"Nadie puede entender Auschwitz si no estuvo encerrado allí"
Al cumplirse mañana 70 años de la liberación del campo de concentración nazi, tres sobrevivientes recuerdan su experiencia en uno de los símbolos del Holocausto
JERUSALÉN.- Martha Weiss tenía cinco años y vivía con sus padres y hermanos en Bratislava (ex Checoslovaquia) cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Asher Ud, en la localidad polaca de Zdunska Wola, ya había cumplido 11. Moshe Haelion era ya un adolescente de 16 cuando los nazis llegaron a Salónica en 1941, el año en que para él y los judíos de Grecia comenzó la guerra. Todos ellos recuerdan ahora la innumerable cantidad de veces que le miraron la cara a la muerte en el campo de concentración de Auschwitz.
Al cumplirse mañana los 70 años de la liberación de Auschwitz, con la entrada del Ejército Rojo en 1945, todos aún rememora el infierno.
"Nadie puede entender Auschwitz si no estuvo encerrado allí, por más que se explique", dice Asher Ud. "Y lo más difícil era estar solo, no tener absolutamente a nadie." Con el número aún grabado en su brazo, lleva consigo los recuerdos del horror, y a sus 86 años también la convicción de que ahora, que ya puede hablar, no debe dejar de hacerlo "día y noche".
"Es que no podemos permitir que la Shoá sea olvidada", dice, al usar la palabra hebrea para hacer referencia al Holocausto. "Si se la recuerda, no se podrá repetir", añade.
A Martha Weiss le llevó tiempo comprender lo que era la guerra. "Era demasiado pequeña para entender", cuenta a sus 80 años, con una voz suave que no oculta su determinación. "Pero la tragedia no me dejó chance de seguir sin entender. Nuestros padres nos enviaron a Hungría para intentar salvarnos, estuvimos con mi hermana en una escuela cristiana en la que debimos ir a la iglesia todos los domingos, simulando ser quienes no éramos. Algo nada sencillo a los 10 años", dice Weiss.
A ella y su hermana mayor, Eva, las salvó la esperanza del reencuentro con sus padres. "Si no, supongo, no habríamos logrado sobrevivir", relata.
Moshe Haelion recuerda lo terrible del hambre. Y que tampoco él podía entender lo que pasaba. Ya no era un chico cuando llegó a Auschwitz en 1943. Tenía casi 18 años. "Pero hay cosas que la mente humana no capta así nomás", explica, al recordar su encuentro con quien había sido compañero suyo de escuela en Salónica.
"Mi amigo me dijo que había estado en Birkenau y le pregunté por mis padres, que oí habían sido enviados allí. Yo no había vuelto a verlos desde que nos separamos." Su ex compañero de escuela le respondió que no los había visto. "¿Cómo que no los viste?", preguntó Moshe retóricamente, y agregó con ingenuidad: "¿Acaso Birkenau es tan grande?" Su amigo respondió: "No los vi porque no los podía ver. Los mataron en las cámaras de gas y luego los cremaron. Como a todos".
"Creí que había enloquecido", cuenta hoy Moshe Haelion. "Y se lo dije. Hasta que entendí que ésa era la verdad."
El argentino-israelí Jorge Klainman no estuvo en Auschwitz, pero sabe perfectamente de qué hablan los sobrevivientes que pasaron por allí. Él vivió lo mismo en otros campos, Mauthausen entre ellos, y también estuvo varias veces a punto de morir.
También él luchó no sólo por mantenerse con vida, sino por hacerlo con dignidad.
Klainman nació en la ciudad de Kielce, en Polonia, y tenía 11 años cuando estalló la guerra. Eran seis en la casa: sus padres, tres hermanos y él, el menor. No quedó nadie.
"Pasé por cinco campos de concentración y exterminio, durante tres años y medio", relata Klainman. "Cuando me liberaron los norteamericanos del último, que era una filial de Mauthausen, tuve que ir a un hospital para que me alimentasen hasta que pudiera pararme", agrega. Luego de varios avatares, llegó en 1947 a la Argentina.
"El viaje fue largo y tuve mucho tiempo para pensar. Entonces me di cuenta de que tenía dos opciones: seguir en la vorágine y suicidarme, o cambiar todo y empezar de cero. Decidí empezar una nueva vida. Todo el pasado lo enterré en el lugar más profundo de mi mente. Y estuvo durmiendo allí durante 50 años, protegido por un muro que yo mismo levanté", cuenta.
Hasta que la multiplicación de negadores de la Shoá lo convenció de que tenía que hablar. "Si no, estaba colaborando con ellos", explica. Y su primera misión fue escribir un libro, El séptimo milagro, en el que detalla su lucha por sobrevivir. El libro, que en español ya tiene más de diez ediciones, ha sido traducido también al hebreo y al inglés.
Klainman vivió 19 años en Israel, volvió a la Argentina para trabajar con el Museo del Holocausto, dictando conferencias, y hace tres años retornó a Israel. Allí están sus cuatro hijos, de los que habla con orgullo.
Homenaje
Para el presidente del directorio de Yad Vashem (el Museo Recordatorio del Holocausto en Jerusalén), Avner Shalev, la experiencia de estos sobrevivientes de Auschwitz, como la de muchos otros, es motivo de homenaje. Por eso mencionará sus casos en su presentación en la sesión especial de Naciones Unidas, a la que fue invitado a hablar mañana.
"Después de lo que ellos pasaron, uno podría pensar que serían todas personas amargas que sólo buscan vengarse. Pero no fue así. Apostaron por la vida y participaron en la construcción de comunidades positivas y creadoras", dice Shalev.
En los hechos, lo confirman Asher Ud, Martha Weiss, Moshe Haelion y Jorge Klainman, entre tantos otros.
"Mi mensaje no es en absoluto de venganza", señala Klainman. Y agrega: "¿Quién ganó la guerra? ¿Los nazis o los judíos? Siempre pensé que nosotros ganamos. No tenemos nada que ocultar y podemos mirar a la cara a nuestros hijos sin vergüenza".
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