No hay razones para paralizarse ante el terrorismo
¿Qué es más probable, ser atropellado por alguien que se distrajo contestando un mensaje por WhatsApp o por un fanático religioso? La sucesión de ataques con camiones o camionetas en Europa conmueve, especialmente ahora que ocurrió en una ciudad tan cercana a los argentinos como Barcelona . Pero no hay razones para paralizarse ni entrar en pánico. El terrorismo jihadista no es hoy una amenaza existencial a las sociedades occidentales. Más allá del miedo y del desorden, no parecen estar consiguiendo sus principales objetivos con su nueva modalidad de ataques baratos.
El uso de vehículos muestra más una debilidad que una fortaleza. Los servicios de inteligencia han logrado desactivar con bastante éxito la era de los grandes atentados. Los grupos jihadistas también están perdiendo la guerra en el terreno, y más gracias a los esfuerzos de países musulmanes que a los apoyos de las distintas coaliciones internacionales. Estado Islámico está a punto de desaparecer del mapa y, lo que es más importante, tiene serios problemas para financiarse. Al-Qaeda abandonó su objetivo de una jihad global tras la muerte de Ben Laden y hoy parece más focalizada en intentar influir en conflictos locales dentro del mundo islámico.
Estos ataques espasmódicos que vemos parecen más actos desesperados que otra cosa. Y volviendo a la primera pregunta, generan más ruido que muertes. Es cierto que cada muerte importante, pero pensado con la frialdad de las estadísticas, su impacto es insignificante.
Lo que es más importante, tampoco están logrando sus objetivos políticos. Mucho se dijo que parte del plan es fomentar la islamofobia para que haya choques étnicos. Y si bien es cierto que ha crecido el rechazo a los musulmanes en algunos sectores de las sociedades europeas, la última ola de elecciones demuestra que la gran mayoría no quiere volver a una era nacionalista. Sí han dejado como consecuencia una propensión cada vez mayor de los Estados a vigilar a sus propios ciudadanos, un debate que se reabre ante cada atentado.
Las ciudades parecen estar aprendiendo la lección. Cuando atravesamos una situación inesperada de estrés, las personas no sabemos cómo reaccionar. A la segunda vez que nos pasa, respondemos mejor. Y a la tercera y cuarta tal vez ya no nos inmutamos tanto. En las sociedades pasa algo parecido. Durante el último ataque de Londres , recorrió el mundo la foto de un hombre que salía del bar con su cerveza en la mano, sin apuro. La ciudad ya llevaba varios ataques en lo que va del año, y todos sabían lo que tenían que hacer. Entrar en pánico no era una opción.
No hay manera de impedir completamente este tipo de terrorismo. Pero se puede aprender a no desesperarse. Israel lo consiguió y los británicos y franceses están en el mismo camino. De cada ataque se aprende a mejorar un poco más la seguridad, y probablemente Barcelona debatirá ahora si deberá poner algún tipo de barrera para separar autos y peatones. Pero la ciudad no tardará en recuperar su magia. Nada más desalentador para un jihadista que ver que las ciudades siguen con su ritmo.