Mykolaiv, entre el temor y la reconstrucción: la ciudad ucraniana que se prepara para convivir con la guerra
A apenas 60 kilómetros de Kherson, ocupada por los rusos hasta noviembre, la localidad fue el epicentro de combates durante meses; ahora, todavía en alerta, los pocos habitantes que quedan ya piensan en la reconstrucción
MYKOLAIV.– El cielo estrellado de Mykolaiv es un espectáculo: brillante, con todas sus constelaciones bien visibles, como si uno estuviera en medio del campo. Y es lógico. Después del atardecer, esta estratégica ciudad del sur de Ucrania, que desde hace casi un año es blanco de ataques casi diarios de las fuerzas rusas, se hunde en una oscuridad impresionante.
Se trata de uno de los tantos efectos colaterales de la guerra, que en casi un año transformó dramáticamente la realidad de una ciudad que antes del 24 de febrero pasado era pujante. Tenía medio millón de habitantes, un puerto fluvial con salida al Mar Negro con gran actividad comercial, astilleros y una industria naviera de renombre.
Un año después, nadie sabe exactamente cuánta gente vive en Mykolaiv, de donde se estima que se fueron al menos 250.000 personas, aunque llegaron algunos refugiados de zonas vecinas destruidas desde aire y tierra por los enemigos rusos.
Aunque en Mykolaiv sintieron alivio cuando los rusos se retiraron de Kherson, ciudad ocupada durante ocho meses, que queda a apenas 60 kilómetros, porque dejó de ser la línea del frente del sur, la vida sigue siendo muy dura. Y Mykolaiv –donde habíamos estado a principios de marzo y en mayo pasados–, sigue estando años luz de cualquier tipo de “normalidad”. A pesar de que los pocos ciudadanos sueñan y piensan en la reconstrucción, al mismo tiempo siguen asustados porque los rusos pueden volver en cualquier momento y están aprendiendo a convivir con la realidad de la guerra. Una guerra que nadie cree que pueda terminar pronto.
Ahora sirenas 🚨 en #Mykolaiv #UkraineUnderAttack 10 am 17-2-23 pic.twitter.com/eCX7Bot9dG
— Elisabetta Piqué (@bettapique) February 17, 2023
Fiel reflejo de esto, desde hace dos meses se inauguraron aquí modernas paradas de colectivo tipo búnker. Construcciones de cemento armado de color gris y amarillo, adyacentes a las paradas normales, con techo y nada más, donde, si suenan las sirenas que advierten de ataques –como sigue ocurriendo–, quienes están cerca pueden salvar sus vidas.
La gente ya aprendió que tiene que correr a estos pequeños bloques rectangulares que pueden representar la diferencia entra la vida y la muerte. Allí, al entrar, enseguida se prenden automáticamente unas luces, se ven asientos donde sentarse y un monitor en una pared muestra incluso qué está pasando afuera. “Mykolaiv resiste”, puede leerse en la pared del refugio, que refleja que la ciudad sigue en alerta. Los rusos pueden volver a atacar en cualquier momento, porque están a distancia de tiro, a 60 kilómetros, del otro lado del río Dniper.
Aunque ostenta un poco más de “vida” que meses atrás -se ven algunos restaurantes nuevos-, y accesible solamente después de sortear puntos de control militares, Mykolaiv sigue siendo una ciudad desolada, marcada por trincheras con bolsas de arena y barras de cemento o metal. La mayoría de sus negocios están cerrados o tapiados con tablas de madera, como si estuvieran esperando un huracán.
En busca de agua y comida
En imágenes ya vistas en mayo pasado, a las 7.30 de la mañana, pese a que el termómetro marca bajo cero, centenares de personas hacen fila frente a un centro municipal, con bolsas y carritos en mano. La mayoría son personas mayores que nunca se fueron o que llegaron aquí tras verse obligados a dejar sus casas de poblados cercanos, castigadas en terribles batallas entre militares ucranianos y rusos. Son personas con rostros castigados, preocupados, que, sin quejarse, hacen fila para buscar lo necesario para sobrevivir.
“Este es sólo uno de los cuatro centros municipales de la ciudad. Todos los días entregamos 3000 pedazos de pan, en todo este período; entregamos 1500 toneladas de arroz y más de 2000 toneladas de harina”, explica Vassil, uno de los funcionarios a cargo.
Ellos no son los únicos que reparten ayuda. Muchos organismos humanitarios lo hacen en Mykolaiv, porque es evidente la necesidad de quienes se quedaron, muchos sin trabajo.
En la avenida principal, semivacía y con persianas cerradas o tapiadas, puede verse un enorme autobús de la organización Central Kitchen, que reparte raciones. El ruido de los generadores es moneda corriente por las calles, donde también, como ocurría en mayo, se ven personas con bidones y carritos en busca de los camiones cisterna o autobuses que, en determinados horarios, reparten agua potable.
Reconstrucción
La ciudad no solo sufrió terribles daños en su infraestructura vital, por lo que la electricidad y el agua en muchos barrios siguen siendo una quimera. Más allá del edificio de la gobernación regional, que en un ataque a fin de marzo en el que murieron más de 34 personas, quedó partido en dos, en el corazón de la ciudad, en Mykolaiv, epicentro de combates durante casi un año, fueron bombardeados al menos cuatro hospitales, dos universidades y centenares de edificios residenciales. Las autoridades ya calcularon que reconstruir, reparar estos daños, costará 852 millones de euros, de los cuales casi la mitad servirán para nuevas viviendas.
“Ya hay un proyecto, un boceto, para la reconstrucción de esta universidad, que esperamos que pueda volver a funcionar en septiembre próximo”, dice Mikhail Mikjalovich, director del Politécnico de Mykolaiv, edificio neoclásico imponente, también arrasado. “Estudiaban aquí 700 alumnos, que ahora solo pueden hacerlo en forma remota”, cuenta este hombre de 41 años, mientras muestra los destrozos. En el patio interno del instituto, entre árboles secos y pasto quemado, se ven cúmulos de ruinas, un agujero enorme en un edificio de cuatro pisos, otro bloque del campus, carbonizado, vidrios rotos, restos de sillas y de bancos.
¿Cómo es la situación ahora en Mykolaiv? “Desde noviembre, cuando se fueron los rusos de Kherson, es mejor, más calma… Pero tuvimos momentos muy duros”, admite Mikhail, que cuenta que justamente porque los rusos ya no bombardean a diario desde allí, volvieron su mujer y sus dos hijos, que estuvieron cinco meses instalados en Bosnia.
Mikhail, que se entusiasma cuando habla de los proyectos de reconstrucción de su universidad –que ahora luce pasillos oscuros, vacíos, gélidos–, ríe cuando uno le pregunta cuándo terminará esta guerra. “Habrá paz cuando alcanzaremos la victoria”, contesta, escéptico. Justo se oyen a lo lejos unos estruendos, que, según él, son ejercicios militares. Minutos después, sin embargo, comienza a ulular una sirena antiaérea. Por la calle, semivacía, pocos se inmutan.
En el bar de una estación de servicio, Natalia tampoco se altera. Pese al miedo, las alertas, las bombas que cayeron y podrían volver a llover desde el cielo, Natalia asegura que nunca se fue ni pensó en irse de Mykolaiv. “Amo mi ciudad, amo mi país, amo Ucrania. Mi país es muy lindo y es muy fuerte”, dice, hablando en inglés.
Tampoco ella sabe cuándo terminará esta locura. “Pero todo el mundo en mi país –asegura– quiere paz, no quiere más guerra”.