“Nos sentimos traicionados”: los temores de los alauitas, la minoría del Islam a la que pertenecía el clan Al-Assad
Decenas de miles de sirios de confesión alauita huyeron de Damasco por miedo a las represalias del nuevo gobierno islamista; decepción entre los que se quedaron
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DAMASCO.- Shockeados, traicionados, confundidos. Así se sienten los alauitas, minoría de la rama del Islam chiita a la que también pertenecía la familia Al-Assad. A una semana de la inimaginable y silenciosa huida del último heredero de ese todo poderoso clan que gobernó con mano de hierro a Siria por más de cinco décadas, los alauitas, que jamás se esperaron que el presidente se fuera de esta forma, de un día para el otro, sin pelear y abandonando a quienes lo respaldaron, no ocultan su temor a lo que vendrá.
Aunque hasta ahora el grupo islamista rebelde sunnita Hayat Tahrir al-Sham (HTS), de pasado extremista y fundamentalista, e incluso declarado terrorista, aseguró tolerancia e inclusión a todos los integrantes de ese mosaico étnico y cultural de este país considerado cuna de la civilización, los alauitas siguen con muchas dudas y en compás de espera.
Sobre todo porque comenzaron a aparecer en redes sociales videos no comprobados de milicianos islamistas ejecutando a exmiembros de una milicia alauita pro-Assad en algunas localidades: imágenes escabrosas de justicia por mano propia que acrecentaron el temor a que la moderación ostentada hasta ahora por los “barbudos” pueda ser tan sólo de fachada.
“Al momento la situación parece estable, pero hace una semana, por miedo, del millón de personas que vive acá, donde hay también musulmanes sunnitas, ismaelitas y cristianos que convivimos sin problemas, se fueron en masa entre 300.000 y 350.000 personas, el 90%, alauitas”, asegura a LA NACION Abu Saleh, miembro del comité vecinal de Al-Mazzah 86, uno de los barrios más pobres de esta capital y corazón alauita de Damasco.
Quienes huyeron se fueron a Latakia y Tartus, zonas consideradas un bastión histórico de los alauitas, en la costa siria. “Se creyeron esas versiones que el régimen de Al-Assad hizo circular de que los milicianos de HTS iban a venir a degollarnos con cuchillos”, dice. Como nada de eso ocurrió, sino que los nuevos dueños de Damasco aseguraron que van a respetar a las minorías, muchos ahora están regresando, destaca.
¿Se siente traicionado por Al-Assad? “Sí, me siento traicionado”, contesta este exsoldado retirado, de 65 años, sin dudar. “Yo pensaba que Al-Assad iba a quedarse y a luchar por su gente… Pero, evidentemente, por 54 años vivimos en una ilusión: todos, la televisión, los medios, nos estaban mintiendo a los sirios, diciéndonos que el Ejército nos iba a proteger para siempre… Por eso nos sentimos traicionados”, explica, y asegura que él, a diferencia de que se fueron, no tiene miedo.
“Miedo, no. Pero queremos saber qué va a venir ahora”, afirma, mientras fuma un cigarrillo, sentado en una pequeña y paupérrima oficina de una inmobiliaria del barrio junto a otros alauitas dispuestos a hablar con los periodistas.
Al-Mazzah 86, que se levanta en una polvorienta colina de Damasco no lejana a la majestuosa residencia de los Al-Assad, es un barrio pobre parecido a una villa donde la mayoría son empleados públicos y solían ser soldados de bajo rango. Es un lugar donde, evidentemente, los alauitas nunca recibieron ningún privilegio ni ayuda del también alauita Al-Assad.
El barrio ostenta construcciones precarias y desordenadas de no más de tres pisos de ladrillos grises, callejuelas angostas y sinuosas llenas de basura, pozos, polvo y suciedad, marcadas además por enjambres de cables eléctricos colgando de los postes. Hay mucha gente yendo y viniendo, mujeres con el pelo descubierto (evidentemente alauitas, ya que no usan el velo las seguidoras de esta rama del Islam chiita), otras con hiyab, niños correteando, motos y tiendas que venden desde electrodomésticos a fruta y verdura.
Al barrio se accede pasando por checkpoints que hasta hace una semana controlaban soldados del Ejército de Al-Assad. Son puestos de control que ahora regentean jóvenes con rifles Kalashnikov, turbante negro y ropa camuflada. No se trata de milicianos de HTS, nos explican, sino vecinos que se auto organizaron para imponer seguridad después de los saqueos que hubo entre el domingo y lunes pasado, al darse el vacío de poder entre la huida de Al-Assad y la llegada de los rebeldes islamistas.
Según cuentan los vecinos, al irse Al-Assad sin resistir y sin dar explicaciones y al desplomarse el régimen, los soldados de bajo rango que vivían en el barrio abandonaron sus armas y uniformes y también se esfumaron o mimetizaron. “Si no sacaron todavía esta montaña de basura, es porque había armas tiradas allí abajo”, explica Abu Salam.
Los alauitas representan aproximadamente el 10% de los 23 millones de habitantes de Siria, que tiene una población mayoritariamente sunnita (70%), y que cuenta, además, con importantes comunidades cristianas, kurdas, de drusos y otros grupos minoritarios.
Si bien durante la guerra civil siria -que duró 13 años-, los alauitas respaldaron en forma incondicional la brutal represión de Al-Assad, a menos de una semana de su caída, en Al-Mazzah 86 todos prefieren despegarse del exlíder.
“Los alauitas no estábamos con el régimen de Al-Assad, sino que muchos nos vimos obligados a venir a Damasco porque no había ni industria ni trabajo en Latakia y lo apoyábamos porque nos daba trabajo”, asegura Abu Ali, también soldado retirado del Ejército, de 58 años, que sobrevive haciendo changas de pintor y que también dice sentirse traicionado.
Como Abu Salam, que estuvo 35 años en el Ejército, y recibe una jubilación ridícula: 300.000 libras sirias, es decir, unos 20 dólares, con los que por supuesto es imposible vivir, ya que se necesitan al menos 200 dólares sólo para poder comer en este momento de feroz crisis económica, después de más de diez años de guerra y sanciones económicas pesadísimas.
“Aquí en este barrio, en el que somos muchos los alauitas pero que representa a toda Siria, somos todos pobres, de todas las religiones… Y los ricos son ricos de todas las religiones”, comenta Abu Ali.
Rasha Abdollah Shahien, una mujer de 40 años también presente en la oficina, vestida de jogging amarillo, pelo teñido de rubio largo y suelto, se enoja al hablar de diferencias religiosas.
“Odio que me digan que soy alauita, somos todos hermanos y todas las religiones convivimos en Siria”, subraya Rasha, que está casada y tiene un hijo de 16 años que finalmente este domingo volverá a la escuela después de una semana cerrada por el caos provocado por el fin de la era Al-Assad.
Rasha, que es empleada pública y trabaja como secretaria de una oficina del gobierno que se ocupa de los parques de Damasco, en cambio, volvió a trabajar hace dos días. Y, más allá del fin de la era Al-Assad, dice que para ella no hubo ningún cambio. “Uno de los milicianos del HTS vino a decirnos que somos todos hermanos y que tenemos que respaldar la unidad y yo le dije que no pensaba cambiar de ropa, ni ponerme el velo en la cabeza… Y él me dijo que no había problema”, relata. “Pero igual tengo miedo, pueden decir eso ahora, pero pueden cambiar de idea en cualquier momento”, agrega, preocupada.
“No sé si los de HTS son verdaderamente tan amables como se muestran y si el día de mañana no me van a forzar a cambiar mi estilo de vida y mi ropa”, coincide su amiga Kinda Deeb, también presente, de 40 años y viuda, que lloriquea porque se quedó sola. Gran parte de su familia -su mamá, sus hermanos y su suegra-, de hecho, están entre esos 350.000 alauitas que huyeron a Latakia el día que se fue Al-Assad “porque se sentían traicionados, perdidos y no sabían qué hacer”. “Ahora que vieron que la situación es estable, quieren volver, pero hay poco transporte público, casi no hay nafta, así que es difícil”, lamenta.
¿Se siente también ella traicionada por Al-Assad, que se fue de la noche a la mañana, sin pelear ni defender a su gente, optando por un exilio dorado en Moscú? “No lo sé, estoy shockeada”, contesta, moviendo la cabeza. “Todavía no logro entender qué pasó, ni por qué se escapó… Nadie puede creer que se haya ido, nadie se lo esperaba”, añade.
“Él era el presidente de Siria y hay que respetarlo. Como en Italia o en la Argentina sucede con los presidentes, hay que respetarlo… Aunque nosotros, no como alauitas, sino como personas, nunca lo apoyamos”, interviene Abu Salah, que destaca que respetará al nuevo gobierno porque “necesitamos a alguien que represente al pueblo sirio”.
De los alauitas entrevistados, Abu Salah es el único que deja fotografiarse. Los demás prefieren que no. Aunque agradecen cálidamente la visita de las periodistas, que alborota el mísero barrio porque, según explica nuestro intérprete, hace más de diez años que no entraba allí ningún cronista extranjero.
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