No hubo clemencia para Karla Tucker
Sus últimas palabras fueron: "Los amo a todos"; fue la primera mujer ajusticiada en los EE.UU. en los últimos 14 años.
WASHINGTON.- La ejecutaron. No hubo clemencia de la Corte Suprema ni del gobernador de Texas, George Bush (hijo). Ni los oficios del papa Juan Pablo II, de las Naciones Unidas, del Parlamento Europeo y de la Coalición Cristiana surtieron efecto. Nada.
Karla Faye Tucker murió ayer más allá de la hora señalada, a las 18.45, hora local (a las 21.45, hora de la Argentina), minutos después de que le aplicaron la inyección letal. En la sala contigua estuvo conectado hasta el último suspiro un fax del que sus abogados esperaron vanamente un milagro. "Los amo a todos", fueron sus últimas palabras, informó un vocero del penal, que también dijo que Karla pidió perdón a los familiares de sus víctimas.
Entre los testigos de la ejecución se hallaba Dana Brown, el pastor de la prisión de Gatesville con quien se casó hace dos años, y el marido y los hijos de una de las dos víctimas de su doble crimen.
Karla Faye Tucker fue la primera mujer sometida a la pena capital en el país en los últimos 14 años y la primera de la centuria en Texas. Su suerte estaba echada anteayer, vencido el plazo para revisar su caso. Ella, convertida al cristianismo en prisión, esperaba compasión, sin embargo.
Compasión que, en el entramado legal, quedó en una nebulosa entre Bush, temeroso del costo político en su próxima carrera hacia la Casa Blanca, y la Corte, cinco de cuyos nueve miembros respaldaron con firmeza la solución más drástica.
Karla, de tez mate, pelo negro y ojos marrones, nació en 1959, en Houston. Era hija de una bonita secretaria ejecutiva que ejercía la prostitución, Carolyn Moore. De su padre, Lawrence Earl Tucker, ni recuerdos coleccionaba. A los ocho años ya consumía marihuana y a los 10 se inyectaba heroína. Desde los 14, guiada por su madre, ejerció la profesión más antigua del mundo.
En una celebridad se había convertido últimamente. Tenía 38 años: "No le temo a la muerte -le dijo a Larry King, por CNN-. Sé hacia dónde voy. Jesús me aguarda. Aunque ya no sea una amenaza para la sociedad". También concedió entrevistas a los programas "60 Minutes", "Charles Grodin", "Court TV" y, su favorito, "The 700 Club", conducido por Pat Robertson, un predicador de gran audiencia que, antes partidario de la pena de muerte, sumó ahora su voz para pedir el perdón. "Esto es un circo", protestaban los guardias, según cuenta Beverly Lowry, autora de un libro sobre Karla, "Crossed Over", en The New Yorker.
La última cena
Desde el lunes estaba en Huntsville, unas 80 millas al norte de Houston. Allí se realizan las ejecuciones en Texas y, curiosamente, sólo los empleados pueden fumar. Ni el último deseo de un condenado puede torcer la prohibición, según Lowry. Karla había sido trasladada desde Mountain View, la prisión femenina de máxima seguridad del Estado en donde había pasado 15 años.
En la última cena, como era su deseo, le sirvieron una banana, duraznos, lechuga, y tostadas. Poco antes se había despedido de sus familiares y de sus amigos mientras, en la puerta del penal, un gentío portaba pancartas de rechazo a la pena de muerte.
Karla no era Magdalena y, quizá por ello, la Corte, respetuosa de las respuestas negativas a la solicitud de clemencia de la Junta de Perdones y Libertad Condicional de Texas y de un juez federal de Austin, no revisó ayer la sentencia.
Bush podría haber aplazado por un mes la ejecución, pero, al filo de la noche, pidió que rezaran por ella. Había dejado todo en manos del máximo tribunal, soslayando las 700 cartas que recibió en los últimos meses, tanto de Texas como de otros Estados, en favor del perdón.
En un aprieto se vio Bush, republicano, ya que, en su afán de seguir las huellas de su padre en la carrera hacia la presidencia, la Coalición Cristiana, grupo religioso conservador de mucho poder en su partido, se paró en la vereda de enfrente.
El pedido de clemencia, cadena perpetua a cambio de la pena capital, estuvo fundamentado en el hecho de que Karla, devota desde que estaba en prisión, ya no era un riesgo para la sociedad. De él se hizo eco hasta el Papa. Una conmutación del castigo podría haberla hecha elegible para obtener la libertad bajo palabra en el 2003.
Crimen espantoso
El crimen que cometió fue espantoso. Mató a dos personas con un pico, en 1983. Tenía 23 años. Jerry Lynn Dean, de 27, y Deborah Thornton, de 32, resultaron las víctimas. Ella cayó, en Houston, junto con su novio, Danny Garrett, entonces de 37 años, muerto en 1993 por causas naturales, en la prisión de Huntsville.
La última mujer ejecutada en Texas había sido Chipita Rodríguez, en 1863, por el asesinato de un comerciante de caballos. Murió en la horca, en el condado de San Patricio. Desde que la Corte restableció la pena capital, en 1976, sólo una había muerto: Velma Barfield, de 52 años, en 1984, en Carolina del Norte, también por homicidio premeditado.
Este caso puso entre la espada y la pared a quienes, en pos de la igualdad, no guardan reparos entre uno y otro sexo en las ejecuciones. Pues de los 436 que están hoy en la llamada fila de la muerte, sólo seis son mujeres. Karla era la séptima, hasta ayer.
Varias encuestas dejaron entrever que la gente no estaba dividida. Una de The Houston Chronicle, realizada la semana última, sobre 802 adultos, decía que el 48 por ciento apoyaba la ejecución y que el 24 por ciento se inclinaba por la cadena perpetua. El 27 por ciento prefirió no emitir juicio.
Otro tanto sucedió con un sondeo de CBS News: 54 por ciento apuntó su pulgar hacia abajo y apenas el 37 por ciento optó por el perdón. Entre ellos, el 61 por ciento respaldó la pena de muerte. Más alto fue el índice que recogió The Dallas Morning News: el 75 por ciento.
"Me alegra mucho de que haya tenido los últimos 15 años para ajustar las cuentas con su Creador -esgrimió Joe Magliolo, el abogado que actuó como fiscal en el juicio de Karla-. Lamentablemente, las víctimas tal vez no hayan tenido ni 15 segundos." Que en paz descanse.
El negocio de la muerte
WASHINGTON (ANSA).- Una ejecución capital en Huntsville es como el lanzamiento de un cohete en Cabo Cañaveral, ya que la ciudad vive gracias a estas ocasiones.
El día de una ejecución los hoteles están completos, los negocios suben los precios. El caso de Karla Tucker superó todas las expectativas.
Por la calle principal de Huntsville pasaron, con carteles de protesta, grupos heterogéneos de manifestantes, desde los integristas religiosos de derecha del reverendo Pat Robertson hasta liberales de izquierda.
Los habitantes de Huntsville alquilaron los estacionamientos a 10 o 20 dólares por día, que representa muy poco para los visitantes, acostumbrados a los precios de las grandes ciudades.
La cárcel es para la ciudad, de 27.000 habitantes, una fuente de trabajo y de atracción turística. Un folleto de la Cámara de Comercio propone un itinerario, que comienza en el museo de la prisión de Huntsville, la más antigua de Texas, y termina en el cementerio donde están sepultados los condenados a muerte.
En el museo se puede "admirar" a "Old Sparky", la silla eléctrica usada para todas las ejecuciones en Texas entre 1924 y 1964, cuyo nombre significa "la vieja que hace chispas".
Tres sustancias letales
HUNTSVILLE, Texas (AFP).- La inyección letal, el método más utilizado en los Estados Unidos para ejecutar a los condenados a muerte y que fue administrada a Karla Faye Tucker ayer en Texas, combina tres productos químicos que matan en pocos minutos.
La solución letal está compuesta de bromuro de pancuronio, cloruro de potasio y tiopentolato de sodio.
El primero de esos productos está destinado a dormir al condenado atado a una camilla, el segundo a cortar la respiración y el tercero a parar el corazón.
La inyección es administrada por un voluntario anónimo con conocimientos médicos, que comienza a operar desde un cuarto contiguo, protegido por un vidrio espejado, después de que el condenado pronuncia sus últimas palabras. La persona ejecutada pierde conciencia al cabo de pocos minutos, pero se necesitan seis o siete minutos antes de que el médico confirme la muerte.
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