Nombres y asesores que amenazan el futuro de la presidencia peruana
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Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. La autora es analista política y periodista.
LIMA
Pedro Castillo finalmente juró como presidente de Perú el 28 de julio, después de más de un mes de incertidumbre política generada por los intentos de Keiko Fujimori de torcer el resultado de las urnas. Durante ese lapso, parecía que el alarmismo de algunos sectores de la población había sido exagerado: Castillo incorporó a su equipo a colaboradores más moderados, como Pedro Francke, un economista de izquierda que empezó a reunirse de inmediato con los bancos de inversión para asegurarles que el gobierno entrante no atentaría contra la estabilidad económica del país. El mensaje fue interpretado como una señal de que Castillo estaba dispuesto a moderar su agenda económica radicalizada, sofocar sus tendencias autoritarias y cortar sus vínculos con personas e instituciones que simpatizan con el grupo terrorista Sendero Luminoso. También hizo que muchos analistas peruanos conservaran la esperanza de que Castillo no se inclinaría por la línea dura de su partido, Perú Libre, como Vladimir Cerrón, su líder, un exgobernador de extracción marxista que fue condenado por corrupción.
Pero el jueves todas esas esperanzas se fueron por la alcantarilla cuando Castillo nombró a Guido Bellido como su primer ministro y jefe de gabinete. Bellido es un legislador de Perú Libre que actualmente enfrenta una investigación judicial por apología de Sendero Luminoso. También es un furibundo misógino y homofóbico, que a todo esto es muy cercano a Cerrón. El resto del gabinete también es seriamente cuestionado: también se ha informado de vínculos con Sendero Luminoso del ministro de trabajo, y otros miembros no tienen experiencia en las áreas en su órbita. Y si bien el viernes por la noche Francke finalmente aceptó la cartera de Economía, tras negociar cierto grado de autonomía, Cerrón ya ha manifestado por Twitter su deseo de desplazar al economista, al que considera demasiado representativo del statu quo peruano.
Así que los peruanos interpretan la designación de Bellido de dos maneras: Castillo ha decidido aliarse con los elementos más radicalizados de su partido, y apuesta a una estrategia de enfrentamiento con el Congreso, que es de mayoría opositora.
No es arriesgado afirmar que esa decisión probablemente sea su ruina, y es evidencia de que tanto Castillo como Cerrón están sobreestimando el nivel de apoyo popular a su nuevo gobierno. Desde el momento en que fue elegido, Castillo supo que enfrentaría una virulenta oposición en muchos frentes. Perú Libre no tiene mayoría propia en el Congreso para la aprobación de las leyes. Después del ballottage, los principales medios de comunicación se alinearon inmediatamente con la derecha, y se preparan para criticar ferozmente sus políticas. Al sector empresarial le encantaría verlo destituido. Y las Fuerzas Armadas, actualmente acéfalas, se niegan a reconocer simbólicamente a Castillo como comandante en jefe hasta que nombre un reemplazo. Su única fuente real de poder fue la aprobación de la gente, que en su mayoría lo veía como una alternativa a la política tradicional y como la llegada de una economía más justa y equitativa.
Para la mayoría de los peruanos, sin embargo, cualquier cosa remotamente relacionada con Sendero Luminoso es un insulto. Y casi todos los sectores políticos han tomado la designación de Bellido como una afrenta, excepto Nuevo Perú, el grupo que representa a la izquierda progresista y que también integra el gabinete. De hecho, el nombramiento fue tan extraño que algunos periodistas creen que en realidad es parte de un plan de Cerrón y Castillo para que el Congreso le niegue su voto de confianza al primer ministro, obligando al presidente a nombrar un gabinete completamente nuevo, allanando así el camino para la disolución del Congreso. Según la Constitución peruana, el Poder Ejecutivo puede disolver el Legislativo si este le niega dos veces su voto de confianza al gabinete. Se cree que esto aceleraría el proceso de convocatoria de una Asamblea Constituyente, uno de los principales objetivos de Castillo, lo que es muy poco probable que ocurra por los canales normales.
Plan fallido
Sea o no ese, el plan parece haber fracasado. Si bien varios legisladores han pedido la renuncia de Bellido, la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva, del partido centrista Acción Popular, ha declarado que primero se reunirán con Bellido y escucharán lo que tiene que decir, en vez de rechazarlo de plano. Es posible que este nuevo Congreso sea consciente de los errores cometidos por los anteriores, todo por el Parlamento disuelto por el presidente Martín Vizcarra en 2019.
El Congreso lleva las de ganar también en otro aspecto. Como descubrió el país en los últimos años, el juicio político a un presidente puede ser un proceso rápido: solo se necesitan dos tercios de los votos de los legisladores (87) y un hecho plausible de ser interpretado como “incapacidad moral”. Así que al Congreso le podría resultar bastante fácil responder a cualquier amenaza de disolución iniciándole juicio político.
Dadas la torpeza política de Castillo y su aparente predisposición para rodearse de corruptos y simpatizantes de Sendero Luminoso en su gabinete, el juicio político ya despunta en el horizonte.
Eso no quiere decir que destituirlo equivale a salvaguardar la democracia en Perú ni que con eso se terminaría la inestabilidad que vive el país desde 2016. Puede ser que la izquierda de Castillo haya ganado las elecciones, pero no está claro que realmente pueda gobernar, y mucho menos liderar la revolución social y económica que les prometió a los peruanos. Ese fracaso solo profundizará la polarización ya existente, desestabilizará la economía y les allanará el camino a opciones todavía más radicalizadas y antidemocráticas, esta vez de la extrema derecha. Y ellos no desperdiciarían la oportunidad.
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