Myanmar: de la “democracia disciplinada” a una espiral de represión y sangre
Aung San Suu Kyi permanece detenida mientras que en las calles cientos de personas han muerto en protestas y otras han sido encarceladas o desplazadas forzosamente; el país asiático no da atisbos de una vuelta a la vía republicana
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PEKÍN.- Los militares birmanos están aplicados desde el 1° de febrero en el libreto golpista más ortodoxo: disolución del Parlamento, encarcelamiento de rivales políticos, prohibición de prensa libre y aplastamiento de las protestas. No se recuerda en los últimos años un amontonamiento de cadáveres similar, más de 500 en dos meses, ni más ominoso, con una cuarentena de niños o un pantagruélico banquete en el Día de las Fuerzas Armadas tras una jornada con más de un centenar de muertos.
El regreso de Myanmar a su normalidad dictatorial se gestó en la indigestión de los resultados de las elecciones de noviembre. La Liga Nacional por la Democracia (LND), liderada por Aung San Suu Kyi, avasalló con el 83% de los votos y al Partido por el Desarrollo y la Unión Solidaria, apadrinado por los militares, le quedaron apenas 33 de los 476 asientos parlamentarios. Siguieron denuncias de fraude, exigencias de nuevos comicios limpios y, finalmente, la asonada que subrayó los renglones torcidos con los que se había escrito la transición democrática.
La Junta militar se echó a un lado tras medio siglo tras aprobar en 2008 una constitución con múltiples servidumbres: un 25 % de los escaños parlamentarios, autonomía respecto al poder civil y los ministerios de Defensa, Interior y Fronteras. La convivencia entre Aung San Suu Kyi y sus antiguos carceleros fue más armoniosa de lo de lo esperado e incluyó la negación de la Premio Nobel de la Paz en la Corte Internacional de la Haya de las atrocidades cometidas por los militares contra la etnia musulmana rohingya.
La envidiable situación del Tatmadaw o ejército birmano en la “democracia disciplinada” convierte en un misterio la asonada. Son inmensamente ricos gracias a sus conglomerados monopolísticos y el 75 % de votos exigidos para reformar la constitución los blinda de contingencias. “Aung San Suu Kyi ha bailado al son de los militares durante toda la transición, no era necesario que estos estuvieran en el gobierno. Están de acuerdo en las cuestiones básicas como la identidad nacional o la centralización del estado y también comparten la concepción neoliberal de la economía. Pero ella pretendía que los militares se sometieran al poder civil”, señala Carlos Sardiña, periodista especializado en Myanmar y autor del libro “El laberinto birmano”.
La hipótesis más verosímil apunta al ego herido por una humillante derrota electoral que, además, arruinó la “vía tailandesa”. En el país vecino, los militares organizaron y ganaron unos comicios tras un golpe de estado apelando a la estabilidad social. Pero Tailandia carece de una figura tan aglutinadora como Aung San Suu Kyi, epítome democrático e hija del artífice de la liberación del imperio británico. Sus relaciones con la cúpula militar no pasaban por los mejores días.
Es sabida la falta de química entre el general Min Aung Hlaing y “La Dama”, que en el último año no convocó el Consejo de Seguridad Nacional que reúne a ambos poderes. No es descartable que los militares priorizaran el escarmiento a la insolente sobre su comodidad. La lideresa asiste desde su arresto domiciliario al encadenamiento de cargos, algunos tan delirantes como violar la Ley de Importaciones con los walkie talkies de sus guardaespaldas.
“Min Aung Hlaing está loco, es un enfermo del poder. Tenía que jubilarse este año y quiso negociar una prórroga de cinco años”, recuerda Soe Aung, un acreditado activista que participó en las históricas protestas de 1988 e integró el gobierno en el exilio durante la Revuelta Azafrán. “Aung San Suu Kyi quiso convencer a los militares por medios flexibles para cambiar la constitución. Por eso les defendió en el asunto rohingya. Pero se dio cuenta tras las elecciones que era imposible, clausuró las negociaciones y rechazó los cinco años que exigía el general”, añade.
La crisis amenaza con reventar las frágiles costuras del país. Una tercera parte de su territorio está controlado por guerrillas étnicas que acumulan décadas de sangrientos enfrentamientos con el Ejército. Una decena de ellas firmaron en 2015 con el gobierno civil un alto el fuego que ahora parece papel mojado. Un Ejército Federal con todos los grupos armados se plantea como la única opción de victoria pero el agotamiento, los intereses divergentes y la desconfianza lo convierten en improbable.
Al movimiento civil desarmado no le queda más alternativa que exponerse diariamente al martirio ante soldados que, tras la timidez de las primeras semanas, ya disparan a matar. Esta generación, recuerdan los analistas, ha probado la democracia y la defenderá con más ahínco que las anteriores. Pero cabe preguntarse cuántas masacres más soportarán.
“Los manifestantes más persistentes son obreros de barriadas de Rangún, trabajadores del textil, estibadores… Son tipos duros sin nada que perder. No tienen una percepción de derrota. Aunque están muriendo muchos, han conseguido detener el país. La Junta no controla el puerto, ni el sistema bancario…” afirma Sardiña.
No desfallece el pueblo ni el Ejército y los 500 muertos impiden ya el enjuague de la vieja “democracia disciplinada”. “Ni siquiera Aung San Suu Kyi podría convencernos de eso, se han cruzado demasiadas líneas rojas”, adelanta Soe Aung. No se intuyen indicios optimistas en un país acostumbrado a pagar con océanos de sangre su lucha democrática.
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