Nazis con uniformes aliados y hospitales del terror: la operación con la que Hitler quiso revertir la guerra
El Führer quiso emular en Ardenas su estrategia relámpago de 1940, pero esta vez fue un completo fracaso y selló su destino
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Adolf Hitler se reveló como un pésimo estratega militar durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y la invasión de las Ardenas, pese a todas las advertencias de los generales alemanes, volvió a demostrar que el Führer no era el comandante idóneo que él creía para conducir la guerra.
No era la primera vez que los alemanes se internaban en la zona compartida por Francia y Bélgica con fines bélicos: lo habían hecho en 1914, en 1918 y en 1940, pero el 16 de diciembre de 1944 la situación era muy distinta. La Alemania nazi peleaba la guerra en dos frentes y las cosas no estaban resultando nada bien.
Por eso, en un acto que a la luz de la historia se juzga como desesperado, Hitler pretendió darle un golpe de gracia a los aliados en su punto más débil, concuerdan los especialistas, con una ofensiva relámpago (Blitzkrieg) que fuera tan contundente como para obligarlos a firmar la paz.
Pero el resultado fue desastroso, con miles de muertos entre ambos bandos y una guerra sucia sin cuartel plagada de matanzas y fusilamientos de prisioneros en donde las leyes de la guerra brillaron por su ausencia.
En aquél fatídico diciembre de 1944, los campos nevados se tiñeron de rojo y el drama fue captado por la lente del legendario fotógrafo húngaro Endre Ernő Friedmann, más conocido como Robert Capa.
Más todavía, la contundente derrota alemana en la Batalla de las Ardenas le allanó el camino a los aliados para ingresar en territorio nazi. El fin de la maquinaria bélica nacionalsocialista y su sistema de exterminio genocida estaban cerca.
El ataque sorpresa a las Ardenas
La madrugada del 16 de diciembre de 1944 al menos 240.000 soldados alemanes sorprendieron a los estadounidenses con el respaldo de dos mil cañones. El violento fuego de artillería se esparció por los campos del Eifel, la frontera de Alemania con Bélgica y Luxemburgo, y dejó aturdidos a los novatos menos experimentados, apostados en el lugar menos protegido de toda Europa.
El descontrol en las filas aliadas era generalizado. Una maniobra diseñada por Otto Skorzeny, un oficial de las Waffen-SS que se había revelado como un genial comando táctico con el rescate de Benito Mussolini, sembró el desconcierto.
La llamaron Operación Greif, y fue también conocida como “operación de bandera falsa”, por la cual comandos alemanes vestidos de estadounidenses penetraron la retaguardia aliada con vehículos mimetizados, cambiando las señales en las rutas y sembrando confusión entre las filas enemigas.
La ofensiva de las Ardenas tenía un objetivo general claro: cortar el avituallamiento de los aliados en la ciudad portuaria de Amberes y bloquear la línea de suministros. A juzgar por los primeros resultados, todo parecía indicar que esta guerra relámpago le reportaría a Hitler los beneficios de la invasión de 1940. Las primeras capitulaciones aliadas le dieron la razón, pero sus generales sabían que esto jamás sería posible del todo.
Quitarse a los aliados de encima
“En el otoño europeo de 1944, cerca de la Navidad, teníamos una Alemania acosada entre dos fuegos, combatiendo contra los soviéticos en el Este y contra los aliados en el Oeste. Hitler buscó una ofensiva milagrosa que le diera un vuelco a la guerra. Si se quitaba a los aliados de encima, el Führer podría volcar todo su poderío contra la URSS”, cuenta, a LA NACION, David López Cabia, experto en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y autor de cinco libros sobre la mayor conflagración del siglo XX.
“Hitler quiso apostar todo a una carta”, sostiene el historiador militar Karl-Heinz Frieser, y hace una afirmación contra fáctica: “Si Hitler hubiera tenido éxito en las Ardenas, la bomba atómica no habría sido arrojada en Japón, sino en Alemania”.
La batalla de las Ardenas “fue lo más cercano a Stalingrado en el frente occidental, con la salvedad de que no se desarrolló en una ciudad, pero hubo una intensidad de combates, unas atrocidades y un frío comparables”, considera el historiador británico Antony Beevor, autor de Ardenas, 1944, la última apuesta de Hitler.
“La ofensiva fue desaconsejada por todos sus generales porque Alemania no estaba en condiciones, les parecía poco razonable un contraataque con todas sus reservas. Desde luego que acertaron en atacar el sector más débil de los aliados, concentrando tres ejércitos sobre un único cuerpo: en un primer momento las fuerzas estadounidenses se rindieron en masa, como la 106 División y la 99 de Infantería”, describe López Cabia.
Y agrega: “Pero los aliados lograron resistir en los puntos clave, y para el 3 de enero la contraofensiva estaba muerta. Los estadounidenses reaccionaron con rapidez y concentraron tropas en ese sector. Para los alemanes fue un callejón sin salida, no les reportó ningún beneficio, los desgastó y perdieron parte de sus últimas reservas”.
Suele decirse que, en las Ardenas, los Estados Unidos perdieron más soldados que durante el brutal desembarco en Normandía del 6 de junio de 1944. La crueldad con que los alemanes exterminaron a los prisioneros militares y civiles pronto se replicó en las filas aliadas: no había convención de guerra alguna, y las matanzas sin sentido signaron el espíritu de ambos bandos.
Más todavía, los alemanes que se habían disfrazado de estadounidenses para la operación Greif fueron capturados, y en este caso sí, ejecutados de acuerdo con las normas de la guerra. Utilizar uniformes enemigos y emblemas falsos corresponde a un delito de guerra, y se pena con la ejecución por “espionaje”, de acuerdo con la Convención de La Haya de 1907.
Por esta operación de “bandera falsa”, que si bien fracasó logró sembrar confusión en las tropas aliadas, Skorzeny se ganó el apodo de “el hombre más peligroso de Europa”.
“No hubo batalla más sucia en el frente Occidental que la de las Ardenas”, cuenta López Cabia, y añade: “Los alemanes combatían según las reglas del frente ruso, es decir sin leyes de guerra; hubo matanzas de prisioneros, como en Malmedy”. La Masacre de Malmedy fue un crimen de guerra por el cual 84 soldados prisioneros de los Estados Unidos fueron ejecutados el 17 de diciembre de 1944. “Esto dio lugar a una respuesta igual de brutal por parte de los americanos, ejecutando prisioneros alemanes”, completa el especialista.
Por esos días la situación era caótica en todos los frentes de la región y los hechos criminales figuran entre los relatos más estremecedores que se recuerden de la Segunda Guerra Mundial.
Como cuenta Antony Beevor en su libro sobre las Ardenas, “soldados estadounidenses solían cocinar en el fuego a los paracaidistas alemanes muertos para descongelarlos y poder quitarles los borceguíes”. En los hospitales de campaña la situación era desesperante. “Hubo muertes horribles, congelaciones, amputaciones”, recuerda Beevor.
“Los hospitales de los alemanes eran los peores, siempre optaban por amputar. Un prisionero estadounidense nos ha dejado una descripción horrible. Y los civiles belgas hablan de cubos llenos de manos y pies ensangrentados”, suma.
La derrota de los alemanes en las Ardenas pareció sellar el destino de la maquinaria nazi. “Más allá de la guerra sucia sin cuartel, la derrota de Hitler le posibilitó a los aliados el paso hacia Alemania, y para el 7 de marzo tenían una cabeza de puente sobre el río Rin”, cierra López Cabia.
Faltaba muy poco para que la mayor conflagración de todos los tiempos concluyera, con los soviéticos ingresando a Berlín, el suicidio de Hitler y la rendición alemana de mayo de 1945.
Tiempos en los que se revelarían, al menos para la opinión pública mundial, la existencia de los campos de concentración y el horror de la maquinaria de extermino nazi.
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