Nacida en 1931 en el pueblo de Kafr Tahla, al norte de El Cairo, Nawal fue la segunda de nueve hermanos, y escribió su primera novela a los 13 años; muchos la describieron como “la Simone de Beauvoir árabe”
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La primera carta que Nawal el Saadawi escribió en su vida se la dirigió a Dios. Nawal no entendía por qué, si ella sacaba buenas notas en la escuela y trabajaba duro en la casa mientras que sus hermanos varones tenían dificultades en el colegio y no se hacían ni la cama, ellos podían salir cuando querían y recibían más comida y dulces.“Son chicos y eso es lo que Dios quiere”, le respondieron sus padres.
Nawal no estaba convencida. Así que la niña, en su pequeño pueblo en el delta del Nilo, agarró lápiz y papel y se puso a escribir una misiva que empezaba más o menos así: “Querido Dios, se supone que eres la Justicia. Entonces, ¿cómo podés discriminar entre mi hermano y yo? Es injusto. Así que, si no eres justo, no estoy lista para creer en ti”.
“Luego tuve miedo y quemé la carta. Tampoco sabía la dirección adonde mandarla”.
Esta anécdota, que la escritora y doctora egipcia relató a la periodista de la BBC Lyse Doucet en 2013, resume bien cómo fue la vida de una de las más importantes y radicales feministas del mundo árabe: una constante rebeldía.
Sus escritos y su franqueza le valieron amenazas de muerte, la cárcel y el exilio. Pero, también dejó un legado que pervive hoy: sus libros, en los que denuncia la mutilación genital, la explotación de la mujer y reivindica el sexo femenino, fueron traducidos a decenas de idiomas, se encuentran en las librerías de muchos hogares de Medio Oriente e inpiraron a numerosas generaciones.
“Fue una adelantada a su tiempo”, relata a BBC Mundo Hoda Badram, amiga cercana de El Saadawi y fundadora de la Alianza de Mujeres Árabes, una organización egipcia que promueve los derechos de las mujeres. “En aquellos tiempos nadie hablaba de los derechos de las mujeres como lo hizo ella, es decir, como derechos humanos. Se atrevió a hablar de lo que nadie hablaba, y de forma muy clara”, explica desde su casa de El Cairo.
Nacida en 1931 en el pueblo de Kafr Tahla, al norte de El Cairo, Nawal fue la segunda de nueve hermanos, y escribió su primera novela a los 13 años. Su padre, aunque de orígenes humildes, llegó a ser funcionario público, mientras que su madre procedía de una familia adinerada.
Su familia quiso que sus hijos se educaran, y ella se graduó en Medicina en la Universidad de El Cairo en 1955, donde se especializó en psiquiatría. Fue precisamente su trabajo como doctora rural el que le abrió las puertas y los ojos ante una realidad brutal y la arrastró hacia el activismo feminista.
En su consulta en Kafr Tahla trataba a mujeres de toda condición y pudo documentar las agresiones que se cometían hacia sus cuerpos y mentes: la ablación genital, que las “dayas” o comadronas practicaban a casi el 100% de las niñas, la obsesión con la virginidad, la prostitución o la violencia doméstica.
“Viviendo en el pueblo conocía los problemas y pobreza que existía, pero al trabajar como médico fui capaz de ver la miseria real de la gente, las enfermedades tropicales, la ignorancia... cómo las niñas morían desangradas por la circuncisión, los niños también, cómo al casarse las niñas tenían que mostrar la sangre de su himen y si no sangraban podían matarlas... era horrible”, relató a la BBC en 2013.
De ahí surgió la novela Memorias de una joven doctora y, años más tarde, el polémico Mujeres y sexo, el primero de una serie de libros en los que denunció estas prácticas y abusos. El libro fue publicado en 1972 en Beirut y prohibido en Egipto, pero se convirtió en una obra de culto para el feminismo.
“Existe un concepto distorsionado del honor en nuestra sociedad. El honor de un hombre está a salvo siempre y cuando los miembros femeninos de su familia mantengan intacto su himen. Él puede ser un mujeriego de la peor calaña y aun así seguir siendo considerado un hombre honorable si mujeres son capaces de proteger sus órganos genitales”, reza el libro. La raíz de los problemas, explica en Mujeres y sexo radicaba en la doble moral que existía en la sociedad en torno al sexo: “El sexo en la vida de un hombre es una fuente de orgullo y un símbolo de virilidad, mientras que la experiencia sexual en la vida de las mujeres es una fuente de desgracia y un símbolo de degradación”.
La controversia que generó la obra hizo que Nawal perdiera su puesto como directora de Educación Sanitaria en el Ministerio de Sanidad. También se impidió seguir editando la revista que ella misma había fundado, Salud, que cerró poco después.
Víctima de la mutilación genital
El Saadawi, como casi la totalidad de niñas egipcias de su época, musulmanas o cristianas, sufrió la mutilación genital de pequeña. “Las mujeres”, explicó en el programa de la BBC Hardtalk, “son circuncidadas en todas las religiones, físicamente, mentalmente, espiritualmente, psicológicamente”.
Ella lo relató en varios de sus libros. “Cuando tenía 6 años la “daya” (comadrona) vino con una cuchilla en la mano, me sacó el clítoris de entre los muslos y lo cortó. Dijo que era la voluntad de Dios y que ella había cumplido su deseo”, escribió en La hija de Isis.
En entrevistas contó que ella gritó y gritó llamando a su mamá, y el shock que sintió al descubrir que su madre estaba allí mismo, junto a la comadrona, mirándola y sonriendo. “Nawal fue pionera en elaborar una ‘teoría del conflicto’, en explicar que había un conflicto entre hombres y mujeres, que se trataba de un asunto de superioridad y explotación, y en el que las mujeres se convertían en parte del problema al perpetuar esta cultura”, señala Badran.
Su madre en aquel cuarto de baño permitiendo que se mutilara a su hija era parte del problema. Había que despertar. Quizás debido al trauma, o porque hablar de aquellos asuntos era tabú, Nawal, de alguna forma, lo enterró en su memoria.
No fue hasta que se enfrentó a la terrible realidad de la circuncisión genital que experimentó como doctora, con niñas que se desangraban hasta la muerte o que quedaban marcadas para siempre, sufriendo terribles dolores durante el acto sexual o complicaciones en los embarazos, que algo hizo clic en su cerebro. “Pasó del inconsciente a la consciencia, y empecé a rebelarme y a escribir en contra de eso”, relató en una entrevista con The Guardian.
Durante más de medio siglo, Nawal el Saadawi hizo campaña para erradicar esta lacra, que finalmente se prohibió en Egipto en 2008, aunque sigue practicándose ampliamente, en especial en las zonas rurales. “Fue muy valiente en hablar de todos estos temas de forma tan abierta”, concede Hoda Badran, que explica que en el mundo árabe no se consideraba “adecuado” tratar este tipo de temas relacionados con la sexualidad. La doctora también denunció la circuncisión masculina, que se aplica a todos los niños en Egipto y que también produce víctimas.
El Saadawi fue descrita por algunos como “la mujer más radical de Egipto”. Las contradicciones de aquel Egipto que se rebelaba contra la ocupación británica y se debatía entre tradición y un asomo de modernidad se daban en su familia, donde su abuela le explicaba que “un chico valía por 15 chicas”, pero sus padres le animaban a estudiar, a pesar de haber intentado casarla cuando tenía tan solo 10 años.
En aquella época el matrimonio infantil estaba muy extendido, especialmente en las zonas rurales, y ella relató en sus autobiografías cómo aparecían por su casa los posibles pretendientes, a los que intentaba espantar pintándose los dientes de negro, o derramándole el café encima. “Les hacía todo tipo de trucos para que se fueran y tonterías para que dijeran ‘esta niña no es normal’”, relató a Lyse Doucet en 2013.
Tras ser despedida, El Saadawi siguió escribiendo. Llegaron Mujer en punto cero en 1975, un relato basado en una mujer que conoció condenada a muerte por matar a su proxeneta, y La cara oculta de Eva en 1977, en la que denunció la opresión que vivían las mujeres en el mundo árabe. Sus obras le granjearon no pocos enemigos.
“Enemiga del Estado”
“Nawal tenía dos enemigos en Egipto: las mujeres retrógradas y el Gobierno. El Gobierno odiaba a muerte a Nawal”, recuerda Hoda Badran. Así, en 1981 El Saadawi fue detenida en una redada contra opositores al gobierno de Anwar el Sadat y encarcelada por “crímenes contra el Estado” en la prisión de Qanatir durante tres meses. Ella lo relató en Memorias de la cárcel de mujeres.
“Abrí los ojos esa primera mañana en la cárcel y no encontré agua en el grifo, ni cepillo de dientes, ni pasta de dientes, ni jabón, ni toalla, ni ducha. El inodoro era un agujero en el suelo, sin puerta ni cisterna, rebosante de aguas residuales, agua y cucarachas”, describe Nawal en el libro.
Como el papel y los lápices o plumas estaban totalmente prohibidos -”más fácil darte una pistola que papel y lápiz”, le dijeron-, Nawal consiguió que una prostituta encerrada en la celda de al lado le pasara en secreto un delineador de cejas, y con eso escribió sus memorias en rollos de papel higiénico y en papel de fumar. Aunque breve, su experiencia en la cárcel, donde compartió celda con mujeres islamistas que se cubrían el rostro con el niqab y con prostitutas, con comunistas y con mendigas, ahondó aún más en su activismo.
Tras el asesinato de Sadat, Nawal fue liberada, pero sus libros siguieron estando prohibidos en Egipto, donde la escritora fundó la Asociación de Solidaridad de Mujeres Árabes para expandir el pensamiento feminista y con un eslogan revelador: “Retirar el velo de la mente”.
El velo islámico, de hecho, fue también objeto de sus reflexiones y luchas, ya que consideraba que era un “peligroso símbolo político de la servidumbre de la mujer”. El Saadawi también rechazaba la desnudez que, según ella, “cosificaba a las mujeres”.
“Los hombres tienen deseos sexuales, pero también las mujeres. ¿Por qué no velar entonces a los hombres que las mujeres puedan desear?”, escribió, provocadora, en El velo.
Su trabajo atrajo la atención de extremistas islámicos, y Nawal descubrió que su nombre se encontraba en una lista de objetivos terroristas, por lo que abandonó Egipto para instalarse en Estados Unidos, donde pasó cuatro años exiliada. Pero, el peligro no la calló. A su regreso al país del Nilo, El Saadawi siguió escribiendo, e incluso se presentó como candidata a las elecciones presidenciales de 2004, aunque finalmente retiró su candidatura.
Cuando millones de egipcios salieron a la calle en 2011 para protestar por la tiranía del régimen de Hosni Mubarak, se podía ver a Nawal, de casi 80 años entonces, en la plaza Tahrir, rodeada siempre de mujeres, jóvenes y mayores, veladas o con el pelo suelto, sonriente, combativa y rebelde.
En 2020, un año antes de su muerte, la revista Time la nombró una de las 100 Mujeres del Año, dedicándole una portada. A menudo, la prensa occidental la describía como la “Simone de Beauvoir árabe”, en referencia a la filósofa existencialista y activista feminista francesa, un apelativo que ella aborrecía.
El Saadawi creía firmemente que “lo local no estaba separado de lo global”, y le molestaba la idea del relativismo cultural que, según ella pensaba que el feminismo no pertenecía a todos los países, y que, como explicó ella en el programa de la BBC Hardtalk, “el feminismo es un invento occidental, que estoy copiando a las mujeres occidentales”.
Pero, las comparaciones con la escritora francesa le disgustaban también por otras razones puramente personales. Ella, que se había casado y divorciado tres veces, la última vez a los 70 años al enterarse de que le habían sido infiel, no se identificaba con la existencialista, como escribió en uno de sus artículos: “Simone de Beauvoir era celosa y estaba obsesionada con Sartre. Yo soy mucho más libre”.
*Por Paula Rosas
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