Negacionistas: los líderes que eligieron subestimar el coronavirus y ahora se enfrentan a sus estragos
Trump, Bolsonaro y Johnson son algunos de los que se burlaron de la pandemia; debieron cambiar sus discursos ante los estragos provocados por el coronavirus en sus países
Funcionarios de un lado y del otro, dos presidentes, una mesa bien servida, flores y un virus que nadie veía, pero ya estaba ahí. Cuando el primer mandatario norteamericano, Donald Trump, recibió a su par brasileño,Jair Bolsonaro, en su mansión de Mar-a-Lago, en Florida, probablemente no pensó que el "virus chino" –como el magnate lo llamaba– se convertiría en una pandemia que provocaría en ese país más muertes que el atentado contra las Torres Gemelas, en 2001.
Aunque ese día, 7 de marzo, ya había más de 100.000 contagiados en el mundo, Bolsonaro tampoco lo pensó. De hecho, se rio. Dijo que se trataba de una "fantasía" y persistió en esa mirada. Incluso cuando, al regresar a Brasil, se tuvo que someter al test porque uno de los funcionarios que lo habían acompañado en Mar-a-Lago había contraído la enfermedad, el Covid-19. Trump tuvo que hacer lo propio en Estados Unidos.
Los dos presidentes, junto al mexicano Andrés Manuel López Obrador, al bielorruso Aleksander Lukashenko y al primer ministro británico, Boris Johnson, integran el grupo de líderes que subestimaron la pandemia. Recurrieron a teorías conspirativas, a discursos épicos o al "falso dilema" –como calificaron en conjunto la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)– entre cuidar la salud o la economía. Por otro lado, en Corea del Norte, el dictador Kim Jong-un reaccionó rápido y asegura –hasta hoy– que no hubo un solo caso a pesar de tener focos del brote al norte y al sur del hermético país, un relato que despierta sospechas.
Se trata de líderes en general populistas, que "adoptan visiones conspirativas por encima de visiones más tecnocráticas sobre problemas públicos y abrazan visiones de pensamiento mágico", dijo a LA NACION Silvio Waisbord, profesor de la Escuela de Medios de la Universidad George Washington. "Creen en la ciencia y el conocimiento en tanto confirmen y defiendan sus convicciones. Como no es así, optan por desconfiar de quienes pueden ser autónomos o críticos. También hay una cuota de narcisismo, que no es compatible con el hecho de que en una crisis como esta los técnicos con experiencia y las historias de la gente común deberían tener centralidad o compartir el escenario", agregó.
La negación, sin embargo, se topó en varios casos con un crecimiento acelerado de la cantidad de contagiados y muertos, lo cual obligó a los líderes a adaptar su discurso y su accionar. Aunque para entonces ya se había perdido tiempo para combatir la pandemia, según advirtieron científicos de esos países.
"Que un país no tome medidas es un problema enorme y complica el trabajo para frenar el brote. Si no controla, los casos se exportan. Si Bolsonaro no se alinea, por ejemplo, puede complicar al continente", advirtió Christovam Barcellos, vicedirector del Instituto de Comunicación en Salud de la Fundación Oswaldo Cruz, de Brasil. En un mundo globalizado, aunque ahora estén suspendidas las reuniones como aquella de Mar-a-Lago, las medidas de cada gobierno pueden comprometer no solo a sus ciudadanos, sino a cualquier lugar del mundo.
Donald Trump
"Lo tenemos totalmente bajo control. Es solo una persona que vino de China". El 22 de enero, Donald Trump se mostró absolutamente despreocupado ante el primer caso de coronavirus en su país. Un mes después, mientras el brote se expandía por el mundo, llegó a decir que el virus era una "farsa" inventada por los demócratas y que "un día, como un milagro, desaparecerá".
Dos meses después, expresó que esperaba que, después de su recomendación de "aislamiento social", el país ya estuviera activo para Pascuas. "Tendremos iglesias abarrotadas en todo nuestro país", deseó, nuevamente incrédulo de lo que decían los informes científicos. Fue finalmente en esta Semana Santa que Estados Unidos se convirtió en el país con más cantidad de muertos del mundo (más de 24.000), con un récord global de 2108 víctimas en un día.
Un día, como un milagro, desaparecerá
El 31 de marzo, Trump se paró junto a sus asesores con un mensaje dramático: morirían hasta 200.000 personas por el Covid-19 en Estados Unidos. "Estas serán unas de las peores dos o tres semanas en la historia del país", dijo. Tuvo que admitir la gravedad de la crisis, pero nunca reconoció su responsabilidad por una respuesta tardía, con declaraciones incorrectas (sobre la letalidad de la gripe, por ejemplo), falsas esperanzas (recomendó un tratamiento cuya efectividad todavía no está probada), además de la búsqueda constante de un culpable (como China, los medios o Barack Obama). Al día de hoy insiste en que él hizo un "trabajo increíble".
La falta de previsión por la subestimación de la pandemia, aun con voces de alerta dentro del gobierno, también llevó a falencias, demoras y faltantes de tests para detectar el Covid-19 y de equipamiento de protección para médicos.
La estrategia trumpista dejó consecuencias: la expectativa de víctimas "mejoró" y serían unas 60.000 en total.La economía está parada, en recesión, y el mandatario está ansioso por reactivarla. La pregunta es si también habrá repercusiones políticas: Trump buscará su reelección el 3 de noviembre .
Boris Johnson
El 3 de marzo, Boris Johnson fue a un hospital donde había pacientes con coronavirus y, al salir, se jactó de haberle "dado la mano todo el mundo". Dijo que seguiría haciéndolo y que para la gran mayoría del país la vida debía continuar "como siempre". Al acercarse el final de ese mes, cambió de opinión –mientras el brote dejaba ya decenas de muertos por día– y ordenó un confinamiento obligatorio por tres semanas para los británicos. Ya era tarde y él fue el ejemplo más claro: debió ser internado en terapia intensiva, contagiado con Covid-19.
Su gobierno conservador apostó primero a la estrategia de la "inmunidad de rebaño", es decir, aislar solo a los grupos de riesgo y mantener la libertad para el resto de la población para que se contagien y desarrollen anticuerpos. "Muchas más familias perderán a seres queridos antes de tiempo", advirtió el premier el 12 de marzo. Su plan incluía, por ejemplo, una mera recomendación para los mayores de 70 años: que no viajen en cruceros.
Un día después, su discurso y su estrategia sufrieron un giro de 180 grados: prohibió los eventos masivos, a raíz de un estudio científico que pronosticaba 250.000 muertes en el país si no se tomaban medidas de distanciamiento social. Los días siguientes, se cerraron las escuelas y los comercios, y el 23, presionado por el fuerte aumento de casos, ordenó la cuarentena.
"Ahora se está tomando la dirección adecuada, pero perdimos un tiempo valioso y habrá muertes que podrían haberse evitado", opinó Richard Horton, director de la revista científica The Lancet, en el diario The Guardian.
Cuestionado por la cantidad de testeos realizados y la desinversión en el sistema de salud, ahora Johnson, de 55 años, fue dado de alta de un hospital de Londres después de haber estado una semana internado-tres noches en terapia intensiva- por coronavirus. El Covid-19 también infectó al príncipe Carlos. La reina Isabel, de 93 años, tuvo que dar un discurso excepcional para echar por tierra los rumores que la incluían también a ella en la lista de infectados. En el país ya se registraron casi 95.000 casos y más de 12.000 muertes.
Jair Bolsonaro
El año pasado en Brasil hubo 2.241.974 casos de dengue y más de 1100 muertes por gripe, según cifras de la ONU. Entre 2015 y 2016, 3000 bebés nacieron con microcefalia por la epidemia de zika. Sin embargo, el presidente Jair Bolsonaro, en medio de la pandemia, dijo que no hay de había de qué preocuparse porque el brasileño "no se contagia" y es capaz de "bucear en una alcantarilla, salir y no le pasa nada".
Con frases como esa, con decisiones nacionales que no llegan y cacerolazos en su contra, el mandatario ultraderechista afronta la crisis. Bolsonaro hizo de todo menos decretar medidas estrictas. Se burló de la enfermedad al llamarla "una fantasía", le restó importancia al calificarla de "gripecita", y días atrás se distanció de su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, que sí alertó sobre la gravedad y a quien incluso quiso echar.
Después de un cuchillazo, una gripecita no me va a voltear
A Bolsonaro tampoco le importó que al menos 13 personas de su administración resultaran infectadas. Cuando él se hizo el test y salió negativo, festejó como si se tratara de un gol y agredió con un gesto vulgar a quienes lo habían criticado por convocar a una marcha de seguidores para saludarlos y tomarse fotos. Algo parecido ocurrió en Nicaragua. El 14 de marzo el gobierno de Daniel Ortega, de izquierda, llamó a una manifestación y la nombró "Amor en tiempos del Covid-19".
Por ahora, solo dijo que los ancianos y quienes tienen enfermedades previas deben quedarse en casa y cerró de manera parcial las fronteras. Y del aislamiento que decretaron estados como San Pablo dijo que son medidas criminales que destruyen empleos. "La cuarentena es fundamental, pero el presidente es un individuo peligroso y un mal ejemplo. Sale a la calle sin barbijo, se toca la cara. En Brasil no hay suficientes tests, los casos están subestimados. El número real podría llegar a ser 10 veces el que se conoce", afirmó Christovam Barcellos, de la Fundación Oswaldo Cruz.
Cuando la pandemia ya hacía estragos, Bolsonaro tuvo una primera declaración en sentido contrario. Dijo que el país enfrenta un "gran enemigo". Horas después, declaró: "El virus es igual a la lluvia. Viene y uno se moja, pero no va a morir ahogado". Con 210 millones de habitantes, hasta ayer Brasil tenía 25.2626 casos y 1532 muertos.
Andrés Manuel López Obrador
El mexicano está empecinado en no repetir la historia. Sin embargo, por ahora, tampoco puede asegurarse de no empeorarla. En 2009 la gripe porcina se esparció por el mundo y, para evitar una crisis, el entonces mandatario, Felipe Calderón, cuando había siete enfermos confirmados, decretó el estado de emergencia, suspendió las clases, las actividades recreativas, provocó la pérdida de miles de reservas turísticas y una crisis económica. El PBI del país cayó 0,7% y en un año hubo 70.715 casos y 1172 muertos.
Por eso, López Obrador se resiste. Asegura que tomará medidas drásticas cuando su ministro de Salud se lo indique... y su ministro de Salud piensa como él. Que no hay que exagerar.
Salgan, bésense, abrácense, quiéranse. Toda la familia. Ese fue uno de los mensajes más criticados del presidente de izquierda. También lo repudiaron por su alusión a la fe, por mencionar como defensa a los escapularios que lo protegen.
Ante su falta de determinación, la población toma medidas sin que se le ordenen. Desde hace semanas los mexicanos salen lo menos que pueden. La Ciudad de México está vacía. Como también las playas. ¿La decisión más dura por ahora? El 23 de marzo el gobierno decretó el cierre de escuelas y la "jornada nacional de sana distancia", que recomienda a las empresas suspender actividades o permitir que se hagan desde casa.
Sin embargo, de a poco, el país, con 129 millones de ciudadanos, parece prepararse. El 4 de abril lanzó un plan para contratar a 6600 médicos y 12.300 enfermeras, varios días después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) informara que había entrado en una fase de transmisión comunitaria. El presidente insiste. Días atrás anunció que bajará su sueldo y el de sus funcionarios para paliar los estragos económicos de "esta crisis transitoria". Según las últimas cifras de ayer, son más de 5000 los casos confirmados y 332 los muertos por el Covid-19.
Aleksander Lukashenko
El taoísmo dice que todo lo bueno tiene algo malo y viceversa, y el presidente de Bielorrusia parece adherir. En el poder desde 1994, reelegido en el cargo cuatro veces, este líder –frente grande, pelo cano, ojos chicos, nariz caída, bigotes de color– dice que no es tiempo de parar por la pandemia, sino de aprovecharla.
Profesor de historia, militar, integrante del Partido Comunista en tiempos de la Unión Soviética, contrario a su disolución, quiere aprovechar que su país es uno de los pocos que no están gravemente afectados y usarlo a su favor. Por eso no detiene nada. Ni la economía, ni las clases, ni los restaurantes ni, mucho menos, el deporte. Ante la abstinencia de los hinchas de la región, que no tienen qué mirar porque las ligas de fútbol están canceladas, Lukashenko quiere que los suyos se conviertan en las nuevas estrellas. Y así parece. Durante las últimas semanas, los partidos que se juegan en el país fueron furor en Rusia y Kazajistán.
Es mejor morir de pie que vivir de rodillas.
"¡Tengo que decir que es mejor morir de pie que vivir de rodillas!", dijo hace unos días mientras jugaba al hockey sobre hielo para explicar por qué no adopta políticas duras, como sí hizo por ejemplo su vecina Polonia. Además, aseguró que si cierra la economía, serán más los muertos por el hambre que por el virus. Hasta se atrevió a decir que el trabajo es la cura.
En alusión a los granjeros de la exrepública soviética, afirmó que hay que seguir con los tractores, y en referencia a una posible cura, puso como ejemplo el vodka. Si la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda lavarse las manos con alcohol el gel, para él esta bebida blanca y típica local también "mata" al Covid-19.
Por todo ello, por recomendar además el calor del sauna como cura, varios diarios del mundo lo tildaron de payaso. Él sigue firme y asegura que son los culpables de causar el pánico en todo el planeta. El país, con 9,5 millones de personas y datos oficiales que no se publican a diario, registró hasta ayer 3281 infectados y 33 muertos por el virus.
Kim Jong-un
Kim Jong-un no negó la voracidad del coronavirus. De hecho, reaccionó rápido: a fines de enero, cuando el virus comenzaba a propagarse desde su vecina China hacia otros países, cerró las fronteras, puso en cuarentena a cientos de extranjeros y suspendió los negocios con el gigante asiático, su principal (y casi único) socio comercial. Su negación vendría por otro lado: la afirmación del régimen de que no se registró ni un solo caso en el país despierta sospechas en la comunidad internacional y rechazo entre los refugiados norcoreanos.
Como en China, pero con más fuerza, el control casi absoluto de Kim le da un poder mayor sobre los ciudadanos para dirigir sus movimientos y contener la propagación de la enfermedad. También como con China, hay dudas sobre las cifras oficiales. Incluso abundan las versiones de lo que sucede dentro de su fronteras –desde que ejecutaron al primer paciente hasta que murieron 200 soldados infectados–, pero la información es inaccesible en un país tan hermético.
"Seguro hay casos en Corea del Norte, pero no creo que el brote allí sea tan grande como en Corea del Sur, Italia y Estados Unidos", dijo a The New York Times Ahn Kyung-su, jefe del Centro de Investigaciones de la Salud y Bienestar de Corea del Norte, ubicado en Seúl.
La debilidad de ese sistema y la falta de recursos por las sanciones internacionales que pesan sobre Corea del Norte son una preocupación para varios países y organismos internacionales. La falta de kits de pruebas incluso puede ser uno de los motivos por los que no hay casos registrados.
Rusia anunció que envió 1500 kits de diagnóstico en respuesta a un pedido del régimen. El dictador también solicitó asistencia a Corea del Sur y a organismos internacionales, según la agencia Reuters. Hasta el presidente norteamericano, Donald Trump, le ofreció ayuda. Pero Kim no quiere mostrar atisbos de debilidad. Probablemente por eso realizó cuatro pruebas de misiles el mes pasado, en plena pandemia.
Ilustración: Ippoliti