Varias familias recurren a los desechos que encuentran en un depósito militar; las consecuencias de más de una década en guerra
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Un vertedero militar estadounidense en el noreste de Siria es su única fuente de alimentos e ingresos.
“La gente nos avergüenza, nos llaman personas basurero”, confiesa Alia, de 25 años.
Tras más de una década de guerra, se estima que 15,3 millones de personas en Siria necesitan asistencia humanitaria, según muestran las últimas cifras de la ONU. Y cuatro de cada cinco personas de entre ellos no tienen acceso a alimentos suficientes.
La hija de Alia, Walaa, es una de ellas.
“Estamos aquí para encontrar carne, para encontrar comida porque tenemos hambre”, dice la niña de 12 años.
En el noreste sirio controlado por los kurdos, la guerra contra el llamado Estado Islámico (EI) ha arrasado la economía.
En medio de montones de desechos, y rodeados de los humos tóxicos que produce la quema de basura en las desérticas llanuras alrededor de la ciudad de Tell Beydar, un pequeño grupo de personas busca comida para alimentarse y plástico para vender.
Esta no es la vida que Alia quería para sus hijos.
Durante los últimos tres años, ha salido todos los días a las siete de la mañana para caminar las dos horas que separan su casa del vertedero, a menudo llevándose a Walaa con ella. Su hija mayor se queda en casa para cuidar al hijo menor de Alia.
Alia y Walaa no regresan hasta el atardecer, para cuando la familia está muerta de hambre.
“Siempre soñé que mis hijas estudiarían como las demás niñas”, dice. “Pero ahora son como yo, no saben leer ni escribir”.
El esposo de Alia era trabajador agrícola. Pero cuando murió hace 10 años, la unidad familiar se derrumbó.
La guerra, el empeoramiento de la sequía y las terribles condiciones económicas la han conducido a la desesperación.
Sobrevivir con sobras
Un camión llega al basurero y los niños corren hacia él.
Hurgando entre los montones de bolsas, Amer, de 15 años, encuentra unos restos de pollo. Chupa los huesos y busca más.
“Si hubiera otros empleos, trabajaría en otra parte. Pero no puedo hacer nada más”, dice.
Amer es el único sostén de una familia de 11 personas. Gana entre 3.000 y 5.000 libras sirias (entre US$1,19 y US$1,99) al día vendiendo el plástico que encuentra. Apenas es suficiente para sobrevivir.
“Las cosas se complicaron después de la guerra. Ni siquiera tenemos para pan”, dice.
El hermano de Amer luchó junto a las fuerzas estadounidenses contra el Estado Islámico en la región. Recientemente resultó herido mientras patrullaba y apenas gana suficiente dinero para mantener a su propia familia.
“Los estadounidenses deberían hacer más para ayudarnos”, añade el adolescente.
La lucha contra el EI
En 2014, Estados Unidos envió tropas para respaldar a las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) lideradas por los kurdos en su lucha contra el grupo yihadista.
Cinco años después, declararon la victoria sobre el EI.
La región ahora está gobernada por una administración multiétnica dirigida por kurdos, pero la vida está lejos de la normalidad.
“Lo que está sucediendo en el noreste es el resultado del deterioro de las condiciones en el país”, asegura el jefe de una ONG que trabaja en proyectos de desarrollo en la región y que pide permanecer en el anonimato por razones de seguridad.
Las vastas tierras agrícolas y los campos petrolíferos del noreste fueron en el pasado una importante fuente de ingresos para Siria.
Ahora, sin embargo, el incremento vertiginoso del precio de los alimentos, el aumento de las amenazas de seguridad y de la población, que se ha multiplicado por dos, han aumentado las tasas de pobreza.
Muchos dependen hoy de la ayuda humanitaria para sobrevivir, pero la escasez de fondos y las restricciones logísticas hacen que la ayuda no llegue a todos los que la necesitan.
La ONU está teniendo dificultades para llevar ayuda a la región, especialmente después de que Rusia y China bloquearan una resolución del organismo internacional que autorizaba a permanecer abierto un cruce fronterizo desde Irak.
Pero la ayuda que llega se envía sobre todo a campos de refugiados y las zonas más afectadas por la guerra, como Raqqa y Deir ez-Zor, explica el responsable de la ONG.
Las áreas rurales que hay entre medio, como los pueblos alrededor de Tell Baydar y otros, se pasan por alto.
El periodista Hamza Hamki es de la ciudad de Qamishli, en el noreste de Siria. Asegura que no es tan habitual en la región escarbar en los basureros, aunque reconoce que el número de personas que están recurriendo a esto ha aumentado.
“La gente necesita proyectos de desarrollo. Necesita reconstrucción. Pero estos proyectos no existen, lo que contribuye al aumento de las tasas de pobreza”, denuncia a la BBC.
Las constantes amenazas a la seguridad obstaculizan cualquier plan para financiar este tipo de proyectos. Turquía ya ha liderado dos operaciones militares en Siria contra áreas controladas por la administración kurda, las SDF.
El grupo está dominado por las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG), que Ankara considera una organización terrorista. Turquía asegura que la presencia del grupo en sus fronteras es una amenaza para su seguridad.
También existe el riesgo de que el Estado Islámico resurja.
La presencia militar estadounidense ofrece protección contra estas amenazas. Pero aún no está claro cuánto tiempo permanecerán operativas sus bases.
“Si Estados Unidos se retira, toda la región no tardará más de 24 horas en caer ante Turquía o el gobierno sirio”, dice Hamki, y agrega que ambos escenarios tendrían implicaciones “catastróficas” para las personas que viven en la zona.
“La gente no tiene problemas con ninguna de las partes, solo quiere vivir con dignidad”, afirma.
Lo único que han conocido en su vida niños como Amer y Walaa es la guerra y la desesperación.
“Ojalá tuviéramos un poco más dinero para poder ir a la escuela y trabajar (en otro lugar). Eso es todo lo que deseo”, confiesa Amer.
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