"Nada se compara con lo que estamos viviendo hoy": un día en el frente de batalla del coronavirus
NUEVA YORK.- "Jamás pensé que podía llegar a vivir algo así", asegura Gabriel Alba. Tiene 28 años y, si bien estudió cine, jamás imaginó que su vida pasaría a ser parte de una escena de película. Hace semanas que no duerme en su casa. El miedo no se lo permite. Es bombero y técnico médico en emergencias y todos los días enfrente a diario los horrores del coronavirus .
Desde el escuadrón de los voluntarios de primeros auxilios en Weehawken, Nueva Jersey, Alba charla con LA NACION en lo que ha sido su primer día de descanso en semanas. "No creo que haya nada comparable a eso que está sucediendo ahora", subraya.
Pese al trágico contexto, su buen humor se mantiene intacto. Alba explica que jamás hubiera podido elegir una profesión que lo obligara a estar sentado detrás de un escritorio. Aún mientras estudiaba cine, el joven se sentía incompleto. En 2014, le llegó la oportunidad de unirse a los bomberos voluntarios. Su camino entonces cambió para siempre. Se especializó como técnico médico en emergencias (EMS, por sus siglas en inglés) hace cinco años, y desde entonces trabaja en Weehawken, lugar que lo vio nacer y crecer.
Las llamadas no paran. Son una detrás de la otra
Antes de la pandemia, Alba trabajaba en jornadas de un promedio de 12 horas diarias, y volvía a su casa para encontrarse con su mamá, su papá y su hermano. Su vida era -dentro de sus parámetros- normal. "Me encanta la emoción que significa este trabajo", explica, y detalla: "Mis padres, sin embargo, son una bola de nervios cada vez que salgo para un turno; no es que no les guste, pero se ponen nerviosos. Creo que preferirían que hubiera elegido un camino más seguro".
En sus últimos cinco años, el joven asegura haber visto de todo, y que algunas de esas experiencias suelen quedarse en su cabeza por un tiempo. "Eventualmente logro sobrepasarlas", dice, pero hay una que todavía está ahí, intacta. "Lo recuerdo vívidamente. Llegamos a la casa de una familia donde estaba el paciente que teníamos que reanimar, y su mujer se negaba a dejar la habitación", recuerda. Esa postal que ha quedado marcada en su memoria es solo una pequeña cuota de lo que le toca vivir a diario con la pandemia del coronavirus.
Semanas atrás, una llamada al 911 de un paciente con dificultades respiratorias hubiera sido sinónimo de correr a asistir sin pensarlo. Hoy, la amenaza del Covid-19 ha cambiado el modo en el que se trabaja. Toda necesidad de auxilio que pueda llegar a ser un posible caso de coronavirus significa que los especialistas deban enfundarse en trajes de protección antes de salir. Además, según cuenta Alba, la tendencia es evitar hacer traslados a hospitales a menos que sea absolutamente necesario porque todos se encuentran con su capacidad máxima o sobrepasada.
"Las llamadas no paran. Son una detrás de la otra", dice, y larga el aire en señal de resignación. "En los últimos 25 días tuve más llamadas para reanimar gente que en mis cinco años como EMS", subraya. En medio de nuestra charla, unas alarmas empiezan a sonar. "Perdón, una llamada acaba de entrar", dice. Atrás suyo suena una orquesta de movimientos apresurados, sonidos que él asume como su nueva normalidad.
Nada se compara con lo que estamos viviendo hoy
Por primera vez, su tono de voz cambia. Se percibe la angustia y el cansancio en cada suspiro. "Nada se compara con lo que estamos viviendo hoy; esta semana por primera vez me cayó todo el estrés que tenía acumulado", dice, y confiesa que hace 25 días que trabaja sin parar en jornadas de más de 17 horas consecutivas.
El temor a ser responsable de un eventual contagio a su familia hizo que el joven pasara todo este tiempo viviendo en el escuadrón de Weehawken. Agotado, las últimas noches de la última semana finalmente frenó y se fue a dormir a la casa de un amigo para darle un respiro a esta situación que el coronavirus genera.
Dos conocidos muertos. Colegas enfermos. El panorama realmente es desolador. Consume energías y, si bien los índices de contagio y de fatalidades demuestran una tendencia a la baja, el caudal de trabajo no se ha detenido.
"En una jornada se atienden en promedio unas doce llamadas de emergencia, en su mayoría casos o posibles casos de coronavirus. Esto significa que cada vez que salimos debemos preparanos con equipo de protección personal, y a cada regreso debemos descontaminar con muchísimo cuidado la ambulancia que utilizamos", explica Alba. "Y así se repite todo el día", detalla. No hay mucho tiempo para procesar emociones de ningún tipo.
Al ser consulado por quienes todavía continúan por minimizar los efectos del coronavirus, Alba demuestra su dolor. "Cuando escucho esa gente, realmente me enojo. Todo lo que tiene que hacer la sociedad es quedarse en casa para evitar la propagación del virus. Y hay personas a las que eso les parece demasiado; sólo quieren salir afuera y poner gente en riesgo", sostuvo.
"Son personas ignorantes a las que no se les mete la idea de peligro en la cabeza; en el último mes vi más paros cardiorrespiratorio que en cinco años de carrera", asegura. La alarma vuelve a sonar, y esta vez no lo puede evitar: tiene que trabajar. Cortamos la conversación. Gabriel Alba sale a salvar vidas.
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