Murió Philip Johnson, arquitecto que dejó su sello en los EE.UU.
Consideraba los edificios obras de arte
NUEVA YORK.- Philip Johnson, el anciano visionario y niño terrible de la arquitectura norteamericana, murió el martes pasado, a los 98 años, en Glass House, la célebre residencia que había construido para sí en Connecticut.
Considerado a menudo el decano de los arquitectos norteamericanos, Johnson no era tan conocido por sus construcciones individuales como por su imponente presencia en la escena arquitectónica, en la que fue padrino de la amalgama, un juez severo y hasta molesto, académico, patrocinador, crítico, curador e incentivador.
En julio de 1996, cuando cumplió 90 años, en su honor se publicaron numerosos ensayos y se realizaron simposios, conferencias y cenas consecutivas en dos venerables instituciones de Nueva York en cuya creación intervino de modo trascendente: el Museo de Arte Moderno, a cuyo departamento de arquitectura y diseño se había incorporado en 1930, y el restaurante Four Seasons, al que diseñó como parte del edificio Seagram en 1958.
Johnson fue el primer ganador del Premio Pritzker, dotado con 100.000 dólares e instituido en 1979 por la familia Pritzker de Chicago para honrar a un arquitecto de prestigio internacional. Su larga carrera fue una materia de contradicciones. Aun con tantos honores que recibió, en cierta forma Johnson fue en su profesión alguien de afuera. Su propia arquitectura recibía críticas tanto favorables como desfavorables y habitualmente asombraba a la opinión pública y a sus colegas. El estilo de su obra cambiaba con frecuencia y a menudo se lo acusó de condescender a la moda y diseñar edificios que eran frívolos y superficiales.
Sin embargo, diseñó varios de ellos, incluyendo la Glass House, el jardín de esculturas del Museo de Arte Moderno, y el Museo de Arte Precolombino de Dumbarton Oaks, en Washington, a los que muchos consideran entre las obras maestras de la arquitectura del siglo XX. Y durante toda su carrera se adentró en la teoría arquitectónica y concibió ideas tan profundas como las de un erudito.
Como arquitecto dejó estampado su sello ligado a la importancia del aspecto estético de la arquitectura, y sostenía que sólo le interesaban los edificios como obras de arte. Sin embargo, tenía tanta avidez por construir que con gusto aceptaba encargos de inversores inmobiliarios que no coincidían con sus criterios estéticos. Le gustaba definirse, con ironía, como una ramera.
* * *
Johnson comenzó su vida profesional como escritor, historiador y curador, y no ingresó en ninguna facultad de arquitectura hasta los 35 años.
Comenzó su carrera como ardiente defensor del modernismo, pero, en contraste con muchos de los partidarios de ese movimiento, cambió con el tiempo.
Hacia fines de los años 50, después de haber colaborado con Mies van der Rohe en el diseño del edificio Seagram sobre Park Avenue, introdujo elementos de la arquitectura clásica en sus construcciones, con lo que inició una larga búsqueda para encontrar la manera de conectar la arquitectura contemporánea con el diseño histórico. Fue una búsqueda que comenzaría con versiones muy abstractas de clasicismo en los años 60 y concluiría en un aprovechamiento mucho más literal de las formas arquitectónicas del pasado en sus renovados rascacielos de los 80. Ese tramo de la carrera de Johnson incluyó monumentos como el edificio AT&T, de granito rosado.
El tema constante de Johnson, inalterable en todas sus variaciones estilísticas, fue su creencia en la necesidad de considerar la arquitectura un arte, algo que lo apartó, en realidad, de los primeros modernistas, más orientados a los social, cuya causa alguna vez Johnson defendió fervientemente.
En un célebre discurso pronunciado en Harvard en 1954, expresó: "Que un edificio funcione no es suficiente".
Años más tarde, Johnson señaló ante una audiencia: "Aún tenemos una arquitectura monumental. Para mí, el impulso hacia la monumentalidad es tan innato como el deseo sexual o las ganas de comer, por más que lo denigremos". Pero concluyó diciendo: "Los monumentos difieren según las épocas. Cada una tiene los propios. Quizá lleguemos finalmente a interesarnos por la más importante, la más desafiante y seguramente la más gratificante de todas las creaciones arquitectónicas: construir ciudades para que la gente viva en ellas".
Traducción: Luis Hugo Pressenda
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