Netanyahu está convirtiendo a Israel en un país tóxico y su prestigio está por recibir otro duro golpe
Ninguna persona ecuánime le negaría a Israel el derecho a defenderse luego del ataque del 7 de octubre, pero la represalia fue más allá de lo esperado y los israelíes se niegan a pensar un plan posterior a la guerra
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NUEVA YORK.- Hoy Israel está en grave peligro. Con enemigos como Hamas, Hezbollah, Irán y los hutíes de Yemen, el mundo entero debería estar solidarizándose con Israel. Pero no. Por la forma en que el primer ministro Benjamin Netanyahu y su coalición extremista han conducido la guerra en Gaza y la ocupación de Cisjordania, Israel se ha convertido en un país tóxico y las comunidades de la diáspora judía en todo el mundo corren un riesgo cada vez mayor.
Y me temo que todo está por empeorar.
Ninguna persona ecuánime le negaría a Israel el derecho a defenderse tras el ataque de Hamas del 7 de octubre, donde murieron 1200 israelíes en un solo día. Hubo mujeres violadas, niños asesinados frente a su padres y padres asesinados frente a sus hijos. Cientos de hombres y mujeres, niños y ancianos fueron secuestrados y siguen de rehenes en condiciones tremendas desde hace más de 150 días.
Pero ninguna persona ecuánime puede mirar lo que está haciendo Israel para destruir a Hamas, con más de 30.000 palestinos gazatíes muertos, un tercio de ellos combatientes, y no llegar a la conclusión de que la cosa se desmadró terriblemente. Entre los muertos hay miles de niños, y miles de los que sobrevivieron quedaron huérfanos. La Franja de Gaza es hoy un páramo de muerte y devastación, hambre y ruina. La guerra urbana saca absolutamente lo peor de la gente, y eso se aplica especialmente a Israel en Gaza: esta es una mancha para el Estado judío.
Pero Israel no es el único causante de la tragedia en Gaza. La mancha sobre Hamas es igualmente negra. La milicia islamista inició el conflicto el 7 de octubre sin dar ningún aviso a su población, sin contar con refugios para los civiles gazatíes, y lo hizo sabiendo por experiencia propia que Israel respondería bombardeando sus bastiones subterráneos debajo de viviendas, escuelas y hospitales.
Hamas mostró su total desprecio por la vida de los palestinos, al igual que los israelíes. Pero Hamas ya tenía la etiqueta de organización terrorista, nunca fue aliada de Occidente y jamás dijo atenerse a las formalidades de la guerra.
Hecha la aclaración, en breve el prestigio de Israel podría recibir otro duro golpe, y por algo sobre lo que vengo advirtiendo desde el principio de la invasión a Gaza: Netanyahu despachó a las Fuerzas de Defensa (FDI) al interior de la franja sin un plan coherente para gobernarla tras el desmantelamiento de Hamas o un alto el fuego.
En mi opinión, hay una sola cosa peor para Israel, y por supuesto los gazatíes, que una Gaza controlada por Hamas: es una Gaza sin nadie a cargo, una Gaza donde el mundo esperará que Israel ponga orden pero Israel no lo hará, convirtiéndose así en una crisis humanitaria a perpetuidad.
Y mi reciente visita a la frontera con Gaza me dice que hacia allí nos dirigimos exactamente.
El 2 de marzo, acompañé al general Michael Kurilla, comandante del Centcom norteamericano, en su visita al punto fronterizo de Erez entre Israel y Gaza. Kurilla estaba a cargo del lanzamiento de alimentos humanitarios de Estados Unidos desde el aire que estaba a punto de realizarse.
Con el sonido de los drones sobrevolando y el rugido de la artillería a la distancia, un comandante me explicó que la mayoría de las fuerzas israelíes que estaban en el norte de la franja, incluida Ciudad de Gaza, su centro urbano más grande, se habían retirado a la zona fronteriza israelí o a lo largo de la ruta que divide la franja de norte a sur. Desde ese momento, me dijo otro alto militar israelí, las tropas y fuerzas especiales de Israel sólo entrarían y saldrían del norte de Gaza para atacar amenazas específicas de Hamas, pero no había básicamente quién se ocupara de gobernar a los civiles que quedaban atrás, salvo unos cientos de combatientes de Hamas y líderes de bandas locales.
De inmediato entendí por qué dos días antes se había producido esa caótica estampida durante un reparto de alimentos. Israel está logrando quebrar el control de Hamas, pero se niega a asumir la responsabilidad de la administración civil de Gaza con sus propias fuerzas y también se niega a embarcar en la tarea a la Autoridad Palestina en Cisjordania, que tiene miles de empleados en la franja. Israel adopta esa postura porque Netanyahu no quiere que la Autoridad Palestina se convierta en el gobierno palestino de Cisjordania y Gaza, porque empezaría a ganar credibilidad la idea de un Estado palestino independiente que cubra ambas regiones.
En otras palabras, Israel tiene un primer ministro que al parecer prefiere que Gaza termine como Somalia, gobernada por capos de milicias, y que Israel desperdicie sus avances en el desmantelamiento de Hamas, antes que asociarse con la Autoridad Palestina o con cualquier gobierno palestino legítimo y de amplia base de apoyo que no pertenezca a Hamas: de lo contrario, sus aliados de ultraderecha en el gabinete, que sueñan con que Israel controle todo el territorio entre el río Jordán y el Mediterráneo, incluida la franja, lo expulsarán del poder.
Al parecer, el plan del gobierno de Netanyahu para la Gaza post-Hamas es reclutar a líderes de clanes palestinos locales, pero dudo seriamente que eso funcione. En la década de 1980, Israel probó con esa estrategia en Cisjordania y fracasó, porque esos residentes locales eran estigmatizados como colaboracionistas y su gobierno nunca despegó.
Antecedentes infernales
Confieso que mientras pensaba todo esto allá en la frontera, tuve dos flashbacks que fueron como pesadillas diurnas.
Primero recordé que Estados Unidos había invadido Irak con el objetivo de construir un nuevo orden democrático para reemplazar la tiranía de Saddam Hussein, algo que yo apoyaba. Pero llevado a los hechos, el gobierno de Bush quebró al ejército iraquí y al gobernante Partido Baath sin un plan para generar un gobierno alternativo. Por eso muchos iraquíes anti-Hussein se pusieron en contra de Estados Unidos y se generaron las condiciones para la insurgencia antinorteamericana.
Resumí todo esto en una columna publicada el 9 de abril de 2003. Habían transcurrido 20 días desde la invasión norteamericana a Irak y yo había ingresado a ese país con un equipo de la Cruz Roja kuwaití que iba a entregar insumos médicos al principal hospital del puerto iraquí de Umm Qasr. Y al aterrizar hubo tres cosas que noté casi de inmediato: las pocas tropas norteamericanas o aliadas presentes para mantener el orden, el caos que eso generaba, y lo malhumorada que estaba la gente.
En mis conclusiones en aquel artículo, escribí: “Estados Unidos destruyó Irak; ahora Estados Unidos es dueño de Irak y es el principal responsable de normalizarlo. Si no hay agua, si la comida no llega, si no llueve y si no sale el sol, ahora va a ser culpa de Estados Unidos. Así que mejor que nos acostumbremos, mejor que hagamos las cosas bien y las hagamos pronto, y mejor que consigamos toda la ayuda posible.”
El segundo flashback del infierno es el 22 de mayo de 2018 y estoy cerca de la frontera de Gaza con Israel, escribiendo una columna que se titularía “Hamas, Netanyahu y la Madre Naturaleza”. En base a datos de ambientalistas israelíes y palestinos, escribí sobre la mala gestión económica de Gaza por parte de Hamas, sobre al desvío de materiales de construcción para cavar túneles para penetrar en Israel, y de cómo a causa de eso Gaza estaba sufriendo una crítica escasez de infraestructura, particularmente de plantas de tratamiento de aguas residuales: los habitantes de Gaza vertían al Mediterráneo unos 100 millones de litros diarios de aguas residuales sin tratar.
¿Y todo eso por qué debería importarles a los israelíes? Al fin y al cabo, Gaza está “allá”, detrás de una valla. Les presento a la Madre Naturaleza: debido a la corriente predominante en el Mediterráneo, la mayor parte de las aguas residuales no tratadas que Gaza vertió en el Mediterráneo fluyeron hacia el norte, hasta la ciudad costera israelí de Ashkelon, donde se encuentra la segunda planta desalinizadora más grande de Israel. El 80% del agua potable de Israel proviene de la desalinización y el 15% de ese agua desalinizada proviene de la planta de Ashkelon.
A causa de los desechos que llegaban flotando desde la Gaza, la planta de Ashkelon tuvo que cerrar varias veces para limpiar la suciedad de sus filtros.
Los israelíes y los palestinos son interdependientes: lo que se pierde allá, se siente acá. La única pregunta es si algún día podrán forjar una interdependencia saludable, o si estarán condenados a una interdependencia nociva. Pero serán interdependientes. Ambos pueblos necesitan un líder movido por esa verdad fundamental. En este momento, ninguno de los dos lo tiene.
Traducción de Jaime Arrambide
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