Nuevas protestas: el arresto del rapero destapa los malestares de España
BARCELONA.– Por cuarto día consecutivo, centenares de jóvenes se congregaron en un punto del centro de Barcelona –la Plaza Universita–, después de convocatorias anónimas en redes sociales como Telegram. Sin pancartas ni banderas, apenas hay un par de “esteladas” independentistas, los une el grito de “Libertad Pablo Hasél!”, el rapero catalán arrestado el pasado lunes tras una condena a nueve meses de cárcel por haber realizado “injurias a la corona” y “enaltecimiento del terrorismo” en sus canciones. Y por cuarta noche, las marchas desembocaron en disturbios.
“Estamos aquí para defender la libertad de expresión. Hasél en sus canciones dice verdades que molestan al gobierno, como que el rey es un ladrón, y por eso lo condenan. En cambio, la extrema derecha incita al odio, y no les pasa nada”, espeta Pepa, una estudiante de Artes Escénicas de 20 años. Vino con un grupo de cinco amigas, todas estudiantes que ya participaron anteriormente en protestas porque “hay mil razones por las que este sistema no funciona”. Un helicóptero se pasea amenazador por encima de las cabezas de los asistentes, la mayoría apenas superaba los 20 años de edad.
Las manifestaciones de apoyo a Hasél y a la libertad de expresión tuvieron lugar en diversas ciudades españolas com Madrid, Valencia y Granada, pero su epicentro se halla, sin duda, en Cataluña. Concretamente, es en Barcelona donde los enfrentamientos entre la policía y algunos manifestantes han alcanzado una mayor intensidad. Desde el lunes, decenas de personas, entre ellas una treintena de agentes de policía, han sido atendidas por contusiones, y una chica de 19 años perdió un ojo el miércoles tras recibir el impacto de una bala de goma. Además, ya fueron arrestadas más de 70 personas, varias menores de edad.
Aunque todos se muestran indignados por la sentencia contra Hasél, pocos se declaran fans de su música. De hecho, algunos ni lo conocían antes de su condena. Ahora, se ha convertido en un símbolo, o mejor dicho, el catalizador que ha condensado el malestar acumulado y lo ha transformado en ira. Los motivos que señalan los protagonistas de las protestas son variados: el desempleo juvenil y la precariedad, la impunidad de la extrema derecha, la brutalidad policial, el no reconocimiento del derecho de autodeterminación de Cataluña.
“El país está muy mal. Mucha gente vive en la pobreza, sufrimos una gran crisis social y económica. El sistema tiene que cambiar”, proclama Guillem, un estudiante de secundaria que acudió a la concentración enfundado en una bandera republicana punteada con una estrella roja. “Es la bandera de las milicias republicanas en la guerra civil”, explica orgulloso.
El estallido de la pandemia se encadenó en España con la resaca de la Gran Recesión de la pasada década, que provocó un aumento sensible de las desigualdades y la pobreza. Antes de la llegada del Covid-19, el desempleo afectaba al 13,5% de la población, casi el doble del registrado en 2008. Pero entre los menores de 25 años se eleva casi al 41%, mientras la media europea es del 17%. Encima, entre los afortunados que poseen un trabajo, para un 67% es temporal. Algunos sociólogos los definen como la “generación perdida”, que ahora tampoco tiene derecho a la interacción social nocturna por las restricciones con fines de salud pública.
En las calles del centro se puede apreciar alguna cicatriz de los altercados de las noches anteriores, como las manchas negras en el asfalto por la combustión de contenedores y motocicletas. En algunas intersecciones, la dimensión de las barricadas de fuego a punto estuvo de provocar un incendio en los edificios colindantes, generando auténtico pavor entre los vecinos. Ayer, a última hora, se repitieron las escenas de llamas y carreras con las sirenas de banda sonora, si bien la policía actuó con mayor contención después de las críticas recibidas.
“No sé si hay gente que viene expresamente a quemar cosas. Yo creo que es fruto de la frustración, sabemos que si pides las cosas por favor no te harán ni caso”, comenta Claudia, una estudiante de primer curso de Educación Social. “Ayer, volvíamos a casa, y sin razón, la policía empezó a cargar y disparar balas de goma. Su brutalidad explica también la violencia. Hoy vine con miedo”, reconoce Marc, de 17 años.
“Es una amalgama de personas violentas y agresivas que, con el pretexto de una manifestación lícita, causan disturbios”, declaró el jueves en una rueda de prensa Joan Carles Molinero, vocerode los Mossos, la policía catalana.
Como ya sucedió en las protestas contra la sentencia a los políticos independentistas, los mandos policiales creen que pequeños grupos de ultraizquierda con experiencia en tácticas de “guerrilla urbana” se infiltran en las manifestaciones y actúan con gran coordinación y extrema violencia. La respuesta policial provoca la excitación del resto de manifestantes, y la protesta desemboca en una batalla campal.
Barcelona, incubador histórico de movimientos sociales, desde el anarquismo a principios del siglo XX al antiglobalismo a principios del XXI, vuelve a liderar la rebelión de una juventud hastiada en una era distopía pandémica.
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