Nueva Orleáns, la ciudad fantasma en la que sólo quedan rezagados y rescatistas
Las fuerzas de seguridad intentaban evacuar a los últimos sobrevivientes voluntariamente o por la fuerza
NUEVA ORLEANS.- Buscar sinónimos geográficos o históricos de devastación, destrucción y caos parece cada vez más fácil. Hiroshima, Bagdad y ahora Nueva Orleáns. Hasta hace dos semanas era el centro de la fiesta y la música en el sur norteamericano. Hoy es una ciudad fantasma, una ciudad bajo sitio, que intenta recuperarse de la catástrofe pero que, aún casi vacía, apenas empieza a despertarse a los implacables efectos del huracán Katrina.
Decenas de kilómetros antes de llegar a Nueva Orleáns, hormiguean por las autopistas los convoyes militares, los puestos de control policial, las filas con decenas de ambulancias, los ómnibus esperando trasladar a evacuados rezagados, los autos abandonados en el apuro. Ellos anuncian que cerca está la ciudad que desvela al gobierno más poderoso del mundo, angustia a sus desparramados habitantes y estremece al resto de los norteamericanos.
Los barrios de las afueras son los que menos sufrieron los vientos y las inundaciones que les siguieron. E incluso allí, las casas ya no son más que trozos apilados de madera pintada que se mezclan con árboles caídos. Restos de ropa, antenas, cables y barro reemplazan a los jardines. Las calles están en un silencio absoluto, que sólo quiebra el ruido de los helicópteros. Ya nadie queda en la zona, ni siquiera las mascotas.
Todos, o casi todos, se fueron antes de Katrina o fueron evacuados obligatoriamente después por orden del alcalde de Nueva Orleáns, Ray Nagin.
Sólo se aventuran los autos de policía o tanquetas de la Guardia Nacional, que, con unos altavoces, instan a quienes aún permanecen en sus casas a que las abandonen voluntariamente o si no serán retirados por la fuerza.
A la familia Terrence no la sacaron por la fuerza. Fue, en todo caso, "escoltada" ayer hasta las afueras de Nueva Orleáns sólo por un agente de policía en su auto. Esther y Walter, los dos jubilados y "por arriba de los 70", no quisieron abandonar sus casas hace dos semanas, pese a la insistencia de su hija. Permanecieron todos estos días allí por miedo a que saqueadores robaran lo que Katrina no se había llevado.
Su casa está intacta, de hecho, y es una de las pocas en apariencia habitable de su barrio. Se van, no por temor a la expulsión, sino simplemente porque su hija Claire se cansó y, desde Baton Rouge, mandó a su marido en camioneta para que buscara a sus padres y sus pertenencias más importantes.
"Nos vamos para no preocuparla más, pero volveremos, seguro que volveremos, y dentro de poco", dijo Esther a LA NACION desde la camioneta, que era seguida por un patrullero.
Esther confía en que ese "dentro de poco" sea no más de un mes. Muchos son los que ansían lo mismo, alentados por el drenaje de las aguas, por la intensidad con la que el gobierno busca restaurar la estructura básica -como si ahora quisiera recuperar el tiempo perdido- y porque el orgullo probablemente se los pide.
"Eso de la evacuación es una exageración; deberíamos quedarnos todos aquí y trabajar juntos para que la ciudad reviva. Nosotras no nos vamos de ninguna manera", dijo a LA NACION Edda Cronin, mientras hacía cola con su hermana Adrienne en uno de los pocos supermercados de Nueva Orleáns abiertos. Ellas no se van porque viven en Metaire, uno de los suburbios que no fue tocado por las aguas que cubrieron el 80% de la ciudad cuando los diques se rompieron. No tienen agua ni luz y las calles que rodean su casa están plagadas de troncos y escombros, pero en su hogar no se rompió ni una ventana.
En el supermercado tratarán de comprar rollos de papel, galletitas y fideos, ya que tampoco hay mucho más para adquirir. Recogen el agua y el hielo para calmar un calor húmedo que no da descanso en el gigantesco centro de distribución de alimentos que el gobierno instaló frente a una escuela.
Allí, voluntarios venidos de decenas de estados reparten alimentos a los habitantes de esos suburbios, que llegan en autos destartalados o en flamantes camionetas cuatro por cuatro. Aunque la ciudad sea una de las de menores ingresos de Estados Unidos, Katrina dejó a todos -los muchos pobres y los pocos ricos- por igual sin comida. Metaire queda a unos pocos kilómetros del centro de Nueva Orleáns y al otro lado del Mississippi. Pero aún cuando el huracán dejó allí una estela de destrucción, es un oasis al lado del centro.
Hedor
Llegar allí es como entrar en la escenografía de alguna superproducción de cine catástrofe de Hollywood. O peor. Porque la pestilencia incesante hace recordar inmediatamente que por allí pasó la furia del huracán. Es olor a gas que viene de instalaciones rotas, a basura podrida por haber permanecido más de dos semanas bajo el sol, a agua estancada y contaminada, al combustible quemado por las decenas de tanquetas del ejército. Y a muerte.
Pasadas las evacuaciones, el gobierno ahora se enfrenta lentamente a la recuperación de cadáveres, que podrían ser miles. Lo hace casi confidencialmente, como a escondidas, harto de los cuestionamientos de la prensa norteamericana. Aunque persiste el olor a muerte, todos los cuerpos fueron retirados ya del centro turístico de Nueva Orleáns; es en los barrios del Sudeste, los que fueron anegados por completo, donde todavía falta lo peor. Pero, en las calles del centro, la ausencia de cadáveres no es sinónimo de presencia de vida.
El Superdome, con su estacionamiento lleno de autos abandonados por refugiados que nunca volverán, y el Centro de Convenciones, con las decenas de colchones húmedos usados por los evacuados allí en condiciones deplorables, se yerguen como los emblemas de la desolación y de la improvisación en el país más rico del mundo.
Las calles del Barrio Francés, corazón de Nueva Orleáns, no son muy diferentes. Las patrullan a pie grupos de soldados, la única señal de vida en donde hasta hace poco más de dos semanas desbordaba de música y turistas.
Bourbon Street solía ser la columna vertebral de ese barrio. Era pintoresca, bulliciosa y albergaba -y alberga, en realidad- a buena parte de los restaurantes y bares. En lugar de clientes, en su veredas hay kilos y kilos de basura y alguna esperanza de recuperación.
Julio Menjiavar es uno de los más de cien mil hondureños que viven en la Costa del Golfo y también prácticamente el único civil en el centro de Nueva Orleáns, al que accede con un pase especial. Todos los días vuelve al bar, porque es el encargado de la limpieza. "Estoy dejando todo listo para reabrir cuanto antes. Tenemos que dar la imagen de que nos reponemos", dijo a LA NACION este joven de 33 años que hace 19 emigró a Estados Unidos.
Nuevo balance oficial
BATON ROUGE (AP).- El balance oficial de muertos por el paso del huracán Katrina por el sur de Estados Unidos se elevó ayer a 383, aunque las autoridades advirtieron que aún quedarían por hallar cientos de cadáveres en lugares a los que todavía no llegaron los equipos de rescate.
Según las cifras oficiales, 154 personas murieron en Louisiana, 211 en Mississippi y 18 entre Florida, Georgia y Alabama. Aunque el alcalde de la ciudad de Nueva Orleáns, Ray Nagin, habló de la posibilidad de que la cifra de muertos alcanzara los 10.000, los jefes de las operaciones de rescate afirmaron en las últimas horas que el número total de víctimas mortales podría ser más bajo de lo esperado.
Por otro lado, aunque todavía no está claro el costo de la destrucción que dejó Katrina, algunos funcionarios federales la estimaron entre 100.000 y los 200.000 millones de dólares. La firma Risk Management Solutions, que evalúa este tipo de desastres para más de 400 aseguradoras, elevó ayer sus estimaciones a 125.000 millones de dólares.