Música católica, caipirinhas y playa: cómo fue la noche de los peregrinos en Brasil
Con una intensa agenda diurna y horarios de llegada a cumplir, la mayoría de los jóvenes que viajaron a Río de Janeiro para ver al Papa elegían planes nocturnos tranquilos
RIO DE JANEIRO.- El clima de viaje de egresados que se respiró en esta ciudad durante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) -que reunió a unos 3 millones de sub-35, en su mayoría entre 18 y 25 años- cedía por las noches.
Durante el día, entre el lunes pasado y ayer, las calles de Río de Janeiro estuvieron copadas por las mochilas verdes, amarillas y azules que identificaban a los peregrinos. Los jóvenes caminaban en medio de la calle, en filas, de la mano y guiados por un coordinador, mientras hacían bromas con quienquiera que se toparan por la calle. Intercambiaban canciones, estampitas, banderas y gritos de aliento y nacionalismo. Era un revival del viaje de egresados para aquellos mayores a los 17 años y un anticipo para los adolescentes.
Por la noche, en cambio, bajaba la temperatura de la fiebre adolescente. La mayoría de los jóvenes organizaban planes nocturnos más tranquilos que las maratones por boliches o bares, típicos de un viaje de egresados. Reuniones en las casas de familia, bailes en la playa durante los festivales organizados por la JMJ o una cena tranquila eran las opciones más elegidas por los jóvenes, presionados por los horarios de llegada impuestos por las sedes que los hospedaban.
Canciones religiosas en la playa
Conscientes del rango etario de su público, los organizadores de la JMJ distribuyeron escenarios a lo largo de toda ciudad y enviaron allí a bandas y cantantes católicos locales e internaciones para que interpretaran animadas canciones –con ritmo de samba hasta electrónica- con contenido religioso durante todo el día.
"No hay que beber nada ni fumar nada para ser felices", se escuchaba predicar a los artistas. El escenario preferido era el principal, en la playa de Copacabana, punto de encuentro de los jóvenes desde la mañana hasta la medianoche. Entre los artistas argentinos que pasaron figuran Daniel Poli, Athenas, Kiki Troia y Diego Fernandes.
La música brasileña y la caribeña, acompañados por el sonido de las olas contra la orilla, era la preferida para los amantes del baile, entre ellos monjas, frailes, coordinadores y, claro, los más jóvenes, que armaban improvisadas coreografías sobre la arena.
Fray Fernando Henrique, de 28 años, rodeado de un grupo de jóvenes con los que vino a participar de la JMJ, contó a LA NACION que se siente contento de haber encontrado un lugar con "show donde se puede bailar y expresar alegría con música católica". También el Fray Vitor Hugo, de 25 años, que estudia Teología en Italia pero decidió seguir al Papa hasta Río, su tierra natal, iba todas las noches a Copacabana a bailar un poco de música local.
"Venimos acá o nos quedamos charlando con las familias que nos hospedan", expresó, sin tanto baile carioca como los frailes, la mendocina Agostina Scalia. "Por las noches recorremos un poco porque hay mucha seguridad", agregó.
Para otros, la fiesta en la playa es sólo el comienzo de una noche larga. "A la noche salimos por Lapa, Copacabana, Ciudad de Samba y tomamos caipirinhas. Para nosotras, la Jornada es de un día entero", expresaron Marceli Machado y Mariana Coelho, ambas brasileñas de 18 años.
Otros, en cambio, preferían el día, y hacían la sobremesa del almuerzo con caipirinhas en la playa, mientras en los parlantes sonaba un fenómeno de la noche de los católicos en Rio: música electrónica con letra religiosa, conocido como Cristoteca. Las caipis más vendidas: de frutilla o mixtas para los brasileños, limón para los argentinos, comentó un vendedor ambulante, quien cobraba cinco reales por un vaso pequeño, tipo shot, y diez reales por uno más grande.
Horarios
"No nos dejan salir; tenemos que volver a las 22", indicó por su parte María Villanova, de 17 años, que llegó a Río con un gran grupo del colegio Holly Cross, de San Isidro. Su grupo tenía una ubicación privilegiada: Copacabana, donde se quedaron en casas de familia. Por eso, podían quedarse hasta último minuto dando vueltas por la concurrida zona, escuchando música e interactuando con peregrinos de otros países. "Hacemos competencias en la calle a ver quién canta más fuerte", contó.
"Una noche fuimos al Cristo Redentor, otra, a tomar algo a Ipanema; y varias veces vinimos acá", señaló desde la playa de Copacabana María Paz Berruti, una uruguaya de 30 años. "A bailar no vamos porque venimos con chicos del colegio", explicó, sobre otra de las limitaciones a la hora de armar planes nocturnos, y agregó que en el colegio donde se quedaban cerraban a las 12.
Los límites de horario no implicaban para todos irse a dormir temprano. Algunos aprovechaban y organizaban actividades en conjunto con los brasileños que los alojaban.
"Nos recibieron con sopa, caipirinha y música de Brasil. Nos enseñaron a bailar forró [un baile en pareja más movido que la lambada]", dijo la venezolana Desiree Figueredo, de 23 años, quien fue acogida junto a otras 31 personas en una gran casa en el barrio Duque de Caxias.
Toda la noche
Aunque, se sabe, no hay que generalizar. También existían los jóvenes, especialmente los brasileños, que preferían dormir cuatro horas por día y conocer la noche carioca.
Con sus mochilas de la JMJ al hombro, pero vestidos para la ocasión, Larissa Castro, Tony y Vanessa Moursa y otros amigos de entre 20 y 26 años, recorrieron la ciudad de noche. Un día eligieron compartir unas cervezas en un bar de playa sobre Copacabana, otro, ir a alguno de los boliches de la zona céntrica de Lapa, y así iban rotando de barrio en barrio.
En Lapa también, donde se concentran muchos bares y boliches, salió por primera vez el pasado viernes un grupo cosmopolita de ocho jóvenes que rondan los 20 años. La entrada a ese Bar da Boa costaba de 30 y 40 reales, para mujeres y hombres respectivamente, con caipirinhas libres hasta la medianoche.
"Es la primera noche que salimos. No vamos a dormir esta noche", contaron los franceses Margo y Batista, ante el obstáculo de que el colegio donde se quedaban ya estaba cerrado. Ellos dos, junto a dos belgas, un brasileño y un alemán parecían disfrutar la música electrónica comercial con que los recibió el local. Por primera vez en la semana, escuchaban un tema que no mencionaba a Cristo.