"No conozco el infierno, pero creo que así ha de ser"
El testimonio de un panadero latino que hizo repartos en el WTC esa mañana y se salvó de milagro; recuerdos de un día terrorífico que lo persigue hasta hoy; nota X de X
NUEVA YORK.- Luis Zepeda comenzaba con sus repartos de panes por restaurantes y mercados del Bajo Manhattan, cuando vio que la fila de camiones y camionetas que se formaba todos los días a la entrada del estacionamiento de las Torres Gemelas era mucho más corta de que de costumbre. Decidió cambiar la ruta que tenía planificada, y enfiló hacia allí.
"Son cosas del destino. Yo tenía que estar a las 9 de la mañana en el piso 106, pero cuando pasé, y vi que no había camiones, di la vuelta y me metí antes", comenta este mexicano de 44 años, diez años después de los peores atentados terroristas de la historia. Esas cosas del destino, como dice Luis, impidieron que él fuera una de las víctimas.
Zepeda reparte productos de panadería desde hace más de una década por Nueva York. Como muchos inmigrantes, empezó de abajo, y, de a poco logró crecer hasta tener su propia camioneta. Esa mañana, hizo una entrega apenas pasadas las 8 en el restaurante "Windows on the World", ubicado en la cima de la torre norte. Cuando dejó el edificio, miró su reloj: eran apenas pasadas las 8.30. Siguió con sus repartos en el barrio.
"Cuando se estrelló el primer avión, estaba a unas dos cuadras, en la calle Church. La gente no se había dado cuenta de lo que pasaba. No hubo un ruido estruendoso", recuerda Zepeda. En medio de la confusión de los primeros minutos tras el primer impacto, se dirigió a otro edificio, sobre la calle Liberty, pegado al World Trade Center, para hacer otra entrega. Estaba en eso cuando el segundo avión se estrelló contra la torre sur. Salió a la calle, y fue en ese momento cuando comenzó a darse cuenta de lo que estaba pasando. Luego, todo fue un caos.
"Vi cuando la gente se tiraba. Me puse a llorar, pensaba, yo acabo de bajar de ahí, no sé por qué no me tocó. Era algo terrible ver la desesperación de la gente. Es algo que llevo como si hubiera sido ayer", recuerda.
Zepeda va y viene en el relato, que por momentos es desordenado, caótico. Dice que no quería abandonar la camioneta con la cual hacía los repartos porque no era suya: en ese entonces trabajaba para otra persona. Intentó, después de un rato, salir como pudo del Bajo Manhattan.
En medio de las tareas de rescate de los bomberos y policías que primero respondieron a los ataques, y antes de que acordonaran toda la zona, Zepeda cuenta que dio toda la vuelta al sitio para poder tomar la autopista que recorre el lado oeste de Manhattan. La gente, dice, se tiraba dentro de la camioneta para poder dejar el lugar. Vio como las torres colapsaban. Y como todo oscureció.
"No conozco el infierno ni me gustaría conocerlo, pero creo que así ha de ser", suspira.
Aún hoy, diez años después, Zepeda dice que el recuerdo de los atentados lo persigue.
"Siento que Dios me dio una oportunidad más de poder vivir. Y hasta el día de hoy emocionalmente estoy mal, porque cada vez que yo me acuerdo me pongo a llorar, me da miedo. Eso es lo que me ha dejado eso, realmente. Y pensar que había visto gente arriba de ese edificio, que nunca más van a volver a estar aquí."
Zepeda piensa con frecuencia en ese día porque hasta hoy sigue haciendo repartos por la zona. Dice que el lugar nunca ha vuelto a ser el mismo, a pesar de los datos que hablan de que vive allí más gente que en 2001, hay más empresas y más hoteles.
Pero él reniega de ello: "La gente que realmente anda todo el tiempo allá abajo sabe que no es el mismo. La gente que viene y ve, lo ve mejor porque lo ve sin gente, lo ve más tranquilo, pero antes había más movimiento, mucho más negocio. Desde ese día, Nueva York nunca ha vuelto a ser la misma."