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¿Se convertirán los hospitales en los nuevos escenarios elegidos por los jihadistas, en lugar de las plazas o los mercados ahora vacíos? ¿El coronavirus será, además de la enfermedad que provocó millones de muertes, una nueva arma? ¿Las consecuencias a largo plazo de la pandemia, como mayor pobreza y desempleo, tendrán como efecto colateral un aumento del reclutamiento de terroristas? Esas fueron algunas de las preguntas, y de los temores, que surgieron entre los estudiosos del extremismo cuando el mundo comenzaba a paralizarse por el Covid-19. Los peores pronósticos no se cumplieron, pero sí hubo una reconfiguración de los grupos terroristas ante la crisis global.
La pandemia se cobró en 2020 casi dos millones de vidas en el mundo. Al lado de esa cifra, las 9247 muertes por el extremismo jihadista parece un número menor. Quizás por eso, y ante la ausencia de atentados a gran escala en Occidente, el foco de atención se corrió. Pero no para quienes siguen de cerca el accionar de estos grupos.
El secretario general de la Oficina de las Naciones Unidas contra el Terrorismo, Vladimir Voronkov, alertó el mes pasado que los extremistas están explotando el coronavirus “subidos a la ola de la polarización y el discurso de odio amplificado por la pandemia”, refiriéndose tanto a los grupos jihadistas como a los de extrema derecha, un amenaza que crece especialmente en Occidente.
Los grupos extremistas están acostumbrados a aprovechar el caos. “Permanecer y expandirse”, como ostenta el lema de Estado Islámico. Por eso, mientras los gobiernos del mundo instaban a su población a quedarse en sus casas, los grupos extremistas veían aumentar día a día a sus potenciales reclutas, aquellas personas que pasaban cada vez más horas frente a la computadora o el celular, en un contexto de vulnerabilidad único, en algunos casos tras haberse quedado sin empleo, sin recursos, o incluso sin familia por los estragos de la pandemia.
“Para grupos como Estado Islámico y Al-Qaeda, la pandemia ha sido otra oportunidad para inspirar violencia”, dijo a LA NACION Rita Katz, directora del grupo SITE, que monitorea y analiza la actividad jihadista.
Coronavirus, “soldado de Allah”
La pandemia fue explotada, en primer lugar, desde la narrativa. “El coronavirus ha servido como un verdadero buffet para que los actores de todo el espectro ideológico impulsen sus cosmovisiones extremistas”, sostuvo Colin Clarke, investigador del Soufan Center, en un artículo en el Instituto de la Paz de Estados Unidos.
Mientras la ciencia buscaba el origen del Covid-19, el extremismo esbozó hipótesis diversas, desde las teorías conspirativas que circulan entre sectores de extrema derecha hasta los argumentos religiosos de los jihadistas: para ellos, el coronavirus es un “soldado de Allah”, un “castigo divino”.
Según la propaganda de Estado Islámico, ese castigo estaba destinado a los “infieles” (o no creyentes en el Islam), aun cuando el virus terminó afectando a todos los países del mundo con extrema virulencia –incluidos los musulmanes-. Y los destinatarios cambiaban, según su narrativa, en función de dónde estaba golpeando con mayor fuerza la enfermedad: fue China, “por sus crímenes contra la comunidad uigur”; Irán, por “su apoyo al régimen sirio” y finalmente, Occidente, por encabezar la coalición internacional que arrebató el territorio del “califato”. El grupo, incluso, celebraba sin pudor mientras aumentaba el balance de muertos. “Ahora estamos felices por la tortura del gran dios y le rogamos que haya más (...) Los toques de queda hacen que no puedan salir de casa y que muchos de ustedes lo hayan perdido todo”, lanzó en mayo el vocero del grupo, Abu Hamza al-Qurashi, en un mensaje en audio.
Para Al-Qaeda, el coronavirus fue un castigo para Occidente que llegó para demostrar el mal manejo de los gobiernos laicos, que “en lugar de garantizar la provisión de instalaciones de salud y suministros médicos, [siguen] obsesionados con las herramientas de la guerra y la erradicación humana”. Y para los talibanes, “fue enviado por Allah debido a la desobediencia y los pecados de la humanidad u otras razones”.
Pero, como suele ocurrir en la comunicación islamista, el mensaje negativo (contra sus enemigos) fue complementado por otro positivo. Los jihadistas también aprovecharon la situación para mostrarse como una alternativa de poder, en consonancia con su histórico objetivo de instaurar un régimen bajo la ley islámica. Para eso, ofrecían asistencia en el terreno y recomendaciones para evitar contagios en la web. Estado Islámico, por ejemplo, publicó un decálogo con sugerencias que iban desde lavarse las manos y usar barbijo hasta usar el velo y poner “la fe en Dios”.
Llamado a la acción
Durante la pandemia, los grupos extremistas no planearon bajar la guardia ni mostrar misericordia. De hecho, consideraron que era un buen momento para concretar nuevos ataques. La crisis sanitaria facilitaba esta situación en varios frentes, desde la reducción de los presupuestos para la lucha contra el terrorismo o el repliegue de tropas occidentales en Medio Oriente para evitar contagios. Aunque, por otro lado, también implicaba inéditas limitaciones, como las restricciones de viajes, la menor cantidad de aglomeraciones y el hecho de que los medios de comunicación y las redes sociales -claves para el terrorismo- estuvieran ocupados con otro tema.
Ya en marzo, si bien Estado Islámico pedía a los “habitantes del califato” que no viajaran a Europa para que no se contagiaran, sí llamaba a la acción a quienes estuvieran allí, al considerar que por la desviación de la atención de las fuerzas de seguridad para controlar los confinamientos, era un buen momento para ataques de alto impacto. La pregunta era dónde. Las postales de las calles más emblemáticas del mundo suponían un desafío. Aunque llegaron a sugerir que, ante el encierro y la falta de gente en plazas, iglesias y recitales, podrían atacarse hospitales o supermercados, eso finalmente no sucedió.
Otras de las ideas que circulaban en las redes extremistas, e incluso fue mencionada por JNIM (la filial de Al-Qaeda en el Sahel), era la de convertir el coronavirus en un arma. O peor. “Tanto para los terroristas jihadistas como para los de extrema derecha, la pandemia ha provocado un resurgimiento de los pedidos de ataques bioterroristas. Tales incitaciones han llamado a difundir intencionalmente el Covid-19 y, dado el daño causado por el nuevo coronavirus, a convertir otros virus en armas”, advirtió Katz.
Sin embargo, al hacer un balance del primer año de la pandemia y sus efectos sobre el extremismo islamista, un informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) concluyó que “a lo largo de 2020, la pandemia ha cambiado al mundo y a sus habitantes, pero no ha generado ninguna gran mutación de la amenaza jihadista”. También estableció que no hay una relación establecida entre la cantidad de muertos por la pandemia y la cantidad de ataques terroristas por país.
Los temores de los expertos internacionales, no obstante, se enfocan más bien en el mediano y largo plazo. El coordinador de la lucha contra el terrorismo de la UE, Gilles de Kerchove, explicó que, después de la emergencia de salud pública podría llegar una crisis de seguridad, según citó The Financial Times. Las consecuencias en la salud mental por los aislamientos, una situación económica crítica y la desilusión hacia algunos gobiernos hacen que las personas sean más susceptibles a radicalizarse.
El terrorismo en 2020 y 2021
Antes de que llegara la pandemia, las muertes por terrorismo habían bajado en 2019 por quinto año consecutivo a 13.826, un 59% menos que el pico de víctimas fatales, en 2014, el año en que Estado Islámico autoproclamó la instauración de un califato, según la base de datos de terrorismo global de la Universidad de Maryland. Sin los números cerrados de 2020, la directora del programa, Erin Miller, señaló a LA NACION que en función de los datos preliminares, no hubo grandes cambios en esa tendencia, aunque sí una particularidad: “Notamos un aumento en los ataques directamente relacionados con la pandemia, por ejemplo, decenas de ataques incendiarios en la infraestructura de telecomunicaciones 5G motivados por una teoría conspirativa que sugiere falsamente que la tecnología 5G está relacionada con el Covid-19”.
Por otro lado, según el informe del IEEE, en base a los datos sobre atentados islamistas del Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo, “no hay indicios claros de que la radicalización jihadista haya crecido de forma significativa, aun cuando 2020 haya sido un año con algunos ataques terroristas más que los registrados en 2019”.
En términos generales, disminuyó la cantidad de atentados en Medio Oriente (especialmente en Siria e Irak, donde los números siguen altos, pero lejos de los picos de la época en que albergaban al “califato”) y el Norte de África, y creció en gran parte del continente africano, sobre todo al sur del Sahara (con foco en Nigeria), donde se están expandiendo nuevas filiales de Estado Islámico. De hecho, esta estrategia de “fragmentación” del grupo creado por Abu Bakr al-Baghdadi es considerada como uno de los dos principales “desafíos” del terrorismo mundial de este año, según el Instituto de Paz de Estados Unidos, que alerta que esta red de filiales –sobre todo en África- puede incluso ganar más fuerza y violencia que la agrupación original. “Si no somos cuidadosos y vigilantes, el Estado Islámico es más que capaz de resurgir y fortalecerse una vez más”, consignó el informe.
En la misma línea, Voronkov sostuvo que “si bien Estado Islámico no ha desarrollado una estrategia con propósito para explotar la pandemia, sus esfuerzos por reagruparse y revitalizar sus actividades han cobrado mayor impulso”.
Mientras tanto, Afganistán volvió a ser el foco de mayor cantidad de ataques jihadistas en 2020, pese a que el año pasado se formalizó el acuerdo de paz entre Estados Unidos y el talibán, algo que impactó en un cambio de los objetivos de los atentados, pero no en un cese significativo de la violencia.
“La tendencia de los grupos terroristas continúa teniendo un carácter expansivo, especialmente en el África Subsahariana y en países como Afganistán –apuntó Carlos Igualada, director del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo a LA NACION-. En estos casos, se observa especialmente que durante los primeros meses de la pandemia las organizaciones jihadistas se beneficiaron de la decisión tomada por los responsables de misiones internacionales, quienes dieron la orden para que una buena parte de los soldados no salieran de sus acuartelamientos para evitar riesgos de contagio en el exterior. De esta forma, los grupos terroristas consiguieron una mayor libertad de movimiento y también aprovecharon el abandono de algunos gobiernos hacia la población para acercarse a esta y suministrar los recursos básicos, con el objetivo de ganarse el apoyo y la simpatía de una parte de la sociedad”.
En Europa Occidental, según el informe del IEEE, hubo un leve aumento de atentados islamistas en 2020 (15 atentados en total), aunque “todos ellos de poca magnitud”, a diferencia de los de París de 2015, o de Niza y de Bruselas en 2016. Los países que registraron ataques fueron Francia, Reino Unido, Alemania, Suiza y Austria. Primó la estrategia del “lobo solitario”, personas sin vínculo directo los grupos jihadistas, pero inspirados por ellos. Los episodios con mayor repercusión fueron los tres vinculados con el comienzo del juicio por el atentado de 2015 contra Charlie Hebdo, en Francia: un ataque con machete cerca de la antigua sede de la revista (sin muertos), la decapitación de un profesor que había mostrado caricaturas de Mahoma en su clase y el asesinato de tres personas en la basílica de Notre-Dame de Niza.
Respecto a la ausencia de ataques de gran impacto en Occidente, Igualada mencionó dos posibles factores: “el menor impacto que tiene la propaganda de Estado Islámico tras la caída del califato sirio-iraquí y el grado de experiencia adquirido por la lucha antiterrorista europea para hacer frente a esta amenaza”. Sin embargo, de cara al futuro, advirtió: “En Europa, especialmente, el riesgo existe en cuanto a la llegada de combatientes procedentes de zonas de conflicto y con experiencia para llevar a cabo atentados. Asimismo, la radicalización en centros penitenciarios y los procesos de autoadoctrinamiento que hayan podido darse durante el confinamiento como consecuencia de disponer de más tiempo utilizando las nuevas tecnologías, podrían convertirse en serias amenazas para la seguridad”.
Una amenaza creciente
El segundo desafío para el contraterrorismo en 2021, según el Instituto de Paz de Estados Unidos, está vinculado al crecimiento de la extrema derecha en Occidente. Y el ejemplo más claro ocurrió, de hecho, en ese país, en los primeros días de este año, con el ataque de seguidores fanáticos de Donald Trump contra el Capitolio, un asalto que dejó por lo menos cinco muertos y a un país con la sensación de que el terror se infunde desde adentro.
Según el informe del IEEE, “los grupos de extrema derecha también han visto la pandemia como una oportunidad para alimentar las narrativas existentes con un aumento del discurso de odio racista, antisemita, islamófobo o antiinmigrante”.
El mes pasado, el Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos emitió una advertencia al flamante gobierno de Joe Biden en la que destacó que “grupos extremistas violentos” podrían llegar a movilizarse para “incitar o cometer violencia”. Un estudio del Centro para Estudios Internacionales Estratégicos indicó que entre 1994 y 2020 hubo 893 ataques terroristas en ese país, la mayoría (57%) perpetrados por extremistas de ultraderecha.
La preocupación excede a Estados Unidos. “El terrorismo jihadista es una amenaza que planea sobre Europa desde hace varias décadas, sin embargo, la fuerza que está adquiriendo la extrema derecha violenta ha obligado a que los gobiernos comiencen a poner el foco en hacer frente también a este desafío”, señaló Igualada, desde España.
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