Muy lejos de las tentaciones políticas
WASHINGTON.– La forma en que recuerda dice mucho de un país y de una sociedad.
Ayer, los norteamericanos y sus dirigentes escribieron una contundente carta acerca del futuro que desean como país, que evoca su peor drama colectivo con un sentido de unidad pocas veces visto y escasamente alentado en los gobiernos de estos días.
Acompañados por sus mujeres, uniformados por el luto de la vestimenta elegida, el presidente Barack Obama y su predecesor, George W. Bush, estuvieron juntos, codo a codo, en la ceremonia central que, en Nueva York, evocó la tragedia del ataque terrorista.
Protegidos por un transparente escudo antibalas, los dos estuvieron uno al lado del otro en la inmensidad del vacío dejado por la matanza. No cometieron ni un solo error en ese momento solemne.
Bush, castigado por la historia de lo que vino después, tuvo el coraje de estar presente; Obama, la virtud de darle un sitio central para recordar la hora más difícil.
La primera sorpresa fue la belleza de la solemnidad y el reconocimiento hacia los familiares de quienes perdieron a sus seres queridos. Ellos y quienes ya no están eran, después de todo, el motivo central.
La segunda, el hecho de que, a diferencia de Obama, fue Bush el que fue aplaudido no en una, sino en dos ocasiones durante la masiva ceremonia. Obama, en cambio, no tuvo nada.
Dice mucho del líder demócrata la expresión impasible con que oyó los aplausos para el otro. Dicen mucho, también, esos aplausos, de un lazo no siempre tan evidente entre esta sociedad y aquel ex presidente al que le tocó gobernarla en su hora más difícil.
Las mujeres, más acostumbradas a poner corazón en el luto, tampoco se equivocaron a la hora de hacer valer su condición. En medio de la solemnidad, Michelle Obama consoló las lágrimas de Laura Bush con la naturalidad de la compasión; muy por arriba de las murallas que existen entre un extremo y otro de la década signada por sus maridos.
Los medios locales subrayaron enseguida el mensaje no escrito de esa imagen. "El escenario era llamativo", sostuvo The New York Times en su página web.
"El presidente que pasó años cazando a Osama ben Laden junto al que finalmente lo cazó. El presidente definido por su respuesta al 11-S junto al que ha tratado de llevar a Estados Unidos más allá del persistente y complicado legado de aquel día", añadió el diario.
Fue la primera vez que ambos presidentes acudieron juntos al llamado Ground Zero. En mayo, Bush había declinado la invitación de Obama de acompañarlo a este símbolo del 11-S cuando ofreció allí un homenaje a las víctimas luego de anunciar la muerte de Ben Laden a manos de un comando norteamericano en Paquistán.
No hubo muchas palabras, pero las que se dijeron apelaron nuevamente a la historia. Bush leyó una carta del ex presidente y unificador del país, Abraham Lincoln, en la que da consuelo a una madre por la pérdida de sus hijos en guerra.
"No sabían que habían despertado a un león, hasta entonces, dormido", dijo, en tanto, el vicepresidente Joe Biden en el homenaje en el Pentágono, al evocar la profética frase del almirante japonés que ideó el ataque a Pearl Harbor, hace seis décadas.
No cayó, en tanto, Obama, en la tentación de usar esa ceremonia central para que el mensaje de unidad redituara a favor de la hora difícil de su gobierno, incapaz, hasta ahora, para sacar al país de la crisis económica.
Ni la eliminación del responsable de los ataques del 11 de Septiembre, ni la guerra de una década en Afganistán para expulsar a los talibanes y derrotar a Al-Qaeda desempeñaron un papel central en la intervención de Obama, aunque se refirió a ellos para lanzar un mensaje de optimismo de cara al futuro.
"Estados Unidos está más fuerte y Al-Qaeda está camino de la derrota", dijo Obama. Enérgicas palabras de un presidente bajo presión. Y añadió: "Al-Qaeda nos quiso aterrorizar, pero como norteamericanos nos negamos a vivir bajo el miedo". Frases que los norteamericanos adoran escuchar.
Hubiese sido tentador para Obama utilizar el luto y el patriotismo de estos días para mejorar su imagen. Pero no lo hizo.
No era un día para eso. Era una oportunidad para reflexionar sobre la década que cambió a los Estados Unidos y sobre las dos largas guerras que mantiene abiertas y a las que necesita pasar página.
Un día para serenar los ánimos ante la amenaza permanente en la que vive y de cara a un futuro que ya pone en tela de juicio su anterior papel de potencia hegemónica.
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