Guy Sorman: "Siempre creí en el potencial de la Argentina; lo que me sorprende es que no consiga hacer los cambios que son simples y posibles"
PARÍS.- Para Guy Sorman, la Argentina ocupa un "modesto" lugar en el plano geopolítico y estratégico internacional. Y así seguirá hasta que algún dirigente se decida "a implementar las medidas necesarias que permitan al país reincorporarse al mundo actual".
"La verdad es que lo que habría que hacer no es tan complicado. Lo que me sorprende es que ese país. -en cuyo potencial siempre creí- no consiga hacer esos cambios que son simples y posibles", dijo a LA NACION en diálogo telefónico desde Nueva York.
Guy Sorman conoce la Argentina desde hace décadas. Tal vez por eso, su severo análisis y sus pronósticos, que suenan más bien como una advertencia, tengan doble valor.
El célebre politólogo liberal, profesor, ensayista y editor franco-estadounidense, autor de unos 30 libros, vive entre Francia -donde nació hace 75 años- y Estados Unidos. Activo militante por la democracia, en particular en América Latina, entre 1989 y 1990 Sorman escribió dos libros sobre la Argentina: Hacia un nuevo mundo y No a la decadencia de la Argentina.
-¿Cuál es a su juicio el sitio que ocupa la Argentina en el mundo actual?
-Modesto. La Argentina es reconocida a nivel internacional por su gran cultura. Es un país que existe sobre todo con una imagen cultural positiva gracias a su historia, su música, a sus artistas. Su imagen en ese terreno siempre fue importante. En el plano geopolítico o estratégico, la Argentina desapareció del mapa. El país no es considerado como un actor mayor en las relaciones internacionales. Pero yo diría que ese hándicap no está tan mal.
-¿Por qué lo dice?
-Porque cuando la Argentina quiso ser un actor internacional generalmente se ubicó del lado equivocado. En los tiempos del peronismo o más recientemente en la época del kirchnerismo, con una suerte de izquierdismo tercermundista completamente fuera de eje en relación con nuestra época. Esa suerte de tercermundialización de la Argentina, que fue una marca del kirchnerismo, por suerte terminó. Ahora, con Macri , el país volvió al campo occidental, dejó de estar en conflicto con Occidente, como lo estuvo durante tanto tiempo. La cuestión de Malvinas, por ejemplo, dejó de ser una prioridad. Yo diría que la Argentina ocupa hoy un sitio más modesto y discreto en el plano internacional y eso no está nada mal. Otra cosa de la que se habla poco: a nivel de Naciones Unidas, la Argentina juega un papel muy positivo. En particular en el terreno del desarme, de la lucha contra las minas antipersonales. La verdad es que la Argentina, en el terreno técnico diplomático, tiene un papel positivo porque es considerada como un actor neutro y honesto. Eso, desde hace varios años. Sus relaciones con sus vecinos, como Chile y Brasil, también se estabilizaron. Esto es una forma de discreción internacional positiva.
-¿Y en el plano económico?
-Y bien, yo diría que siempre es un poco lo mismo. Hace mucho tiempo que uno piensa que el país se estabiliza y de golpe no es así. Una y otra vez la Argentina recomienza con sus viejos demonios, con la incapacidad de equilibrar sus presupuestos y la necesidad de recurrir al FMI . En ese terreno, la comunidad internacional está un poco desalentada, porque cada vez que comienza a tener fe, no es así. De modo que, en el plano económico, la Argentina aparece como una suerte de primo raro, incurable. Evidentemente, esto no es bueno, porque mientras el país necesita desesperadamente inversiones extranjeras, los inversores se sienten desalentados por esa ciclotimia de su economía.
-Justamente, ¿si inversores extranjeros le preguntaran cómo ve usted al país dentro de 10 o 20 años, qué les diría?
-Cada vez que me planteaban esa pregunta, hace 10, 20 o 30 años, siempre dije lo mismo que le voy a repetir ahora: inviertan cuando los propios argentinos comiencen a invertir en su propio país. El problema es la dependencia de la Argentina de los inversores extranjeros o de los argentinos pero que transitan por bancos extranjeros.
-Esto no es una exclusividad argentina.
-Obviamente. Quiero decir que se puede invertir en la Argentina, pero siempre es lo mismo: la Argentina es y será un actor mayor en el terreno de las materias primas agrícolas. Lo es desde hace más de un siglo: con el trigo, con la carne, ahora con la soja, y lo seguirá siendo pase lo que pase. Invertir en la Argentina será siempre atractivo en la medida en que se trate del sector agroalimentario en el sentido más amplio, en ese sector orientado a la exportación. En esas circunstancias, la ventaja es que el país tiene inversiones. El inconveniente es que esa inversión refuerza el aspecto monoexportador del país. En cierta forma, esas inversiones son muy ambiguas, porque no le permiten al país diversificarse. Ni crear marcas. En otras palabras, esas inversiones refuerzan las debilidades del país. Esos capitales seguirán yendo por una sola razón: hoy para la soja y mañana tal vez para otra cosa. Pero eso no es útil para crear una economía sólida e independiente.
-En un mundo cada vez más tentado por el populismo, me gustaría evocar la teoría del politólogo Alain Rouquié, para quien Perón fue el inventor del populismo moderno, en el cual incluso Vladimir Putin se habría inspirado. ¿Usted qué piensa?
-Yo no comparto esa metáfora. Hay modas en la historia. El peronismo correspondió a lo que era la moda de esa época. Es decir, la rápida industrialización en un Estado con fronteras cerradas, con un gobierno como líder absoluto. Pero el mismo modelo existía entonces en Corea del Sur, en Taiwán. Y por supuesto, en el fascismo italiano, principal fuente de inspiración de Juan Domingo Perón . Perón fue un fascista anacrónico. Se volvió fascista cuando el mundo había dejado de serlo. Es un poco el problema de la Argentina. Es un país que suele adoptar ideologías en el momento en que esas ideologías se convirtieron en arcaicas en el resto del mundo. Perón fue fascista cuando el fascismo terminó. Los militares ocuparon las islas Malvinas cuando el nacionalismo estaba totalmente pasado de moda. Carlos Menem fue ultraliberal cuando ya era demasiado tarde.
-Supongamos que Cristina Kirchner regrese al poder este año. ¿Cómo cree usted que ese retorno sería percibido por el resto del mundo?
-El ticket Fernández-Fernández no es una absoluta innovación pues -con algunas diferencias- así es como funciona la pareja Putin-Medvedev. El regreso del kirchnerismo al poder sería evidentemente muy mal recibido en Europa y en Estados Unidos porque sería el mensaje de que la Argentina no consigue renovar sus instituciones políticas y que el problema de fondo es que las instituciones argentinas no son las adecuadas. Para resumir, que el sistema argentino es un sistema caudillista y por eso se pasa de un caudillo al otro, esperando que el caudillo siguiente sea mejor que el precedente. Es ese sistema político el que, en cierta forma, impide la reflexión fundamental sobre los problemas del país.
-¿Cuáles son esos problemas?
-Fundamentalmente hay dos. Para comenzar, el país tiene un sistema político que no favorece la negociación. Se trata de un sistema esencialmente autoritario. La Constitución argentina no resuelve en forma clara las relaciones entre la Capital Federal y las provincias, lo que se traduce en déficits presupuestarios permanentes: aun cuando el gobierno federal haga esfuerzos, las provincias no los hacen. Se trata de un problema institucional. Por otra parte, no hay en la Argentina una reflexión de fondo sobre la economía. El grave problema es que se trata de un país exportador de materias primas, con muy escaso valor agregado, y que no hay diversificación de la economía o muy poca. Para decirlo en pocas palabras: la Argentina no es una marca.
-Explíqueme mejor...
-Hoy la competencia internacional es una competencia entre marcas. Los productos son made in France, made in USA, made in China. Cada una de esas etiquetas quiere decir algo. Made in Argentina no quiere decir nada. Cero. Y esto es una gran fuente de debilidad. Detesto compararla con sus vecinos, pero Chile fue capaz de crear numerosas marcas en el terreno agroalimentario. La Argentina nunca lo consiguió porque históricamente ha sido un país de rentistas. Es una situación que encontramos, lamentablemente, en todos aquellos países que tienen la suerte y la desgracia de tener soja o petróleo. El problema de la Argentina no es diferente al de Arabia Saudita o de Kuwait.
-Después de todo esto que usted evoca, ¿qué debería hacer la Argentina para regresar definitivamente al mundo?
-Si bien siempre es fácil dar consejos desde afuera, creo que hay cosas a corto plazo y otras a largo plazo. Pienso que Macri debería haber planteado de inmediato la cuestión de las instituciones. Si hago una comparación audaz, cuando el general De Gaulle regresó al poder en Francia en 1958, después de un gran período de desorden político y de guerras de descolonización, dijo: "El fondo del problema es que nuestras instituciones no son las adecuadas". De modo que escribió una nueva Constitución, que hizo aprobar por los franceses. Esa fue su primera acción, que dio nacimiento a la Quinta República. Creo, lamentablemente, que en la Argentina, una vez que los presidentes son elegidos, pierden toda intención de modificar el sistema gracias al cual llegaron al poder y que les confiere ese poder. El error de Macri -si puedo permitirme decirlo así- fue no decir: "hay que cambiar la Constitución". Es decir, tener una relación clara entre las provincias y la Capital, fijar reglas, como prohibir el déficit presupuestario. Es posible con una nueva carta magna. Tener un banco central totalmente independiente del poder para garantizar la estabilidad de la moneda también habría sido posible. Creo que hasta que la Argentina no haga esa reforma constitucional, pasará de un caudillo al otro.
-Usted evocó también medidas a largo plazo.
-Sí. Después hay una reflexión a largo plazo, que es absolutamente fundamental, y que no vale solo para la Argentina, sino también para un país como Francia. Es el problema de la educación pública. La verdad es que la mitad de la población argentina vive en condiciones de pobreza. Y eso se debe, en gran parte, a que ese sector de la población está totalmente subeducado, porque la educación pública primaria es muy mediocre. Esa es, justamente, la principal causa no solo de desigualdad, sino de ausencia de diversificación de la economía, porque como la gente no está calificada, no tiene posibilidades de crear sus propias empresas ni de contar con mano de obra calificada para que su proyecto tenga éxito. En la Argentina existe una situación característica del mundo desarrollado a medias: el país tiene muy buenas universidades y una malísima enseñanza pública primaria. Lo que sería necesario es casi lo contrario. Porque las universidades se las arreglan solas, ya que los estudiantes vienen de familias generalmente en mejor situación económica, mientras que el problema absolutamente fundamental es la educación pública primaria, que debería comenzar a los 3 años. Esa es la solución a largo plazo.
-Antes de comenzar esta entrevista evocábamos la justicia...
-El estado de la justicia es consecuencia de todo lo demás. Hay países en América Latina donde la justicia funciona mucho peor que en la Argentina, pero es imprescindible que la gente sea educada para hacer valer sus derechos, para saber por quién va a votar, para darse cuenta de cuándo le mienten y cuándo le dicen la verdad.
-Su juicio es severo.
-Sin embargo, no quisiera dar la sensación de que soy negativo sobre la Argentina. Hace mucho tiempo escribí un libro que se llama No a la decadencia de la Argentina. Siempre creí en el potencial del país, con su gran cultura y sus élites remarcables. La verdad es que lo que habría que hacer no es tan complicado. Lo que me sorprende es que la Argentina no consiga hacer esos cambios que son simples y posibles. Las elecciones deberían ser la ocasión de plantear esas cuestiones. Sin embargo, no es así. Los argentinos siempre terminan hablando de cualquier otra cosa.
* Guy Sorman nació en París en 1944. Economista y ensayista de pensamiento liberal, ha escrito diversos libros sobre la globalización, dos de ellos dedicados a la Argentina: Hacia un nuevo mundo (1989) y No a la decadencia de la Argentina (1990)
Tres propuestas
- Cambiar la Constitución. Sorman considera fundamental una reforma constitucional que evite el caudillismo y fije reglas claras entre Nación y provincias
- La marca argentina. "Made in Argentina" no quiere decir nada, no tiene ningún valor agregado. Para el pensador francés, es una de las grandes debilidades económicas del país
- Solución educativa. Priorizar la educación primaria antes que la universitaria. Eso favorecería la igualdad, pero también ayudaría a diversificar la economía
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