chino (PCC) tiene una eficacia sin igual en el planeta.
En el mundo soñado de Xi, el PCC sabe lo que es bueno para el pueblo, porque él mismo pertenece al pueblo. Y como toma las buenas decisiones, el pueblo se lo agradece. Una de las frases que pronunció en el XIX Congreso del Partido Comunista, en 2017, resume su pensamiento: “Partido, Estado, asuntos militares, civiles, educación, este, oeste, norte, centro… el partido dirige todo”.
Pero —parafraseando a Maquiavelo— el poder aísla y el poder absoluto aísla absolutamente. Y nada lo ilustra mejor que las masivas manifestaciones de las últimas semanas contra su política de “Covid cero” y contra la dictadura del PCC. La sociedad civil está en ebullición. En todas partes, de Cantón a Pekín, pasando por Shanghái, Nankin o Xian, miles de personas desfilan denunciando con fuerza y eslóganes los sufrimientos debidos a las medidas sanitarias de una política impuesta hace casi tres años.
Más de 80 ciudades chinas están sometidas a esa política. Durante la primavera, cuando un aumento menor de los contagios provocó un confinamiento de ocho semanas en Shanghái y sumió el crecimiento anual de la economía en el ritmo más lento registrado en décadas, eran solo 50. Esas urbes, desde donde se realiza el 90% de las exportaciones chinas, representan el 60% del PIB del país.
La situación es tan explosiva que, de continuar, bien podría desestabilizar el poder.
En China, las relaciones entre Partido Comunista y sociedad reposan en un contrato social implícito: los ciudadanos no se ocupan de política, que es el monopolio del partido. A cambio este garantiza al pueblo prosperidad económica, seguridad física y perspectivas de vida que mejoran de generación en generación.
Ese contrato es relativamente estable desde comienzos de 1980, después de la llegada al poder de Deng Xiaoping. Pero hoy, los sinólogos anticipan una erosión de ese acuerdo tácito. La economía da signos de agotamiento y las jóvenes generaciones no se benefician con las mismas perspectivas que tuvieron sus padres. Y el Covid aceleró esa tendencia. En otras palabras, lo que está en juego hoy, con esas manifestaciones, es el estallido de ese contrato social.
Los chinos saben muy bien que el responsable de la situación actual es el presidente. Después de 46 años de crecimiento (8,1% el año pasado), con apenas 3,2% este año China podría por primera vez quedar rezagada frente a la India, su gran rival regional cuyas perspectivas económicas anuncian un crecimiento del 6,8%. Para 2023, el FMI prevé un crecimiento chino del 4,4%, muy lejos de sus pasados logros.
Después de clamar durante décadas su intención de convertirse en la primera economía mundial, ¿cómo hizo el régimen chino para llegar a esta situación? Para comenzar, se auto-asfixió con su política de “Covid cero. Tan implacable como burocrática, esa política no solo frenó el consumo interno, sino que asustó a las empresas extranjeras. Obnubilado por la consolidación de su poder, Xi fragilizó sectores clave.
“Puso de rodillas a sus gigantes de la tech, como Alibaba o Tencent. También frenó brutalmente el desarrollo inmobiliario, por temor a que estalla en su país una burbuja aun más devastadora que la de los subprimes en Estados Unidos”, explica Marc Julienne, investigador en el Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).
“En shocks anteriores, Pekín pudo recurrir a inyecciones masivas de dinero público en la economía para dopar su crecimiento. Pero esa estrategia ya no es posible. Las colectividades locales están demasiado endeudadas como para financiar rutas o puentes”, prosigue Julienne.
Peor aun, el régimen no consiguió desarrollar en forma suficiente el consumo interno para poder contrabalancear su dependencia de las exportaciones. Con su obsesión del “Covid cero”, Xi Jinping hizo, incluso, lo contrario.
Futuro inmediato
En las circunstancias actuales, ningún experto se atreve a decir qué podría suceder en un futuro inmediato. “Si la gente se siente galvanizada, la movilización podría seguir creciendo y todo dependerá de la respuesta que decida dar el gobierno central: entre brutalidad y negociación”, analiza la profesora Jenny Chan, de la Universidad Politécnica de Hong Kong.
Entre entusiasmo y temor, los occidentales miran la situación china con inquietud. Si bien es cierto que un debilitamiento del régimen autoritario chino está lejos de provocar tristeza en la Casa Blanca y las principales capitales europeas, todos son conscientes de que un derrumbe brutal de la economía del gigante asiático tendría consecuencias catastróficas en el equilibrio mundial.
La preocupación quedó bien clara la semana pasada con la intervención de la directora del FMI, Kristalina Georgieva, cuando advirtió a los líderes y bancos centrales asiáticos, que se preparen para un “excepcional” periodo de incertidumbre debido a los efectos de la política de “Covid cero” sobre la economía china.
Hablando en la Asociación de Países del Sudeste Asiático en Singapur, Georgieva insistió en que el futuro inmediato se encuentra “dominado por el riesgo”. No obstante, la responsable del Fondo advirtió a aquellos que estuvieran tentados por el proteccionismo que “dividir el mundo en dos bloques, deteniendo el comercio entre ambos, seguramente costará billones a todos”.
La advertencia no impide, sin embargo, que todos los países occidentales hayan comprendido la importancia de alejarse de la dependencia comercial del gigante asiático. Ese fenómeno comenzó con la pandemia, cuando el resto del mundo se vio privado de insumos elementales para hacerle frente. Desde entonces, centenares de industrias en los 27 países de la Unión Europea, por ejemplo, tomaron la decisión de repatriar sus producciones. Lo mismo sucedió en otros sitios del mundo.
Y las cifras lo confirman. Según los datos publicados el 7 septiembre por las aduanas chinas, tras una reactivación en julio pasado de 18%, las exportaciones chinas registraron en septiembre solo 7,1% a ritmo anual.
Los líderes occidentales también ven en esta situación la ocasión de convencer al régimen de Pekín de establecer relaciones bilaterales más equilibradas. Así lo expresó esta semana el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en una visita a ese país.
“Es fácil para las empresas chinas hacer negocios en Europa, que es un mercado abierto. No es lo mismo para las sociedades europeas que quieren desarrollar sus actividades económicas en China. Debemos identificar los obstáculos y superarlos”, le dijo al presidente chino.
Mucho más escéptico, el primer ministro británico advirtió esta semana que la llamada “era dorada” de las relaciones entre el Reino Unido y China se terminó. La declaración fue interpretada como una crítica velada a las políticas pro-chinas de algunos de sus predecesores, como David Cameron, quienes —para el nuevo premier conservador— tuvieron la “ingenua idea de que el comercio terminaría por provocar reformas sociales y políticas” en Pekín.
No obstante, así como el resto de los dirigentes occidentales, Sunak concluyó afirmando que es “simplemente imposible ignorar la importancia de China en el mundo actual: tanto para la estabilidad de la economía global, como para las cuestiones ligadas al cambio climático”.
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