Nagorno-Karabaj: un viaje al corazón del valle fértil para entender las causas del conflicto
NAGORNO KARABAJ.- Hay que sobrevolar en vuelo rasante entre las colinas que rodean Ereván, lo más bajo posible, para evitar que los radares enemigos detecten nuestra trayectoria. Después de casi media hora, la tierra árida comienza a dar lugar a un valle fértil, pleno de flores y tierra cultivada. Hay cabras y casi más cementerios que poblaciones. Hay que seguir vuelo por una hora más. Así llegamos, a la autoproclamada república de Nagorno-Karabaj, un enclave armenio que oficialmente, desde 1923, está dentro de las fronteras de Azerbaiyán. Tiene un presidente, tiene un Parlamento, pero es un país que hasta ahora nadie reconoce.
Viajamos a Karabaj, en junio de 2016, un grupo de periodistas que habíamos ido a Armenia para cubrir la visita del Papa. Algunos quisimos viajar a la frontera para entender este conflicto del que tan poco se sabe. Hacía cuatro meses, la tregua histórica que regía desde 1994 se había interrumpido y había ocurrido una sangrienta guerra de cuatro días que dejó más de 300 muertos, militares y civiles y que hacía temer a la comunidad internacional sobre un nuevo estallido en el llamado polvorín del Cáucaso. En aquellos enfrentamientos, hubo helicópteros derribados y soldados decapitados, según denunció Nagorno-Karabaj. "Decapitados y mutilados. Lo que hicieron los soldados de Azerbaiyán en esos días de la guerra superó en crueldad a las acciones de Estado Islámico", denunció durante ese viaje, el entonces canciller de Nagorno-Karabaj, Karen Mirzoyan, al recibir a LA NACION en el palacio de gobierno.
Para cuando llegamos a la región, Azerbaiyán había decidido el cese al fuego, pero la carrera armamentística en la que se había enrolado ese país hacía prever que los conflictos iban a seguir.
Las autoridades de Nagorno-Karabaj denunciaban que, violando las recomendaciones internacionales, incluso las naciones que lideran el proceso de paz les siguen vendiendo armamento a Azerbaiyán.
Nación T.E.G.
Aunque hace 29 años que Nagorno-Karabaj dio el grito de libertad y tiene presidente y parlamento, oficialmente aún no ha sido reconocida como país por ningún otro estado en el mundo. Con una población de 150.000 habitantes, mayoritariamente armenios, hoy es algo así como nación T.E.G., una nación que no existe en los mapas.
Sobrevolamos la región con destino a la capital, Stepanakert, que desde 1990 no recibe vuelos de pasajeros. El helicóptero se mueve tanto que un pasajero vomita en un balde. "No queda otra opción. Hay que volar muy bajo, muy cerca de las colinas porque sino activaríamos los radares y podrían derribarnos", nos explican. De allí, seguimos viaje en camioneta hasta Shushí, la segunda ciudad en importancia y sede del Estado. El frente de combate está apenas a unos 30 kilómetros, con soldados armados de ambos bandos que custodian la tregua en la frontera.
El uso del espacio aéreo es una de las claves del conflicto. En 2009, el gobierno local, con apoyo armenio levantó ese aeropuerto, una versión en escala del que levantó en Ereván el empresario Eduardo Eurnekian. Sin embargo, cuando uno llega allí, se encuentra con una terminal fantasma. Hay carros sin estrenar, el carrusel de equipaje que nunca rodó, y los puestos de migraciones parecen de la película de The Truman Show. Cuando se terminaron las obras, la dirigencia azerí directamente amenazó con derribar los vuelos civiles que operen en la zona de conflicto.
En 1923, la vida de los habitantes de la provincia armenia de Artsaj, hoy Nagorno-Karabaj, cambió para siempre. Para esa fecha, en la ciudad de Shushí ya había siete escuelas, dos universidades, cinco museos y más de 22 iglesias, que en toda la provincia eran más de cien, algunas con monasterios medievales. Pero en 1920, recibió la invasión del imperio otomano y gran parte de su historia fue destruida. En 1921, llegaron los soviéticos a la región y dos años después, se decidió incluir a Artsaj dentro de la República Socialista Soviética Azerbaiyana.
El pasado todavía es presente en Karabaj. En Shushí, la calle, las casas, la moda, la prolijidad de los niños que van a clase hace creer que el almanaque retrocedió 40 años. El lada, el típico auto soviético, es el rey del asfalto, aunque dotado, casi siempre, con un sonoro caños de escape.
Una de las únicas iglesias que se mantuvo en pie, cuenta Saro Saryan, director de la Unión de Refugiados de Karabaj es Ghazanchetsots, que tiene la cúpula más grande de Armenia, levantada en 1848. Por años, fue usada por el ejército azerí para guardar armamento. Sabían que ahí no los iban a bombardear. Es casi lo único que se salvó de la guerra. La mayoría de los edificios muestran el cimbronazo de la época.
En 2015, en esa iglesia se organizó una boda masiva: 224 parejas se casaron el mismo día. Toda la ciudad fue una fiesta de besos y bocinazos, cuando las parejas salieron a festejar y a recibir la tradicional bendición en el monumento a Tatik y Papik, que significa "mamá y papá".
Justo frente a la Iglesia todavía se levantan los monoblocks soviéticos, algunos habitados otros vacíos, en los que los chicos se meten a jugar y no pocas veces alguno sale con la cabeza rota porque parte de la estructura se le vino encima.
Desde el aire, a bordo de un helicóptero militar, similar al que se usó en Rambo III, la razón de por qué ese territorio es disputa de dos países es evidente: un valle verde y productivo, de donde hoy sale la mayor parte de la fruta y verdura que se come en Armenia. De producción orgánica, quien haya probado aquí un tomate quedará condenado a sentir que come ensalada de utilería el resto de su vida. Nagorno Karabaj es el valle fértil de la región. Su valor potencial es una de las razones de la disputa.
Durante el vuelo, dos fusiles asomaban del helicóptero, preparados para un ataque o una defensa. Pese al cese al fuego que regía, todo indicaba que estábamos en estado de guerra.
En 1988, Nagorno-Karabaj solicitó ser transferida a Armenia, tras lo cual se desató una nueva matanza en la región. El 2 de septiembre de 1991, con el fin de la Unión Soviética, se autoproclamó una república independiente. Esto desató una guerra con decenas de miles de víctimas militares y civiles, hasta que en 1994 se firmó la tregua y cuyas negociaciones de paz son lideradas por el Grupo Minsk, que presiden Estados Unidos, Rusia y Francia.
Lista negra
A fines de marzo de 2016, ocurrió lo que se temía: la carrera armamentística derivó en una sangrienta guerra en la que ambos ejércitos usaron armas que les vendió Rusia, nación que paradójicamente lidera las negociaciones de paz.
"Hay una escalada en la compra de armamento. Es una situación muy peligrosa. Azerbaiyán está comprando muchísimas armas, violando todas las obligaciones internacionales. No solo de Rusia, sino de Israel y países postsoviéticos como Ucrania, Bielorrusia y algunos europeos. La comunidad internacional tiene que prestar mucha atención. La resolución de conflicto tiene que ser completa. Las negociaciones están en una vía muerta", había advertido hace cuatro años el canciller Mirzoyan a LA NACION.
"Hace solo dos días `[por el 28 de junio de 2016], el presidente de Azerbaiyán anunció que se están preparando para una nueva guerra, que van a seguir comprando armamento y descartó una resolución pacífica del conflicto", agregó.
Cuando llegamos a la sede de la Cancillería se nos pone al día de los trámites migratorios. "Que no estemos reconocidos no significa que no existimos", aclara el canciller.
El visitante puede elegir si sellar su pasaporte o recibir un papel autoadhesivo que certifique la visita y que puede ser removido. Antes se hará la aclaración. "Azerbaiyán tiene una lista negra. Si ustedes tienen el pasaporte sellado por el gobierno de Nagorno Karabaj, automáticamente entran en esa lista y no les van a permitir entrar en ese país", se explica. Para Azerbaiyán, visitar Nagorno-Karabaj es haber entrado ilegalmente en su territorio. De todas formas, por haber estado allí y escribir este artículo, uno ya ingresa en esa lista de vedados, se explica por lo bajo.
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