Nueva Zelanda: Jacinda Ardern es una de las líderes más elogiadas del mundo, pero tiene un punto débil
CHRISTCHURCH, Nueva Zelanda.- Jamás un líder de Nueva Zelanda tuvo un perfil como el de Jacinda Ardern. La imagen de la mandataria neozelandesa fue catapultada a lo más alto de la escena internacional, llegó a la tapa de la revista Time y hoy es reconocible para un público que excede ampliamente la modesta población de su país.
Aplaudida por los progresistas de todo el mundo por su respuesta compasiva y decidida ante diversas crisis, Ardern se ganó el apodo de "la anti-Trump", por abrazar el multilateralismo y los valores liberales.
Ahora Ardern va camino a ganar cómodamente un segundo mandato en las elecciones del 17 de octubre por la fórmula del Partido Laborista, que según las últimas encuestas le saca una ventaja de dos dígitos a los conservadores del Partido Nacional de Nueva Zelanda. Sin embargo, el historial de Ardern es más complejo de lo que sugiere su reputación internacional, y su auge de popularidad entre los neozelandeses es un fenómeno más bien reciente, que será puesto a prueba en medio de una profunda recesión económica y frente a circunstancias sin precedente en la memoria viva de su pueblo.
"Siempre hubo buena predisposición hacia Ardern a nivel interno, pero mucho menos que a nivel internacional", dice el analista político Josh Van Veen, y señala que apenas el año pasado el apoyo a la persona de Ardern estaba por debajo del 40 por ciento. "Parecía encaminada a convertirse en una primera ministra de un solo mandato, pero entonces llegó el Covid-19 y el mundo quedó patas para arriba."
Su mandato, de hecho, ha estado signado por una sucesión de crisis: la masacre de 51 fieles musulmanes a manos de un supremacista blanco en Christchurch, la mortal erupción del volcán de la isla Whakaari y la pandemia de coronavirus. Y frente a cada uno de esos hechos traumáticos, Ardern, de 40 años de edad, se ganó aplausos por su reacción, solidarizándose con las víctimas y endureciendo las leyes de tenencia de armas, abrazando a los rescatistas tras el desastre del volcán, y liderando una respuesta ante la pandemia que fue puesta como ejemplo entre las más efectivas del mundo.
Pero los avances de Ardern han sido limitados respecto de otros objetivos, como subsanar la escasez de vivienda y los altos índices de pobreza infantil. El Partido Laborista se había comprometido a construir 100.000 viviendas en una década, pero el año pasado abandonó esa meta, tras haber construido apenas 258 hasta ese momento. Y según datos oficiales, la brecha de ingresos y las carencias materiales de los niños no se han modificado demasiado.
Por otro lado, derrotar al virus costó carísimo: la economía de Nueva Zelanda se contrajo un 12,2% en el segundo trimestre, casi el doble del retroceso de la vecina Australia.
La actual situación económica desvela a Mark Adams, criador de ovejas y vacas de 57 años de la localidad de Fairlie, quien ya decidió que no votará a los laboristas.
"Hasta el productor rural más quejoso tiene que admitir que hizo un buen trabajo en muchos temas", dice Adams en relación al modo en que Ardern manejó la pandemia. "Sin salud, no hay economía, pero tampoco es para festejar", dice el productor, y agrega que piensa que los conservadores del Partido Nacional están en mejores condiciones de frenar la recesión.
Los más de seis meses de restricciones fronterizas han golpeado duramente a los operadores turísticos. "Antes del Covid, el sector turístico de Nueva Zelanda movía más 73 millones de dólares por día, y actualmente estamos perdieron 31 millones por día debido a la ausencia de turistas extranjeros", dice un vocero de Aotearoa, una asociación de operadores turísticos neozelandeses.
El analista Van Veen dice que la recesión tendrá un profundo impacto en la psiquis nacional. "La mayoría de los neozelandeses nunca pasaron verdaderas penurias, y eso está a punto de cambiar."
Ahora las elecciones se acercan y el Partido Laborista ha vuelto a prometer salarios mínimos más altos y una ampliación de las licencias por enfermedad, medidas tendientes a consolidad el apoyo de los votantes de bajos ingresos.
Pero algunos quieren medidas más contundentes para resolver problemas arraigados que afectan desproporcionadamente a la comunidad indígena maorí.
"Entiendo por qué no ha podido hacer más en su primer mandato, pero de todos modos mi gente sigue sufriendo, y cada vez tiene más chances de quedarse sin nada, de pasar hambre, de que la metan presa y la discriminen más que a otros grupos", dice Matthew Tukaki, director ejecutivo del Consejo Maorí de Nueva Zelanda. "Esta elección no puede girar exclusivamente en torno al Covid."
Desde la izquierda, dicen que Ardern los ha decepcionado en lo referido al cambio climático, a pesar de que prohibió las nuevas exploraciones de petróleo y gas en alta mar.
"Siguen entregando permisos de explotación de petróleo de aguas profundas, y el crecimiento de la agricultura intensiva es definitivamente un paso en la dirección equivocada", dice Claire Dann, una vecina de Adams, en Fairlie.
Y en materia de política exterior, a Ardern la acusan de timidez frente a la escalada de agresiones de China, incluida la evidencia de actividades malintencionadas del Partido Comunista Chino en suelo neozelandés.
Junto con la elección nacional se llevarán a cabo dos plebiscitos, uno sobre la legalización de la marihuana y otro sobre autorizar o no la eutanasia para los enfermos terminales. Ardern y la mayor parte de su partido han respaldado la eutanasia, pero ella se ha negado a revelar su posición sobre la marihuana, a pesar de haber admitido en un debate televisado que fumó esa droga "hace mucho tiempo".
Como las elecciones se pospusieron cuatro semanas debido a la pandemia, Ardern relanzó su campaña el 9 de septiembre con un mensaje en Instagram publicado desde una camioneta, cerca de su ciudad natal de Morrinsville, donde había dejado a su hija al cuidado de los abuelos.
"Que tengan un hermoso día, estén donde estén", dice Ardern con entusiasmo en ese mensaje. En los debates televisivos, se ha mostrado igualmente optimista y duela de sí, a pesar del fuerte desafío de Judith Collins, líder de la oposición.
Patrick Lee-Lo, de 62 años, propietario de una pequeña empresa de Auckland, dice no haber votado por Ardern porque le parecía "demasiado inexperta para el asunto", pero dice haberse impresionado, por su capacidad "de amor, de amabilidad y de empatía", en especial después del atentado de Christchurch.
"Algo que el Covid me ha enseñado a mí y al mundo es que ya no podemos dar nada por sentado", dice Lee-Lo. "Y en momentos como este, es probable que la mayoría de las personas decentes le respondan al líder que les demuestre que se preocupa por ellos."
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)
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