Netanyahu, bajo asedio: presión de los familiares por los rehenes, una ofensiva empantanada y reclamos de renuncia
La irresuelta toma de rehenes por parte de Hamas es una bomba de tiempo para el primer ministro, que enfrenta múltiples frentes que lo debilitan
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TEL AVIV.- “¡Ajshav! ¡Ajshav! ¡Ajshav!”. “¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!”. Es lo que grita una multitud a las ocho de la noche en la plaza del centro de Tel Aviv, al lado del Museo de Arte, que, desde el 7 de octubre, pasó a llamarse “plaza de los rehenes”. Y pasó a ser uno de los epicentros de las protestas, de las performances artísticas y demás actos que, desde aquel día, todos los sábados reclaman a viva voz sólo una cosa: que traigan de vuelta ahora y a todos los rehenes capturados por el grupo terrorista Hamas en su brutal ataque.
“¡Ya no hay tiempo, pasaron 120 días! No tienen aire, no tienen comida, no tienen agua, están a punto de morir, están viviendo el horror y están esperando que los salvemos. [Benjamin] ¡Netanyahu, traélos a casa ahora!”, clama una familiar desde un palco, en un discurso que se reproduce en diversas pantallas gigantes.
La festividad del shábat acaba de terminar. Ya es oscuro, hace frío, en cualquier momento volverá a llover, pero no importa. Está repleto de gente de todas las edades. Con lágrimas en los ojos, carteles en la mano, banderas israelíes, en un ambiente escalofriante, altamente emotivo, presionan al gobierno del primer ministro. Siguen atentamente los discursos de parientes de los secuestrados, hacen un minuto de silencio por ellos, que cumplirán 120 días “en el infierno”. Cantan, ven videos con testimonios de quienes lograr ser liberados en la semana de tregua de fines de noviembre, lloran, protestan.
Escalofriante, la manifestación para reclamar la liberación de rehenes en # Tel Aviv 🇮🇱 #BringThemALLHome pic.twitter.com/BBsy2OTIlJ
— Elisabetta Piqué (@bettapique) February 3, 2024
“No tengo a ningún pariente ni amigo secuestrado, pero siento la obligación de venir todos los sábados. Si no lo hacemos, no tenemos futuro. Hay que hacer lo imposible para traer a todos a casa, ahora. Si no lo hacemos, rompemos el contrato que tenemos con Israel”, dice a LA NACION Yael Kuperman, una científica de 49 años, madre de dos hijos que están en el Ejército. Como muchos, no oculta su rabia en contra de Netanyahu. “Creo que es un incapaz, que tiene que renunciar, que ha hecho mucho daño al país”, denuncia.
La irresuelta y dramática toma de rehenes es una bomba de tiempo para Netanyahu. Y es algo omnipresente en Israel. Desde que uno se baja del avión, las fotos los 136 secuestrados -entre ellos 12 argentinos, incluido Kfir Bibas, el bebé pelirrojo que acaba de cumplir un año- que siguen en manos de Hamas aparecen en todos lados. Sobre la escalera mecánica del aeropuerto Ben Gurión, bancos de plaza, carteles, afiches, remeras, buzos, paraguas, medallas, bolsos, que reclaman siempre lo mismo: “Traigánlos a casa”.
En medio de la incertidumbre absoluta sobre las negociaciones en curso por un acuerdo que nadie sabe si realmente llegará a implementarse, porque las consecuencias podrían ser nefastas a nivel político para Netanyahu, se sabe que, entre los 136 rehenes aún en algún túnel de Gaza, hay varios que estarían muertos. Aunque no hay cifras exactas, se habla de entre 20 y 30. Pero podría haber muchos más.
Para Netanyahu, un animal político que sabe que esta vez podría ser la vencida porque el ataque de Hamas es considerado su gran fracaso, la presión para que pacte una tregua que pueda salvar a los rehenes sube con el pasar de los días. Primer ministro en funciones durante el jamás imaginado 7 de octubre, lo culpan de haber tenido la arrogancia de desestimar a quienes habían alertado que algo se estaba cocinando en Gaza. Y por haber creído que podía mantener a Hamas bajo control, a través de una “pax económica”: dinero desde Qatar y autorizaciones para que centenares de palestinos pudieran salir del enclave para trabajar en Israel.
Como ocurrió cuando era premier Ehud Olmert con los padres del soldado Gilad Shalit, capturado por Hamas en Gaza en 2006 y liberado luego de un intercambio, en 2011, desde hace semanas hay familiares de rehenes acampando ante las residencias de Netanyahu de Jerusalén y de Cesarea. Llueve o truene, no ceden, se quedan ahí. Y reclaman un cese de fuego de cualquier tipo -transitorio o permanente, como querría Hamas-, para que sean devueltos sus seres queridos.
El problema es que un acuerdo en tal sentido, que para Hamas sería una victoria, haría colapsar la coalición de Netanyahu, dominada por fuerzas de ultraderecha que no quieren saber nada con una pausa, menos de una negociación con los terroristas -que deben ser eliminados- y, aún menos, de la solución de “dos Estados”.
Impresionante #BringThemHomeNow #TelAviv pic.twitter.com/tEL2GobQRG
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Se trata de una resolución que no sólo impulsa Estados Unidos, el principal aliado de Israel, sino también la comunidad internacional, que también promueve ahora el difícil acuerdo para un cese del fuego que signifique la liberación de los rehenes y una desescalada general, ya que también existen frentes abiertos en la frontera norte con el Líbano, donde el grupo terrorista Hezbollah sigue al acecho; en Cisjordania, y en Yemen, con los ataques de los hutíes en el Mar Rojo.
Es en este marco de pavor a una peligrosa ampliación del conflicto -sobre todo después de la represalia sobre Siria e Irak lanzada el viernes por Estados Unidos tras un ataque de una milicia pro-iraní en Jordania, que mató a tres soldados-, que el secretario de Estado Anthony Blinken vuelve por sexta vez a Israel y a la región, en una gira considerada crucial para lo que vendrá.
Objetivos incumplidos
“Es un cuadro muy complicado, negro”, señala a LA NACION el politólogo Mario Sznajder, profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Netanyahu, en efecto, en cuatro meses no logró ninguno de los dos objetivos que justificaron la pesadísima ofensiva militar en Gaza: ni aniquilar a Hamas, ni la liberación de los rehenes.
“Él necesita ganar la guerra, pero no está ocurriendo. Apenas las tropas retroceden de alguna parte supuestamente limpia, los terroristas reaparecen. No leyeron el libro del brasileño Carlos Marighella sobre guerrilla urbana. Los guerrilleros sumergidos en la población de repente aparecen, atacan y vuelven a desaparecer, en este caso sumergidos en algún punto de los 700 kilómetros de túneles subterráneos que dicen que hay en Gaza”, apunta el politólogo, sentado en un bar del centro de esta ciudad.
Allí se palpa ese clima cargado que se respira en Israel: en diez minutos, entran al bar al menos cuatro jóvenes vestidos de civil, armados con modernas metralletas a la vista. “Son reservistas de franco que tienen instrucciones de no abandonar su arma… El miedo a una infiltración de terroristas sigue latente”, explica Sznajder.
Para él, reina ahora “una enorme confusión” en Israel, país acorralado por diversos frentes -incluso internacional, de imagen, luego de haber sido acusado de genocidio por Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya-, “empantanado” ahora en Gaza por dos motivos.
En primer lugar, porque “es una utopía” querer destruir a Hamas con una ofensiva como la que hubo en estos cuatro meses, que ya provocó más de 27.200 muertos, la mayoría mujeres y niños, algo que creará odio por generaciones que lo único que querrán es vengarse. En segundo lugar, porque nunca hubo un plan para el día después del conflicto. “Nos hemos empantanado en Gaza por un motivo muy simple: no se establecieron objetivos y modos políticos de resolución para el día después. Netanyahu siempre ha dicho que el objetivo es que Hamas no sea más una amenaza. Pero, ¿y luego? ¿Qué haces con esos dos millones y medio de palestinos que siguen ahí? Netanyahu, al principio de su década y medio en el poder, apoyaba la solución de los dos Estados. Ahora está preso en una coalición de extrema derecha que lo hará caer si dice lo contrario o negocia una tregua”, advierte Sznajder.
Aunque son muchos otros los factores que pintan un cuadro oscuro. Ya se van acumulando bajas en el Ejército, con entre 400 y 500 muertos, y hay 4500 heridos, un tercio de los cuales quedó inválido. Además, es muy difícil que el gobierno logre restablecer la confianza de la gente en la seguridad y en las instituciones y que los cerca de 150.000 israelíes evacuados de los kibutz del sur, arrasados y de las comunidades del norte, bajo amenaza de Hezbollah, puedan volver a sus hogares.
Muchos se preguntan, por otro lado, quién va a pagar el enorme impacto económico provocado por la guerra, que hasta ahora ha costado miles y miles de millones de dólares.
“Antes de la guerra, en un mes llevaba a unas 180 personas hacia o desde el aeropuerto. Ahora no viene más nadie, no hay turismo, es un desastre: si llevo a 15 en un mes, es mucho”, lamenta Yossy Levy, taxista de 58 años que cuenta que peleó durante dos años en el Líbano.
Fiel reflejo de una sociedad unida en el dolor y en contra del terror sufrido el 7 de octubre, pero dividida en el modo de reaccionar a ese ataque maligno, Yossi no fue a la marcha por la liberación de los rehenes. “Para mí hay que dejar que el gobierno y el Ejército hagan su trabajo. Pienso que estas marchas nos hacen aparecer frágiles frente a Hamas. Es verdad, algunos están enojados con Netanyahu, que no creo que tenga un buen gobierno, pero tampoco se le puede echar a él toda la culpa”, dice.
” Y pienso que antes que terminar la guerra en Gaza, hay que terminar con Hamas”, agrega. “Pero yo puedo hablar así porque no tengo ni hijos ni una mujer ni padres secuestrados”, concede. Y, resumiendo el sentir generalizado, concluye: “Es todo muy difícil, muy duro”.
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