No hay manera de que los terroristas ganen su guerra
WASHINGTON- Los norteamericanos pasamos mucho tiempo en medio de multitudes: nos gusta ejercer nuestro derecho constitucional de reunirnos libremente.
Sólo en lo que va del mes, los aficionados al béisbol ya se apretujaron nueve veces como sardinas enlatadas dentro de un tren para sumarse a una multitud todavía más grande, en el estadio National Parks de Washington. Este mes, en esta capital se celebró el Festival de los Cerezos en Flor, con desfile y todo, y ayer incluso también hubo otro desfile en el centro de la ciudad, para celebrar el Día de la Emancipación.
¿En la cantidad de gente está la seguridad o está el peligro? ¿Qué hacemos en el día tras día, en nuestro mundo cada vez más urbanizado, cuando sabemos que ahí afuera hay gente mala para la que matar y mutilar a personas inocentes no es una tragedia, sino un resultado exitoso?
La respuesta, como saben la mayoría de los norteamericanos, es que uno le da para adelante. La vida debe continuar, a pesar del terror. No podemos andar por la vida como si cada tacho de basura pudiera contener una bomba casera.
Estados Unidos ya fue atacada antes, y probablemente sea atacada de nuevo, y otra vez más. Somos el blanco fácil, seguimos siendo, por lejos, la mayor superpotencia militar del mundo, y el objetivo de enemigos internos y externos cuyos retorcidos procesos mentales los han llevado a creer que el único alivio para su odio es el asesinato indiscriminado.
No hay medidas de seguridad ni recolección de datos de inteligencia que puedan hacernos sentir perfectamente seguros. Vivimos en una sociedad abierta, no en un estado policial, por lo menos no todavía, así que la mejor respuesta posible ante una tragedia como la de Boston es seguir con nuestras vidas, con los ojos bien abiertos. Alertas, pero no paranoicos. Como dicen los carteles: "Si ve algo, diga algo".
Hasta el 11 de Septiembre, el pueblo norteamericano se sentía cómodamente aislado del odio y el caos de continentes lejanos. La geografía siempre nos ha protegido, enmarcando nuestro territorio entre dos océanos. Nuestro mayor ataque terrorista antes del 11 de Septiembre había sido un hecho de origen local, en la ciudad de Oklahoma.
Tal vez en estos últimos años, a medida que se diluyó la conmoción por el 11 de Septiembre, caímos en la autocomplacencia. Y para sentirnos seguros, confiamos en la idea de que nuestros agentes de inteligencia están haciendo su trabajo, infiltrados en redes terroristas y cultivando el trato con los informantes.
Pero éste es un conflicto asimétrico, y mientras los terroristas puedan atacarnos en cualquier parte, deberemos defendernos en todas partes. No hace falta ser un genio para armar una bomba y matar gente.
Hasta el momento, el ataque de Boston sigue siendo un misterio. ¿Quién fue? ¿Por qué? ¿Con qué propósito concebible? ¿Fue terrorismo interno o internacional? Hasta que estas preguntas sean respondidas, los medios y redes sociales estarán llenos de especulaciones.
Los países fuertes tienen gran capacidad de resistencia y recuperación. Se adaptan y siguen adelante. Los terroristas no representan una amenaza existencial para la sociedad norteamericana. No hay forma de que ganen esta guerra. En el mejor de los casos, pueden alcanzar el objetivo psicológico de meterse en nuestras mentes y causarnos miedo. Pero con el tiempo, aprendemos a controlar nuestros temores, reconociendo que no somos invulnerables.
Primero tenemos que levantarnos del piso, como ese corredor de Boston, Bill Iffrig, de 78 años, que se desplomó cuando fue alcanzado por la onda expansiva de la explosión, a pocos metros de la línea de llegada.
Iffrig estuvo en televisión anteayer y describió lo sucedido con notable aplomo: "Todo el mundo está pasándolo bien, y hay uno o dos tratando de arruinarlo todo? Los terroristas, sean lo que sean, no sirven para nada". Por eso los terroristas no ganarán: hay demasiados norteamericanos como Iffrig, que cuando son derribados, se vuelven a levantar inmediatamente. Y, por cierto, Iffrig terminó la carrera.
Traducción de Jaime Arrambide
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