Este miércoles falleció a los 88 años quien fue el hombre más buscado de Perú en 1994; estuvo preso durante ocho años y quedó libre en 2001; ya no podía reembolsar los ahorros que le entregaron desde los años 80 hasta inicios de los 90
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Toparse con alguien que pudo hacerte perder tus ahorros en los años 90 no es sinónimo de buena suerte. Pero yo sí me sentí afortunada esa tarde de invierno en Lima en la que me encontré con Carlos Manrique, el hombre condenado por lo que los medios llamaron en su momento “la mayor estafa financiera en la historia de Perú”.
Manrique, quien falleció este miércoles a los 88 años, pasó a la clandestinidad y salió del país después de aquel fraude, convirtiéndose en 1994 en el peruano “más buscado”.
Las autoridades pidieron su captura a la Interpol y fue detenido saliendo de un banco en el acomodado barrio de Brickell, en Miami, en noviembre de aquel año, tras una operación policial llamada “Caribe”.
En 1995 fue extraditado a Perú, donde cumplió parte de una pena de ocho años de prisión por estafa y delitos financieros, y salió libre en 2001.
“¡Devuelve la plata!”
Mientras esperaba a que saliera del restaurante, un barrendero le gritó desde afuera “¡Carlitos, devuelve la plata!”, pese a que la gente sabía que ya no devolvería nada.
Ya no podía reembolsar los ahorros que le entregaron casi 250.000 peruanos desde los años 80 hasta inicios de los 90.
Manrique les pagaba altos intereses por sus depósitos a través de su empresa, el “Centro Latinoamericano de Asesoramiento Empresarial”, más conocido como CLAE.
Algunos clientes se beneficiaron de estas utilidades, aunque la informalidad de la compañía impidió que se supiera cuántos.
Pero sí sé que mi papá fue uno de ellos. Él me contó que pudo comprar una cocina y una refrigeradora para nuestra casa gracias a las rentas de CLAE, pero que sacó sus ahorros a tiempo porque ya había “rumores” de que algo saldría mal.
En cambio, según me dijo, mi abuelo materno perdió la plata que había depositado cuando las autoridades intervinieron y cerraron CLAE entre 1993 y 1994.
Mi abuelo fue solo una de las miles de personas que perdieron sus ahorros, y la gente todavía recuerda el desastre, así como se acordó el barrendero.
Manrique ignoró lo que este le había gritado.
Cuando salió del restaurante, casi una hora después, me acerqué a pedirle la entrevista. El exempresario, que en ese momento tenía 85 años, vestía una chaqueta y un pantalón azules y una camisa, y se le veía bastante lúcido, pero con las mejillas hundidas y los párpados caídos, como si estuviera somnoliento.
Me dio su número de teléfono, dijo que “con mucho gusto” aceptaba mi solicitud, pero no especificó para cuándo. A los pocos segundos se despidió y se subió a un taxi en medio del bullicioso tráfico del centro limeño.
La suerte de encontrármelo tardaría en dar resultados: me tomó más de cuatro meses conseguir que me diera una entrevista en persona.
Al final me concedió tres. En todas negó haber engañado a sus ahorristas.
I. PRIMERA REUNIÓN
“Cheverengue”
Minutos antes de la primera entrevista, lo llamé para decirle que estaba en camino a la panadería del centro de Lima en la que me había citado.
Pero me cambió el lugar de encuentro a una juguería cercana, como queriendo despistar a alguien, y me encontré con él a un par de cuadras del local señalado.
Mientras caminábamos, un hombre le gritó “¡Cheverengue!”, otra especie de broma sobre un episodio más bien trágico.
La palabra es un apodo que Arturo Álvarez, un imitador de Manrique, popularizó en los 90 cuando las autoridades peruanas estaban buscando al antiguo hombre de negocios.
El imitador interpretaba en la televisión a Manrique diciendo “cheverengue” para retratarlo como alguien que se reía de su “viveza” y que quería mostrar que todo estaba bien.
En un momento, las cosas sí habían funcionado bien. Al menos para Manrique, que ya era conocido en Perú desde antes de que lo condenaran por el fraude y de su caída en desgracia.
“Empresario del año”
Una vez apareció como entrevistado en “Gisela”, uno de los programas más sintonizados de la televisión peruana de los 90. Salió en algunas páginas de sociales; una asociación de turismo lo declaró dos veces “empresario del año”; la revista “Sucesos” lo nombró “personaje del año” en 1991; y la revista “Interamericana de Derecho Aéreo y Turismo” le dio un premio por su “destacada labor como empresario”.
Andaba con guardaespaldas y su matrimonio civil, en 1993, con Violeta Mori, una secretaria de CLAE, requirió la vigilancia de casi 30 policías y unos 50 agentes civiles.
En uno de sus interrogatorios declaró que ganaba unos US$15.000 mensuales como presidente de CLAE. Encabezó además el directorio de un banco peruano; viajó a una conferencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Hamburgo; y antes de que huyera del país, un partido llamado Movimiento Paz y Desarrollo lo propuso como candidato a la presidencia de Perú para las elecciones de 1995.
La exprimera dama Susana Higuchi decía “que si hubiera cuatro Carlos Manrique el Perú no tendría deuda externa”.
Pero según lo que me contó él, CLAE tuvo un origen bastante más alejado de la luz pública, casi precario.
“Ni para comprar un escritorio”
La vida anterior a CLAE de Carlos Remo Manrique Carreño también había sido discreta.
Nació en 1936 en Cusco, en la sierra sur de Perú. Estudió en escuelas públicas de su ciudad natal y de Lima, aprendió a tocar piano y acordeón, y se graduó como profesor de matemáticas en la universidad pública Enrique Guzmán y Valle, en la capital peruana.
A fines de los 50, Manrique y su mamá, Celia Carreño, abrieron en su casa una academia que ofrecía cursos de matemáticas y de música. Luego de unos años, el negocio evolucionó a un centro de asesoramiento de tesis.
“Comenzamos con un escritorio prestado, no teníamos plata ni para comprar uno”, me contó ya sentados en la juguería, en una mesa al lado de una pared, mientras él tomaba zumo de naranja en una copa grande. Yo había pedido agua y una tajada de pizza.
“Asesorábamos tesis universitarias de casi todas las especialidades. A veces surgían proyectos muy buenos, pero no tenían financiación para efectivizarlos. Ahí es que nosotros empezamos a recibir inversiones. Esto luego ya aumentó”.
Aumentó en el sentido de que Manrique ya no solo recibía financiación para los proyectos universitarios.
A inicios de los años 80 empezó a captar ahorros de la gente para supuestamente invertirlos en una red de empresas de CLAE y para que las presuntas ganancias le permitieran pagar intereses a los ahorristas.
O mejor dicho, a los “claeístas”, como se les llamaba a los clientes, de los que muchos eran empleados públicos jubilados y exoficiales de las Fuerzas Armadas que depositaron su liquidación o sus fondos de retiro en la empresa.
A veces, Manrique los atendía personalmente, a diferencia de los banqueros tradicionales, algo que la gente mayor valoraba.
“Era muy astuto”, opinó Janina León, jefa del Departamento de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), en un conversación telefónica. Pero obviamente el trato cercano no era lo único que Manrique les daba.
CLAE llegó a pagar intereses variables de hasta un 13% mensual o de hasta 100% anual, detallan El Comercio y otros medios en reportes de 1993.
“Los claeístas financiaron estudios, viajaron...”, me dijo Manrique sobre lo que hicieron algunas personas con las rentas que recibían de CLAE. Mi abuelo las usaba para cubrirse sus gastos personales.
Casi la mitad de la liquidez nacional
Así, el negocio parecía para algunos un milagro financiero. Sobre todo porque ocurría en medio de una de las peores crisis económicas peruanas.
En 1990, la inflación había alcanzado un promedio anual de 7481%. Luego había ido bajando, pero solo hasta 48% en 1993, año en que empezó el colapso de CLAE ante las autoridades.
Pero antes de caer, la empresa creció a niveles envidiables para cualquier banco. Llegó a mover el 40% de la liquidez del sistema financiero nacional, le dijo Luis Pflucker Moreno, exmiembro de la junta liquidadora de CLAE y coautor del libro “Anatomía de una estafa”, a El Comercio.
A inicios de los 90, la empresa manejaba más de US$200 millones anuales en ahorros.
Cuando las autoridades la cerraron, debía mantener más del triple —unos US$619 millones— en depósitos de sus clientes, según cálculos de la junta liquidadora. La clausura ocurrió en lo que parecía su mejor época.
Pero la empresa era notoria no solo por la cantidad de dinero que recibía, sino también por las actividades que organizaba: entregaba becas de estudio, tenía un club con piscina y restaurante llamado CLAE Club; sorteó al menos una camioneta y dos apartamentos, organizó excursiones hacia la sierra de Lima bajo el nombre de “Caravana de la alegría”; convocó a un concurso nacional de creatividad empresarial, y hasta anunció el lanzamiento de una aerolínea, que iba a llamarse Aeroclae.
Por supuesto, este proyecto nunca despegó.
Aparentes ventajas
Pero en la época en la que CLAE solo parecía alzar el vuelo, los bancos, que ofrecían entre 3% y 5% de interés, no podían competir con las utilidades de la empresa de Manrique.
Casi la mitad de los peruanos (47%) decía, según una encuesta difundida por El Comercio en la época, que hubiera preferido depositar su dinero en CLAE, frente a un 39% que hubiera elegido un banco.
Este éxito de CLAE mostraba que el sistema financiero formal había dejado un vacío del que empresarios como Manrique podían aprovecharse.
“Antes se asumía que las personas no ahorraban porque eran pobres. Pero CLAE evidenció que había gente que sí tenía ahorros, pero debajo del colchón o de otras formas, por la desconfianza hacia los bancos, y que necesitaba ganar rentabilidad con el dinero que guardaba”, me explicó Janina León, de la PUCP.
Pero las aparentes ventajas de CLAE ocultaban un riesgo simple: perderlo todo.
“Banca paralela”
Los clientes y los medios identificaban a la empresa como una modalidad de “banca paralela” o “banca informal”.
A diferencia de los bancos tradicionales, CLAE no tenía encaje (el fondo que garantiza los ahorros de los clientes) y ningún tipo de regulación que verificara el origen o que asegurara los depósitos en caso de que algo saliera mal.
CLAE no era la única financiera de este tipo en esa época, pero sí la más grande y la más conocida y, ahora, la más recordada. Pero no había leyes que permitieran controlarlas o intervenirlas.
La Superintendencia de Banca y Seguros (SBS), la entidad que regula el sector financiero en Perú, “tendría que haber estado con un pie adelante, tendría que haberse dado cuenta de lo que estaba pasando”, me comentó León, de la PUCP, por teléfono.
Durante una de mis entrevista en una sala de reuniones de la SBS en Lima, Carlos Cueva, jefe de Asuntos Contenciosos de esta entidad, reconoció que el organismo “no tenía herramientas directas e inmediatas para actuar”.
Recién contó con ellas a partir de 1991. Ese año, el gobierno promulgó una norma para que la SBS pudiera por fin regular a estas empresas, siempre y cuando se formalizaran.
CLAE empezó el proceso para integrarse al sistema financiero formal. Pero para lograrlo, Manrique debía demostrar primero las inversiones de su negocio y que las cuentas estuvieran en orden.
Inversiones sin demostrar
Sin poder comer mi pizza, para no interrumpir la conversación, le pregunté a Manrique en qué invertía CLAE.
“Tuvimos una tienda en Santiago de Chile, para exportar textiles. En Brasil fabricábamos también, de forma pequeña, aparatos de gimnasia. En EE.UU., teníamos una tienda en Fort Lauderdale, para exportar artesanía de Perú y comenzamos a industrializar la cochinilla. Exportábamos el tinte y el polvo a EE.UU.”, me contó.
Manrique dijo también que CLAE importaba productos de EE.UU. como máquinas para imprimir fotos en textiles y en cerámica, y que fabricaba un aparato para supuestamente aumentar la estatura llamado Stature Mas.
El grupo de CLAE estaba formado por hasta 89 empresas, según un fiscal de la época.
Pero Manrique nunca pudo demostrar que su larga lista de inversiones tuvieran ganancias. Es decir, nunca pudo explicar qué hacía con los ahorros de los claeístas. Por lo tanto, su compañía nunca logró formalizarse.
“Nunca pudo concluir el proceso satisfactoriamente porque era una empresa que no tenía información fidedigna. No podía explicar bien qué hacía con el dinero, no tenía una documentación fiable”, me explicó Carlos Cueva, de la SBS.
Sin embargo, Manrique culpa a las autoridades del fracaso de CLAE.
“Nunca hubo una sola queja”
—No se vio una disposición para que formalicemos. Parece que ya había una intención de que la empresa liquide —me aseguró el exfinancista.
—¿Por qué no veía disposición?
—Porque no hubo posibilidad de trasladar las operaciones de CLAE a otras empresas financieras (que habíamos comprado). Más bien ya había aversión contra nuestras empresas, lo que se visualizó el día que intervienen CLAE. Hasta que se intervino la empresa nunca hubo una sola queja, siempre cumplimos, porque creo que llevo ese afán de trabajo que tiene todo peruano.
“Esquema Ponzi”
Pero el argumento de Manrique, de que CLAE no recibía quejas —o al menos que no se hicieran públicas— no demostraba nada.
Más bien al contrario, el aparente cumplimiento era una característica típica del sistema que, según las autoridades, Manrique había montado: una “pirámide” financiera o un esquema Ponzi, llamado así en todo el mundo en honor al italiano Carlo Ponzi, que se volvió un estafador famoso en EE.UU.
En 1919, Ponzi comenzó a recibir dinero de gente en Boston para invertirlo en cupones de correspondencia internacional, con la promesa de que él los vendería más caros y de que pagaría a sus inversionistas una rentabilidad del 50% después de 45 días.
Pero no vendía nada y usaba el dinero de sus clientes nuevos para pagar los intereses de los más antiguos. Desde entonces, los estafadores replican la jugada en el mundo entero, en un esquema bastante conocido. Captan dinero del público para supuestamente invertirlo en una actividad económica—cualquiera—, pero nunca lo invierten y solo usan los recursos que van llegando para entregar las utilidades prometidas a los primeros clientes.
“O sea, es un carrusel”, me dijo Carlos Cueva, de la SBS. Le das vuelta al mismo dinero y el esquema sigue funcionando mientras llegan más ahorristas.
Así como el apellido de Ponzi quedó asociado para siempre a este tipo de estafa, en Perú CLAE quedó como el nombre para referirse a ciertos negocios fraudulentos que aparecen de vez en cuando.
“¿Es un CLAE?”, pregunta a veces la gente a la SBS cuando encuentran alguna empresa que les pide inversiones a cambio de una rentabilidad sospechosa, más alta y más rápida que el promedio.
Si en los 90 las autoridades no hubieran actuado, CLAE hubiera dejado de captar clientes en algún momento y hubiera colapsado por sí misma, pero tal vez con aún más afectados.
Clausura
Así que las autoridades intervinieron las oficinas de CLAE en Lima y otras ciudades el 29 de abril de 1993, “día fatídico para mucha gente”, me dijo Carlos Cueva. En la operación encontraron alrededor de US$36 millones en efectivo en sus inmuebles.
“En la intervención le echaron candado a las rejas de los locales de CLAE, estacionaron a la Policía al frente, provocando con ello un pánico financiero. Todo Lima, me imagino que otras ciudades también, dijo ‘en cuanto reabran CLAE, tengo que ir a sacar (mi dinero)’. Ahí ya prácticamente decretaron la muerte de CLAE”, recordó Manrique.
Además, negó varias veces que su negocio hubiera sido una pirámide.
Sin embargo, lejos de crear “pánico financiero”, la intervención simplemente dejó al descubierto la “realidad”, me dijo después Carlos Cueva, de la SBS.
Luego de pagar la cuenta, Manrique se despidió pues al día siguiente debía someterse a una cirugía menor en el sistema digestivo.
Un par de días después fui a visitarlo al hospital y, convaleciente pero lúcido, continuó hablando de la intervención de CLAE.
II. SEGUNDA REUNIÓN
“Están tomando CLAE”
“Cuando dieron el golpe contra CLAE, mi jefe de seguridad me llamó por teléfono a las cuatro de la mañana y me dijo ‘están tomando CLAE’. Entonces yo salí a la prensa y organizamos un mitin de protesta en la Plaza San Martín”, me siguió contando Manrique internado, un día después de su cirugía. Echado en la camilla, movía constantemente las piernas, como tijeras, como queriendo levantarse y que le dieran de alta de una vez.
Unas 20.000 personas fueron al mitin de la Plaza San Martín y, según encuestas, los afectados le echaban la culpa al gobierno de Alberto Fujimori de la debacle de CLAE.
Menos de un año después, tras una segunda intervención, la Corte Suprema ordenó el cierre definitivo de la empresa.
Luego de la clausura, la junta liquidadora de CLAE encontró hasta US$170.000 en billetes en estado de descomposición en los locales de la compañía.
Nunca se habían invertido en nada.
Una cruz de madera
Tras las intervenciones y la clausura, miles de personas —la informalidad impide saber cuántas exactamente—perdieron sus ahorros, algo que a Manrique le “duele mucho”, según dice.
Mi abuelo, por ejemplo, perdió unos 4000 soles, recuerda mi papá.
Una mujer identificada como Julia Osca había depositado US$672, según le contó a El Comercio en la época. Ana Ramírez, US$20.000. Jorge Alberto Figueroa, 28.000 soles. Luis Díaz, US$3.000. Iván Maguiña, US$9.000. Lourdes Figueroa, US$50.000. Esteban Llamoca, US$7.000. Este último se colgó en una cruz de madera frente a uno de los locales de CLAE para pedir que le devolvieran su dinero.
Otros claeístas dormían en la puerta de las oficinas de la empresa para intentar recuperar sus depósitos.
Pero según un cálculo de 1995 de la junta liquidadora, solo un 8,4% de los claeístas iban a rescatarlos y para 1998, alrededor de solo un 5% lo había logrado.
En 2017, la comisión liquidadora reanudó las devoluciones de aportes para unos 32.000 exclaeístas, pero por un máximo de 500 soles (US$135). Una cantidad mínima comparada con lo que muchos habían invertido.
“Conciencia tranquila”
Así fue que CLAE se convirtió en “un caso emblemático en Perú y en el mundo del esquema Ponzi”, me dijo Carlos Cueva, de la SBS.
Sin embargo, casi 30 años después, y pese a la sentencia en su contra, Manrique me aseguró que le quedaba “la conciencia de que siempre se trabajó con seriedad” y que le interesaba “estar con la conciencia tranquila ante Dios”.
Además, insistió en que seguía sin comprender “por qué se quería cerrar CLAE” y le atribuyó la responsabilidad al gobierno de entonces. También me dijo que sentía indignación.
“Indignación por la gente que sufrió una situación que no se merecía. (La gente mayor) ya no tenía esperanza de rehacer su vida. Fue consecuencia de una crueldad, porque sabían que la gente había depositado sus ahorros y sus esperanzas basada en todos los años en que no hubo problema. Fue una crueldad. Totalmente trágico. Cruel. Cruel”, lamentó Manrique en su camilla.
“Compartir experiencias positivas”
Cuando lo entrevisté, el exfinancista se dedicaba a dar clases de matemáticas a domicilio y a asesorar empresas.
Me contó también que se divorció poco después de salir de su primer periodo en la cárcel, que se levantaba a las cinco o seis de la mañana todos los días, que estudiaba computación, que a veces tocaba un acordeón pequeño y que iba a nadar a algunas piscinas públicas fuera de Lima.
“Se pasa bonito el tiempo haciendo algo de deporte”, me dijo, como dándome un consejo.
Como solía hacer a veces, habló también de lo que creía que necesitaba Perú para crecer y de compartir sus “experiencias positivas con los nuevos empresarios” y aseguró que tenía muchas cosas que “aprender” y leer, sobre negocios y economía. En el hospital mencionó a Anthony Robbins, orador motivacional estadounidense y coach de vida y negocios.
Además, en una mesa a un lado de su camilla Manrique había puesto la revista Entrepreneur que yo le había llevado un par de días antes para ganarme su confianza. Pero, ¿alguien había vuelto a confiar en él?
Manrique me dijo que ya no en “esa área”, refiriéndose a la financiera.
“No es previsible hacer otro CLAE ya en esta época, porque ya se dio una ley de banca. El escenario económico ya no es el mismo. Pero sí hay la confianza de que les enseñe a sus hijos”, me dijo en el hospital y luego pasó a dar consejos de emprendimiento:
“Si alguien quiere asociarse conmigo, por supuesto, pero no ya en negocios tipo CLAE. Yo veo qué capacidad tiene la persona. Por ejemplo, si es una persona que quiere entrar en textiles, pero no tiene experiencia en ese campo, mi consejo es que no, mejor es hacer algo en lo que ya se tenga el know how. Para entrar en algo nuevo, quizá cuando uno es muchacho de 18 o 20 años, pero mucho mejor es algo en lo cual ya haya experiencia”.
Minutos después se acabó mi visita y tuve que irme del hospital. No volví a ver a Manrique hasta tres meses después.
III. TERCERA REUNIÓN
“Gracias a Dios hay amigos”
En la última entrevista, nos encontramos en la puerta de la misma juguería de la primera reunión. Llevaba lentes oscuros, una camisa manga corta con un estampado de anclas pequeñas y, en la mano, una agenda color verde agua con la inscripción “Que nada detenga tus sueños”. Parecía rejuvenecido.
Una vez sentados en una mesa, pidió lo mismo: una copa de jugo de naranja. Cuando se la trajeron, dijo “salud, señorita”, dio fórmulas para el progreso de Perú y volvió a hablar de las personas que, según asegura, confiaban en él: sus amigos.
—Gracias a Dios hay amigos, porque dicen que cuando hay problemas, se desaparecen, la casa queda vacía para que uno vea claramente quiénes son los amigos. Así como a veces me cruzo con gente que me dice “gracias Dios, gracias a usted tengo mi tienda o me compré mi casita”, lo cual a uno lo pone contento de que hayan tenido también ese éxito, no falta también gente que te dice “oye, yo creí que ya te habías muerto”. Yo les contesto “gracias, de igual manera”.
—¿Tiene miedo de la muerte?
—No, no, no. Al contrario, tengo la conciencia de que Dios sabe en qué momento me llamará. Mi tumba ya está para no darle problema a nadie tampoco. Le diré (dónde) el último día, señorita.
La entrevista fue la más corta de todas. Esta vez, nadie le pasó la voz y cuando nos despedimos, se alejó por una vereda llena de gente caminando tranquilo.
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